La agonía del campo colombiano

Aparte de ver cómo los comercializadores les ofrecen “chichiguas” por su producción, los campesinos del país notan como el pago por sus cosechas no alcanza ni para cubrir las deudas con la banca.

Opina - Economía

2020-01-31

La agonía del campo colombiano

Columnista: Juanita G. Pérez

 

Seamos lapidariamente honestos: el campo colombiano, y por ende la producción agropecuaria están muriendo. Así lo demuestran los testimonios de quienes lo viven, lo labran y lo “sufren”, que hemos podido conocer gracias a las redes sociales.

Diana Herrera mostró en redes sociales unas fotografías sobre el abandono de los campesinos, que sacan sus cargas de alimentos, pero con múltiples pérdidas. “¡Esta cosecha es de mi Padre! Otra cosecha perfecta, pero otra de pérdidas. Con el precio actual no se recupera ni la mitad de la inversión y ni les cuento de las deudas. Este sector uno de los más olvidados por MinAgricultura. No existe regulación en fronteras, en precios en NADA”, dan cuenta de lo que ocurre actualmente en el campo colombiano.

Y es que no estamos hablando de un asunto cualquiera, ya que el agro colombiano representa uno de los primeros renglones económico del país; y el volumen de sus exportaciones a Europa y América —superior a los cuatro millones de toneladas— equivale a más de 600 millones de dólares; según cifras del portal www.agronegocios.co

 

El agro desatendido

Sin embargo, el panorama sombrío que viven los campesinos viene de vieja data, tal como muy bien lo resume Simón Delgado Marulanda en su artículo “una mirada a la crisis del agro colombiano” publicado en www.las2orillas.co.

En la década del 50 con la aparición de “La Violencia” y el auge de la industria petrolera a nivel mundial, Colombia —bajo la administración de Laureano Gómez—dio prioridad a las economías extractivas; lo que llevo a fuertes recortes en el sector agroindustrial y en el abandono progresivo de los campos.

Dicha situación fue agravada por el surgimiento de las guerrillas y los grupos paramilitares; y los consecuentes desplazamientos masivos de los labriegos a las ciudades.

«Pasamos en la década del 50 de tener una población rural del 75% a tener en el 2005 una del 18%. No contentos con eso, en 2019, 1.400.000 personas más abandonaron su tierra por lo que ahora contamos con una población rural del 15%”, explica Delgado.

Otro aspecto que relata el columnista es el acaparamiento de grandes extensiones de tierra en manos de muy pocas personas; quienes decidieron cambiar la vocación del suelo y convertir extensas hectáreas antes dedicadas a la agricultura en zonas ganaderas.

Cabe recordar que Colombia ocupa el puesto número uno en Latinoamérica por temas de concentración de tierra: el 81% de la tierra la poseen en unos pocos. Esto debido a diferentes factores que incluso vienen desde la colonia, pero también por temas de narcotráfico y desplazamiento forzado… De ahí que varias personas estén en contra del programa de restitución de tierras de la JEP porque cuando los paras y los guerrilleros cuenten la verdad… a muchas personas les tocará devolverlas, argumenta Simón.

De otro lado, la apertura económica realizada por César Gaviria en el 90 puso a tambalear al sector del campo con un golpe certero a sus finanzas.

Gracias a dichos acuerdos económicos internacionales firmados en el pasado y en el presente, el campesino colombiano —con todas las dificultades habidas y por haber— debe “competir” con agroindustrias de países desarrollados que cuentan con todos los beneficios.

El TLC firmado con Nueva Zelanda dejó a los ganaderos en la cuerda floja. ¿Cómo compite un campesino colombiano que tiene cinco vacas de ordeño manual contra una macro industria mecanizada que al día puede ordeñar al menos unas 150 vacas?

Lo mismo le pasa a los paneleros, a los cebolleros, a los arroceros, a los paperos, e incluso los cafeteros. Que aparte de ver como los comercializadores les ofrecen “chichiguas” por su producción, este pago no alcanza ni para cubrir las deudas con la banca.

Nuestros campesinos ven con tristeza que, económicamente hablando, traer productos del extranjero —aunque de muy regular calidad— es muchísimo más barato que moverlos dentro del país.

Otro dato que debería preocupar es el expuesto por el director del DANE, quien en una entrevista para La República comentó que Además se empieza a ver cómo la economía empieza a cambiar la forma de agregar valor y es así como por ejemplo en el sector agropecuario, mientras en 2015 se necesitaban 75 personas para generar $1.000 millones de valor agregado, en 2018 se necesitaban 67 personas.

Es decir, de seguir la tendencia, las oportunidades laborales en el campo también serán nulas. Esta noticia debería preocupar a los cerca de 11 millones de campesinos que tiene contabilizados el DANE en sus censos, ya que el 20% —unos 2,2 millones de personas— tienen entre 10 y 19 años; y cerca del 28% de los campesinos tienen más de 50 años.

