La desaparición no es un chiste

La desaparición da zozobra, abre paso a la imaginación traicionera que se asoma en situaciones de temor, a la tragedia y a la tortura mental.

Opina - Género

2020-12-29

La desaparición no es un chiste

Columnista:

Tatiana Barrios 

 

26 de diciembre, casi 27, una cama cómoda y buena brisa decembrina que recordaba el paso de una Navidad históricamente atípica para todos. Después de ratos en familia, buñuelos y mucha comida, tomar el celular fue explotar abruptamente la burbuja que se había creado esos últimos días navideños. Una, dos, tres, cuatro publicaciones con la cara de la misma chica, y la cuenta seguía. Desaparecida. Salió y nadie supo más de ella.

Eran demasiadas publicaciones, historias en múltiples redes con la cara de una joven y su nombre en grande, la descripción de su ropa y los números de contacto. Me aturdí y no pude ver más, el corazón se encogía y el temor resonaba. En ese momento no sabemos qué es cierto, no sabemos si se escapó, la secuestraron, la violaron o la mataron, solo sabemos una cosa: está desaparecida. Eso debería ser lo único que importa.

Creo que me aguó el espíritu navideño chocar de nuevo con la realidad ese día, aunque ya me lo había hecho tambalear el aumento del salario de congresistas, esto definitivamente no me dejaba dormir. No era exactamente la chica de las fotos y su caso particular, era todo lo que implicaba la foto de esa chica regada como dinamita en toda la ciudad. Pensar en lo común que se convirtió que alguna esté desaparecida, que a alguna la retengan contra su voluntad, que abusen, toquen y hasta encuentren muertas en un matorral. Se volvió común el miedo y un letrero de desaparecida sobre una chica, díganme ustedes, ¿qué indica eso de una sociedad?

No sabíamos si esta joven se había ido de forma voluntaria o era uno de esos casos lamentables que todos conocemos, aunque creo que eso no importaba mucho. Todos pensamos en el peligro y la angustia de los padres. En un país en donde los desaparecidos son el pan de cada día, conocíamos de antemano que no saber el paradero de alguien no es un juego, al contrario, es todavía más doloroso que conocer que está muerto, porque simplemente no hay certeza, solo dudas; la desaparición da zozobra, abre paso a la imaginación traicionera que se asoma en situaciones de temor, a la tragedia y a la tortura mental.

Por eso y muchas más razones de la experiencia y la empatía, sabemos que estos temas no son un juego. Sin embargo, siempre aparecen los ‘alfa’, los chistosos, sabios y conocedores que tratan de quitarle la relevancia a una desaparición, comentaban aduciendo un amorío (con palabras mucho más obscenas que ‘amorío’), nada de qué extrañarse. Esos son los mismos que demeritan las denuncias de los feminicidios, justifican violaciones y buscan culpables en las desapariciones. El triste resultado de una sociedad en la que el egoísmo y todavía restos del machismo perduran. Alegar la menstruación, la necesidad de sexo, la ropa ‘provocativa’ y hechos que se configuran en el simple ejercicio de la libertad de expresión, sexual y reproductiva, para crear argumentos que justifican atentar contra la integridad de una mujer es arcaico, gastado y sobre todo absurdo. No obstante, siguen siendo usados, son una mancha negra que ni el clorox podría eliminar todavía de la sociedad.

Burlaban a quienes compartían la imagen, así como hacen siempre con cualquier persona que difunda contenido de este tipo, sin motivos. Quienes compartían sí tenían razones suficientes para hacerlo, especialmente sus pares, porque estoy segura que ellas, como yo, pensaban ‘¿y si fuera yo?’ Algo de empatía al dolor las (o más bien nos) movía a compartirlo. ¿Qué hubiésemos querido que hicieran si se tratara de mí? La cuestión es que todos suponían de entrada que la desaparición era una exageración, se reían y hacían chistes patéticos. La mayoría eran hombres, tristemente. Tiene sentido, ¿no? ¿Quién puede saber más el riesgo y el miedo al salir que nosotras? Si el miedo es diario, si llegar a la casa después de caminar desde la parada del bus es un alivio, si cuando los taxis toman rutas extrañas nos asustamos, si cuando un hombre camina muy cerca en la calle aceleramos el paso, si pedimos que nos acompañen a la casa de noche por si acaso.

Por supuesto que voy a compartir la imagen de una chica perdida, porque conozco el peligro constante en el que se encuentra. Con la difusión en redes muchas han aparecido y se han salvado de desenlaces fatales. En esas chicas pienso cuando planteo la regla general para el dedo juzgador que surge de forma natural en nuestra mente cuando este tipo de situaciones pasan. Sí, hay quienes se escapan porque así lo decidieron; sin embargo, hay muchas otras que no. Hay quienes murieron, quienes están en terapia por una herida que nunca van a sanar, a quienes golpearon y dejaron en la nada. No se juega con temas que en este país no son un chiste, en el país donde las amenazas se cumplen y los abusivos existen.

Los chistes en torno a una desaparición en un país en el que hasta la fuerza armada viola, demuestra la descontextualización, apatía y desinterés por la realidad de un grupo poblacional vulnerable, cuya única razón para sufrir más peligros es tener un par de ovarios encima. Demuestra que todavía nos falta abrirnos a la educación, a entender que las cosas están mal y que no quisiéramos sacar flyers con la cara de niñas y jóvenes junto a la palabra desaparecida, aunque lo hacemos porque tenemos miedo de lo que les pueda pasar, porque creemos que, si está en riesgo, se puede recuperar y aminorar el daño.

La realidad que rodea el día a día de quien es mujer, es distinta. Siempre lo ha sido y parece no cambiar por ahora. No quiero que mi nombre salga en uno de esos anuncios de desaparecidos, solo pensarlo me da pavor, pero si algún día se necesita, háganlo, riéguenlo, porque siempre hay una posibilidad de estar en peligro.

Escribo esta columna sin conocer todavía el paradero de la chica de aquel flyer, sin ánimos de poner estadísticas y con la indignación en el pecho. Espero que ella vuelva sana, que todas volvamos sanas y que algún día, cuando no aparezcamos, nadie crea que nos secuestraron, nos violaron o nos mataron, que haya tanta seguridad en el otro y en el sistema, que simplemente esos casos queden reducidos a recuerdos del pasado. Mientras tanto, cada vez que desaparezca una chica, será relevante para mí y para muchas otras personas, implicará conocer que existe un riesgo, que tiene probabilidades de escapar voluntariamente, pero también de estar en peligro. Para mí, siempre predominará la razón del peligro, difundiré si es necesario, y si la encuentran en una fiesta después de eso, solo podré dar gracias al cielo porque estaba bailando y no la estaban violando.

En definitiva, esta columna solo busca la reflexión social ¿Qué estamos haciendo?, ¿nos estamos convirtiendo en máquinas? Indiferentes al dolor y naturalizando situaciones que jamás deberían ser comunes. Extráñense ante lo anormal, indígnense cuando sepan que algo está mal, ayuden en lo que puedan ayudar, pero por favor no dejen morir su humanidad. 

 

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Tatiana Barrios
Barranquilla, Colombia | Estudiante de Derecho de la UA.