Íngrid Betancourt habló de su ‘descenso al infierno’ y de los culpables

No se puede negar la responsabilidad que le cabe al Estado en su conjunto por el secuestro de Íngrid Betancourt, disimulada por la gran prensa en su momento.

Opina - Conflicto

2018-10-26

Íngrid Betancourt habló de su ‘descenso al infierno’ y de los culpables

Después de escuchar el dramático, conmovedor y angustiante testimonio de Íngrid Betancourt  ante la JEP (Justicia Especial para la Paz, caso 001), quedan varias reflexiones y preguntas por hacer.

En primer lugar, en torno a las circunstancias en las que se produjo su secuestro o retención por parte de miembros de las Farc, hay que decir que lo declarado por la excandidata presidencial ante los magistrados de la Jurisdicción Especial da cuenta de órdenes y de decisiones administrativas y políticas que pudieron facilitar su retención por parte de esa guerrilla, y que bien pueden dar cuenta de intenciones políticas que buscaban sacar del juego electoral a la entonces candidata presidencial por el movimiento Oxígeno Verde.

Lo dicho por Betancourt Pulecio contradice las versiones que la gran prensa en su momento publicó y que permitió a cientos de miles de colombianos y a sectores del propio Establecimiento, a calificar como un acto de irresponsabilidad de la ciudadana colombo francesa al querer viajar a la zona de distensión para hablar con esa guerrilla sobre lo acontecido con el proceso de paz y la voluntad misma de coadyuvar a construir ese anhelado escenario.

Los magistrados de la JEP tendrán que cruzar información y hechos en aras de establecer responsabilidades en el propio Gobierno de Pastrana, en el mismo Presidente y en comandantes de Policía y militares del momento. Ahora bien, más allá de ello, no se puede negar la responsabilidad que le cabe al Estado en su conjunto por el secuestro de Íngrid Betancourt.

Lo que se requiere, en este asunto, es que haya verdad en torno a quién dio la orden de impedir que el viaje de la comitiva que acompañaba a la entonces candidata presidencial se diera en las condiciones de seguridad acordes con su rol político.

En segundo lugar y en cuanto al cautiverio, lo narrado por Íngrid Betancourt no solo deja entrever la crueldad de sus carceleros (hombres), sino las conexiones culturales que la misma víctima establece con el talante de una guerrilla a la que califica como “machista y misógina”.

Y en este punto vale la pena hacer varias disquisiciones con la intención de explicar el origen del odio y la animadversión que les generaba a esos machos cabríos que la humillaron, torturaron y sometieron a cruentos vejámenes por su condición social, económica, por ser mujer, y por su rol político.

Los maltratos que recibió Íngrid Betancourt por parte de sus carceleros o guardianes están soportados no solo en el talante machista de la dirigencia fariana, sino en los procesos de adoctrinamiento a los que la cúpula de las Farc sometió a niños y muchachos pobres, con nulo capital social y cultural.

Adoctrinamiento que los llevó a odiar a los secuestrados, fundado ese aborrecimiento en una lectura de clase a la que se fueron sumando los resquemores por la condición de mujer adinerada, blanca, e hija de la élite bogotana. Craso error, pues el resultado es evidente: muchachos resentidos que encontraron en los secuestrados y, en particular en la figura de Íngrid Betancourt, la oportunidad para saciar su sed de venganza y, por esa vía, gozar y disfrutar con cada uno de los vejámenes a los que sometieron el cuerpo, la dignidad y la feminidad de la excandidata presidencial.

Esos muchachos pobres, económica y culturalmente, adoctrinados bajo esas orientaciones, también son víctimas de esa guerrilla conservadora, machista y misógina. Pero volvamos a lo narrado por Betancourt Pulecio. Lo que la excandidata presidencial llama “detalles”, realmente son pistas que nos deben llevar a comprender el grado de degradación moral y ética que produce la guerra en los combatientes. Y más aún, en el contexto de un conflicto armado degradado, pero visto como marginal por el grueso de la sociedad en la que se criaron y se levantaron tanto los niños y jóvenes guerrilleros, como sus comandantes, muchos de ellos, formados en universidades del Estado en los complejos años 60.

Esas mismas pistas nos deben llevar a cuestionar nuestras masculinidades. Esas mismas que a través de diversos dispositivos, como la publicidad, cosifican de tiempo atrás a la mujer, hasta el punto de convertirla en un objeto sexual o en una cosa que se usa y se arroja a la basura.

Ojalá los excomandantes de las Farc escuchen con atención lo narrado por Íngrid Betancourt y por las otras víctimas que por estos días comparecen ante la JEP, para contribuir a la construcción de esa Verdad Histórica que nos permita a todos los colombianos conectarnos con la realidad presente, con el pasado, pero sobre todo, con quienes en mayor medida sufrieron los horrores de la guerra interna y padecieron en sus mentes y en sus cuerpos, los vejámenes de todos los combatientes, legales e ilegales.

Pero Ingrid Betancourt no solo sufrió los maltratos físicos y psicológicos de sus captores vestidos de guerrilleros, sino los que periodistas y grupos de ciudadanos lograron infringirle por su condición de mujer, por su notable inteligencia, origen de clase y por su rol político.

Como partido político, la Farc, está en la obligación política, ética y moral de exponer ante la opinión pública el más sincero perdón de sus dirigentes, por las torturas y castigos a los que fue sometida Íngrid Betancourt. Perdón que debe extenderse a todos los que una vez sufrieron el cautiverio en las selvas colombianas.

Los llantos de la magistrada y de la excandidata presidencial deben orientar la reflexión de la sociedad colombiana en dos sentidos: el primero, en el sentido de empezar desde ya, a proscribir al guerrero como referente a seguir. Es hora de abandonar esos procesos de heroización en los que la gran prensa nos metió en torno a unos héroes que también se degradaron; y el segundo sentido, para cuestionar las masculinidades de una sociedad que, como las antiguas Farc, deviene machista y misógina, además de homofóbica.

Y es allí en donde se esperaría un trabajo pedagógico y educativo de los grandes medios y de sus periodistas, en aras de proponer cambios culturales profundos en esta sociedad que deviene goda y violenta. 

Para pasar las dolorosas páginas de este degradado conflicto armado no solo hay que perdonar y reconciliarnos, sino poner de presente un factor que los carceleros de Íngrid Betancourt desconocieron, muy seguramente, por su nulo capital cultural: la fragilidad de la condición humana.

 

 

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Germán Ayala Osorio
Docente Universitario. Comunicador Social y Politólogo. Doctor en Regiones Sostenibles de la Universidad Autónoma de Occidente.