 

El campo está enfermo

Al panorama descrito por Delgado se suma el ex viceministro de Agricultura Luis Arango Nieto quien señala en su columna “Un sector agropecuario enfermo” en Portafolio que, según datos comparativos con otros países, de similar desarrollo a Colombia, el sector agropecuario nacional estaba estancado.

El crecimiento agropecuario del último trimestre de 2019 fue de 1,5% mientras el nacional llegó al 3%. El panorama anterior muestra que el sector, no solo está estancado sino, está enfermo y es necesario innovar para buscar nuevas alternativas de política, no se puede seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes.

Sin embargo, la solución propuesta por el ex ministro es bastante curiosa, tal y como lo explica él mismo.

En Colombia, equivocadamente se generaliza a los grandes capitales como egoístas y perversos y se les tiene un infundado temor. Lo anterior ha llevado a que la política les ponga trabas y no otorgue facilidades a grandes desarrollos agropecuarios y a productores, que en realidad son los que pueden darle el gran salto a la producción agropecuaria, pues cuentan con el músculo financiero.

Y tal vez sin querer, el ex ministro “reveló” la estrategia con la que el gobierno Duque busca ayudar al agro colombiano.

 

El «regalito» para los privados

Prueba de ello es lo que dice Francisco José Mejía Sendoya, presidente del Banco Agrario de Colombia en entrevista para Portafolio el pasado 28 de enero.

Mejía comentaba que en el segundo semestre de 2019 hubo un gran cambio en el panorama de los productores debido a una mejora de los precios… En este momento hay una coyuntura muy favorable para el sector agropecuario. Prácticamente las actividades están bien.

Para el representante de uno de los bancos con casi total cobertura nacional a través de sus 787 sedes, los vientos son positivos para la INVERSIÓN y la colocación de CRÉDITOs. Sabemos que los productos agropecuarios tienen ciclos, y no hay cultivos riesgosos, lo que es riesgoso es un proyecto mal estructurado.

¿Y por qué tanto optimismo del banquero? Pues porque, a diferencia de los campesinos, sus cifras son de “admirar”.

Según comentó Mejía en la entrevista, “las utilidades en 2019 aumentaron 57,4% al pasar de $247.000 millones en 2018, a $387.000 millones. La cartera creció 7,3%, que es superior a la del sistema financiero… Lanzaremos en febrero nuestra billetera electrónica… con la que los productores podrán realizar operaciones desde sus teléfonos celulares, sin cuota de manejo ni 4×1.000”.

De otro lado, tenemos las declaraciones del ministro de Agricultura Andrés Valencia hechas para el medio Semana Rural el pasado 21 de enero. Preguntado sobre el estado de los planes de irrigación para los sembradíos del país, esto fue lo que “inocentemente” contestó:

Colombia tiene 18 millones de hectáreas que pueden ser irrigadas y solo están siendo irrigadas 1 millón; es decir, un 6%. Para llegar a 2 millones de hectáreas se necesitan inversiones de más o menos 20 billones de pesos en los próximos 20 años y duplicar el área irrigada cuesta mucha plata. Nosotros queremos que el sector privado participe. Para lograrlo, primero se debe estructurar el proyecto e identificar la vocación productiva del área, para que los cultivos sembrados generen la suficiente rentabilidad. Ojalá con vocación exportadora para que pueden pagar la tasa de uso del agua y la tasa de adecuación de tierra.

La periodista de Semana Rural, al preguntarle sobre si el pago de irrigación tendría otros beneficios además del agua, obtuvo por respuesta del ministro lo siguiente:

Sí, quien administre el riego, que en este caso debe ser el sector privado, puede ofrecer una serie de servicios, como el de poscosecha.

Es decir que, el gobierno colombiano —con recursos públicos— por un lado, masifica la “bancarización del campo” con todo lo malo que ello representa y encima le “abona la tierra” a la llegada de grandes industrias privadas para entregarles el manejo del agua de riego de cultivos.

¿Quién de apellido Sarmiento, Ardila o Santo Domingo se verá beneficiado al final? Saquen ustedes, amables lectores, sus propias conclusiones

En síntesis, pese a que el campo colombiano pide atención, programas eficientes de modernización, mejoramiento vial, paquetes de tecnología y una mejor estrategia y política de distritos de riego; lo único que obtiene son créditos asfixiantes, pagos injustos por cosechas y poco estimulo de sus actividades que tarde o temprano terminarán con el campesinado y con nuestra independencia alimentaria.

 

Fotografía cortesía de Diana Herrera.

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Juanita G. Pérez
Escribo porque así soy libre. Hago periodismo porque así soy útil.
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