Autor: Daniel Fernando Rincón
Sin llegar a los alabaos y gualíes chocoanos, o a los íconos caribeños como Elegía a Jaime Molina o Alicia adorada, los tolimenses también tenemos nuestra nostalgia creadora que nos permite sobre llevar, cantando, las penas que consigo trae la muerte.
Más allá de clásicas como Amor eterno de Juan Gabriel, que a todos nos recuerda el incondicional amor maternal, o Nadie es eterno de Darío Gómez, que nos recuerda que no somos semillas, existen canciones que con sus historias, describen algunos momentos del duelo que genera el fallecimiento de un ser querido, llámese familiar o amigo y con las que puede uno llorar, gritar, sollozar, al sentirse identificado con lo que relatan.
Al menos así, llorando, cantando, se podría aliviar un poco el alma.
“Cuando alguien se va, el que se queda sufre más”, nos dice Shakira en La Despedida. Nada más cierto, cuando a usted de sopetón le llega la noticia de la muerte de alguien cercano… Y con el dolor del primer impacto, todo empieza a detenerse.
“No hay más lluvia, no hay más brisa, no hay más viento, no hay más hielo, no hay más fuego”, continúa Shakira….en síntesis con la primera noticia de la muerte, pareciera que “no hay más vida. No hay”.
En ese punto de la desolación y del desconsuelo, empiezan a surgir los cuestionamientos, pero no como los de Last Kiss, canción original de Wayne Cochran, que ha sido versionada hasta por Pearl Jam y que todos en Colombia conocemos y cantamos en la interpretación de Alci Acosta. No. Uno empieza a decirse “si pudiera yo controlar el tiempo y volver atrás, cambiaría todo lo que te hice mal”; como afirma Nicky Jam en Mil lágrimas. En este punto, empiezan los lamentos…“Sigo extrañándote, toditas las noches, extrañándote”.
Sin embargo, llegará también el momento en que, como afirma Tito Nieves en Fabricando fantasías, nos dispondremos a vivir “en un mundo de mentiras, fabricando fantasías para no llorar ni morir por tu recuerdo”.
Fantasías como las de Historia de un Sueño de La Oreja de Van Gogh, donde se narra la onírica escena entre alguien que no está y que viene por la noche a visitar en sueños a su familiar, con el objetivo de venir a despedirse, ya que en “aquella triste noche no te di ni un adiós al partir”, solo para que la persona que ya no está en este plano material pueda decir: “cuando me marche estará mi vida en la tierra en paz”.
Y sí. Empieza uno a torturarse con la posibilidad de que la otra persona se fue a un lugar de sufrimiento y de pago por las cosas malas que se hicieron y se dejaron de hacer.
Ante esto, ¿qué puede uno hacer? Solo seguir viviendo. Porque al final de cuentas, “todos vamos llorando o cantando por la vida, somos como los guadales a la vera del camino” como lo dicen Garzón y Collazos en Los guaduales.
Ahora, el dolor de la muerte de un ser querido, seguirá acumulándose a todos los que seguirán llegando. Así, llegará el momento en el que nuestros mayores sigan su camino y nos enfrentemos a la realidad: “mi pelo se ha llenado de blanca ensoñación…ya se murió mi viejo, ahora el viejo soy yo”, como nos lo recuerdan Silva y Villalba en Ya se murió mi viejo.
Y en ese punto, al que esperamos llegar muchos, cuando se nos hastíe vivir, sin dudar, algunos más que otros, diremos como Chris Cornell en Like a Stone de Audioslave:
“And I sat in regret of all the things I’ve done For all that I’ve blessed And all that I’ve wronged In dreams until my death, I will wander on” (y me senté arrepentido de todo lo que he hecho. Por todo lo que he bendecido, y todo lo que he errado. En sueños hasta mi muerte, yo seguiré vagando).
Al final, todos estamos destinados a morir. ¿Cuándo?, ¿dónde? No sabemos, pero lo que sí, es que al menos debemos tener deudas cortas con la vida, nuestros familiares, nuestros amigos, para que no nos tome por sorpresa la partida.
PD: ¡Freddy, muchacho! Hace un mes te adelantaste. Quienes seguimos con vida, te seguiremos recordando.