Heartstopper y lo gay en el Caribe

La primera vez que me vi Call me by your name quedé fascinado por su atmósfera flamante y etérea, el relato del ítaloestadounidense Elio, la intimidad, las miradas entre él y Oliver, el pequeño pueblo, el paisaje edénico italiano, los naranjos, los momentos en la mesa de comedor, el ambiente tórrido que me recuerda el Caribe colombiano.

Emociones - Cultura

2022-06-06

Heartstopper y lo gay en el Caribe

Columnista:

Hayder Ramos Guerra

 

No recuerdo muy bien qué edad tenía cuando en uno de los dos canales más importantes del país, trasmitieron Brokeback Mountain dirigida por Ang Lee. En mis recuerdos brumosos estoy sentado en mi temprana adolescencia viendo una historia de dos vaqueros estadounidenses escabulléndose entre las montañas en un amorío clandestino. Ahí estaba, con los ojos clavados en la pantalla, siguiendo su historia. Que, oh, sorpresa, terminó de una manera trágica. Cuando terminé de verla, apagué el televisor y me fui a mi cuarto a llorar. No sabía si lloraba por el que se murió, por el que quedó solo y desconsolado, o porque por primera vez había visto un reflejo de mi vida de marica, aunque fuera una historia estadounidense, de adultos, casados y que le estaban siendo infieles a sus parejas.

A estas alturas de mi vida, ya he visto muchos filmes con el mismo hilo, dos varones se encuentran por algún motivo, empiezan sus enamoramientos de periferia, pasa algo trágico, terminan separados o alguno se muere de algo. Fin. La sinopsis repetida de los gais y sus amores dramáticos, lo que no pudo ser. O quizás lo que no podía ser en ojos de los guionistas. Este fenómeno básicamente trata la representación a medias de los arquetipos gay, narraciones que grosso modo tratan de retratar a los no acotados en el régimen heterosexual, pero con un tinte de: viste, te lo dije, los maricas terminan mal, no debes ser marica. Este sentimiento de hastío por los filmes tristes predecibles es tan generalizado que no es raro encontrarse con listas de películas en medios gay digitales con el rótulo de “con finales felices”.

La primera vez que me vi Call me by your name quedé fascinado por su atmósfera flamante y etérea, el relato del ítaloestadounidense Elio, la intimidad, las miradas entre él y Oliver, el pequeño pueblo, el paisaje edénico italiano, los naranjos, los momentos en la mesa de comedor, el ambiente tórrido que me recuerda el Caribe colombiano, la secuencia de sucesos que los llevaron al culmen de éxtasis en los últimos 30 minutos del largometraje, una historia lenta con la que también lloré al final cuando Eliot recibió aquella llamada. Yo también recibí esa llamada. La cinta dirigida por Luca Guadagnino era simplemente un romance, no era la historia gay.

Un año antes, la película Moonlight escrita y dirigida por Barry Jenkins había recibido el Oscar a mejor película. Pero Moonlight es la antítesis, es la historia de Chiron, un niño negro tímido, pobre, bondadoso e ingenuo. Hijo de una madre soltera con problemas de drogadicción. Crece en un barrio conflictivo sabiendo que es diferente, a diferencia de Elio, no tiene unos padres intelectuales y comprensivos que lo apoyan sin recelo, él vive en el borde, mientras Elio lee libros en su apacible casona y mantiene conversaciones de arte con sus congéneres, Chiron lucha por sobrevivir a la escasez, la segregación y la falta de amor. Se descubre gay con su mejor amigo, quien, como en el poema El que nunca entendió del poeta Cordobés Gómez Jattin, lo abandona en la escuela en donde es golpeado por jovencitos acosadores. En las escenas posteriores el protagonista es un joven que enmascara una masculinidad como arma en un escenario hostil para sobrevivir. Hasta que al final su corazón se ablanda al encontrarse con su mejor amigo quien parece haberse emancipado como hombre gay.

Por alguna razón el paisaje de Chiron se me hacía conocido, no por la violencia de la vida que le toca afrontar en su suburbio citadino, sino por el ambiente adverso y desolado que en su individualidad le tocó vivir al verse así mismo como joven gay, por la incertidumbre de quien se entiende gay en lugar como el suyo, lugar que no difiere mucho del Caribe. Un paisaje como el del filme The Power of the Dog dirigida por Jane Campion, de masculinidad insensible, tosco, rudo, la antítesis a todo lo femenino visto desde una mirada misógina. En la que sus personajes apuestan por esa masculinidad como armazón para no mostrar vulnerabilidad, un lugar construido por hombres como Phil, el protagonista gay aprisionado en su propio mundo o jaula. Un espacio en donde Peter el personaje más delicado de todos camina atosigado en una nube de homofobia constante, al igual que su madre.

Chiron y Peter viven ese lugar común, un mundo paralelo al Caribe, en el que se quiere desaparecer o ser invisible. En el que se actúa de macho. En él que se extirpa, se oculta o se hace pequeña como lo hacen en su mayoría, la sexualidad. Elio quizás hubiese podido existir, aunque me parece muy idílico, pero no en mi pueblo. En alguna ciudad no sé si del Caribe, no sé si colombiana, quizás no todavía. Quizás en el paisaje de Nick y Charlie de la serie de Netflix Heartstopper, en un lugar más humano y sensible.

 

 

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Hayder Ramos Guerra
Estudiante de Maestría en Biodiversidad, Ecology y Evolución, Universidad de Leipzig, Alemania.