Principalmente, la representación política ocurre cuando los actores políticos hablan, y actúan en nombre de otros. Esto consiste en hacer presentes las opiniones y perspectivas de los ciudadanos en el proceso de elaboración de políticas públicas. Y desde ahí, la crisis de representatividad comienza en el momento en que se rompe este vínculo entre el gobernador y los gobernados.
Frecuentemente se asocia con varias razones, entre ellas; que los partidos políticos pueden distanciarse de quienes los eligieron y la misma sociedad cuestione su rol. También, cambios sociales como el aumento del individualismo, y la pérdida de influencia con sindicatos o grupos de presión, etc. Todo ello ha contribuido a potencializar profundamente una sensación anti-política que se refleja en la demanda de cesión de poder a las organizaciones “no partidistas”.
No obstante, dentro de las múltiples crisis que existen, ahora nos encontramos ante otra más profunda que tiene que ver con una grave bancarrota de la imaginación. Mientras se profundiza en esa “crisis de lo político” se distorsiona gran parte de los imperativos económicos, donde parece imposible plantear otras cosas. Por ejemplo, la estructura y procedimientos de toma de decisiones: quién decide y cómo se decide, o dónde debe residir realmente el poder. Bajo este contexto, es fácil entender por qué se va generando una tensión en el concepto mismo de la representación.
En cierto modo, nunca como en estos momentos el poder económico atravesó las fronteras globalizando al mundo a su antojo e imponiendo sus condiciones a sangre y fuego. Si bien se sabe, siempre existieron los corruptos; pero, jamás como ahora en el cual se ve tan evidente el dinero como el valor central de las sociedades, barriendo con toda otra escala de valores e ideologías. Y todo esto es claro para las poblaciones, que se comienza a deteriorar la credibilidad en los representantes.
Sin embargo, el mismo sistema intenta capitalizar la crisis de representatividad a su favor, potenciando el descrédito de la política desde los medios de difusión. Pero, cuidándose muy bien de no dar espacio a las verdaderas alternativas de cambio, sobre todo a las que pasen por la organización de las personas o por los partidos anti-sistemas.
De ese modo, el poder económico intentará desprenderse de algunos cómplices del gobierno cuando ya no les resulten útiles, para poder reemplazarlos por nuevos equipos técnicos pragmáticos. Por esta razón, no nos debemos dejar engañar por los mass media. Porque, si bien muchas veces son críticos con los mismo que aborrece la gente (los políticos tradicionales y funcionarios corruptos), lo hacen con el interés de sustituirlos por otro tipo de cómplices del sistema, y no por la organización del público.
Seguramente, el sistema intentará nuevas formas de engaño y chantaje; en la medida que los políticos no puedan ya engañar a nadie. Así, saltarán como fusibles y se intentará potenciar figuras creíbles desde los medios de comunicación, que a veces serán nuevos gobernantes u otros personajes como empresarios, deportistas y artistas.
Así, la crisis de representatividad se irá devorando a todos rápidamente. Ciertamente el sistema probará nuevas recetas para mantener el poder, pero más allá de eso, tenemos que ver qué puede hacer la comunidad para generar una opción articulada de autoridad que esté en condiciones de cambiarlo. Y sea a través de nuevos partidos políticos o con una nueva organización de base social, se deberán resolver las dificultades de representatividad, si se quiere evitar que nuevamente la voluntad de la gente se diluya en la impotencia.
En fin, una democracia conveniente no es solo aquella que se evidencia en las urnas, sino en la que los ciudadanos se mantienen políticamente activos, incluso cuando no se esta en temporada de elecciones. Entonces, una mayor participación de la ciudadanía en el funcionamiento de algunos ámbitos del sistema institucional podría realizar un aporte al mejoramiento de la relación entre la sociedad y las organizaciones democráticas.