Hay que desarmar los corazones

“Pareciera que fuéramos felices viviendo en el país del más fuerte, del que impone su opinión a costa de lo que sea y del que toma la justicia por mano propia”.

Opina - Sociedad

2020-10-09

Hay que desarmar los corazones

Columnista:

Mauricio Galindo Santofimio 

 

Hechos aterradores que el país ha vivido en los últimos tiempos, escenas de vandalismo, de delincuencia, de abusos de las autoridades, de odio y rencor por doquier, nos recuerdan, por desgracia, que la violencia que nos acompaña desde nuestros orígenes no nos ha abandonado. Que somos violentos por naturaleza y que, para muchos, la mejor forma de solucionar los problemas es a los golpes.

No es nuevo encontrar en los medios de comunicación, todos los días, noticias de muertes, de destrucción, de llanto y de dolor. Cada mañana nos encontramos con múltiples acontecimientos que nos llenan de indignación, de ira y de impotencia. Vemos cómo se comenten actos delirantes y cómo se destruye la vida como si eso fuera un pasatiempo, como si fuera un deporte asesinar o cometer masacres.

Nos hallamos inmersos en espirales infinitas de tragedias y de falta de amor, respeto y tolerancia con los demás. Pareciera que fuéramos felices viviendo en el país del más fuerte, del que impone su opinión a costa de lo que sea y del que toma la justicia por mano propia.

Nuestra patria se ha resistido, sin embargo, a todos esos hechos. Ha salido adelante en medio de la agonía, en medio de los sinsabores; ha sido, para usar un término de moda, resiliente. Y ha demostrado que, pese a los múltiples problemas que afloran cotidianamente, es capaz de superarse y de pasar por encima de los que quieren mantenernos en un continuo enfrentamiento, por encima de esos que imponen sus ideas a la fuerza y para los que no vale nada la opinión de los demás.

Y eso es lo que hay que hacer. Porque aunque sea una frase de cajón, la violencia solo genera más violencia. Genera más dolor. Y la venganza y el deseo de retaliación no son más que mecanismos que terminan por hundirnos en una profunda crisis, peor aun que la que da el origen a las dificultades.

Muchos piden perdón pero ese perdón no les gusta a otros. Muchos cuentan sus verdades, pero ellas tampoco satisfacen a varios. Otros tantos quieren aportar para la justicia, para la reparación y para que se logre la reconciliación, pero por diversas orillas políticas critican esos pasos y buscan continuar con la ignominiosa guerra que ha destruido a Colombia.

Sobre la violencia y sobre la resolución de conflictos hay mucha teoría. Bastaría leer informes de prensa sobre la importancia de solucionar las crisis por la vía pacífica o, si se quiere, recurrir, con más profundidad, a autores como Konrad Lorenz quien escribió “que los comportamientos agresivos no son de ninguna manera más poderosos, prevalentes o intensos que los comportamientos más pacíficos”. En textos sobre el tema podríamos trasegar para encontrar que la agresividad, de ningún modo es un buen camino.

Empero, el país sigue escuchando discursos de odio. Sigue repitiendo conductas de confrontación, continúa viendo líderes sociales caer en medio de sus luchas, niños morir por la degeneración, la degradación y la aberración de la condición humana. Persiste en asesinar los sueños y las ilusiones, insiste en librar guerras inútiles como la fracasada lucha contra las drogas.

Y así es difícil encontrar un camino. Como difícil ha sido encontrar líderes que creen ambientes propicios para llevar a cabo lo que muchos han llamado “diálogos improbables”, pero que son inminentes para llegar a consensos sobre lo fundamental, que debe ser la vida, la equidad y la justicia social.

Y todo debería empezar desde los que nos gobiernan, porque la desconexión que tienen con la gente es enorme. Lo que tenemos es un Gobierno displicente, lejano, ido por completo, y entregado a una política para unos pocos que parece estar auspiciada y promovida por viejas prácticas que dieron al traste con las posibilidades de modernidad, de ambientes abiertos a las discusiones y de mentes amplias que den cabida a ideas diferentes.

Ya lo decía Francisco Cajiao, en El Tiempo: “Y es que en el alto Gobierno no hay conexión seria con el proceso de paz, la restitución de tierras, la protección eficaz de los líderes sociales y la distribución del ingreso. Hay que estar muy desconectados de la realidad para seguir haciendo más ricos a quienes ya lo son, mientras los programas de ayuda para los que están hoy en la ruina son “miserabilistas”, al decir de economistas muy serios y de amplia trayectoria”. 

O Juan Pablo Calvás, también en su columna del mismo diario: “Flaco favor les hacen al país y a la democracia aquellos que insisten en dividirnos entre buenos y malos, como si eso fuera así de fácil. Pero es aún más grave cuando estos señalamientos o estigmas se están dando desde los altos estamentos del Gobierno Nacional”. 

Por eso, por esa desconexión, por esa actitud gubernamental, es tiempo de que la gente empiece a hacer propuestas para cambiar las cosas por las buenas, es hora de que los políticos no incendien sino que apaguen los fuegos, porque se puede, si hay voluntad para ello.

Muchos hablan de dictadura, pero también están equivocados. No la hay aún. Aquí, por fortuna, la gente puede hablar, protestar, indignarse, usar las redes sociales -así sea solo para despotricar-, levantar la voz y hacer oposición. Y todo eso debe ser para construir un país mejor, una sociedad mejor, un mundo mejor, y no para destruirlos.

La invitación entonces, para los políticos, para los profesionales, para los trabajadores y para el ciudadano de a pie, así sea una utopía, dadas las características de nuestros comportamientos, es a que entremos a una profunda reflexión, a una inmensa introspección, a un amplio análisis de lo que hacemos y de lo que dejamos de hacer, a que meditemos sobre los fanatismos, los extremos y los radicalismos, porque en nuestras manos está, solo en las nuestras, evitar más daño al país, al prójimo y a nuestra propia vida.

La invitación es a desarmar los corazones para poder vivir en paz, para poder tener más armonía y una vida más sosegada, más dispuesta a solucionar los apremiantes problemas -que siempre estarán presentes-, más proclive al perdón y a la reconciliación, y mucho más coherente con ese anhelo de paz que día a día se promulga en todos lados, pero que se confunde con algunas actuaciones que no son consecuentes.

No se trata del amor por el amor, del perdón por el perdón, sino de la paz interior que repercute en la de los demás, y de la vida, que está por encima de todo.

 

Adenda. Mientras el expresidente Santos disfruta de su nuevo nieto, dicta conferencias por el mundo, sigue recibiendo honores y continúa, como buen nobel, promoviendo la paz, el detenido expresidente Uribe lo responsabiliza de crímenes y masacres. ¿No será que esa detención le está afectando su salud mental? De ser así, es urgente que lo pongan en tratamiento, para ver si consigue tranquilidad, regocijo, armonía, deja el odio atrás y permite que el país avance y progrese de la misma forma.  

 

( 1 ) Comentario

  1. Replyfernando calvo sanchez

    Tanto el Gobierno de Turno como su Patrón y las Clases Corruptas Dirigentes propician con los Medios, el Congresos y los bobos de Siempre, LA DIVISIÓN; creyendo que los Mamertos, Comunistas y guerrilla van a Tomarse a Colombia, lo que hacen es Abrir la Brecha y crear mas Polaridad, la Tela o el hilo se van a Partir y no habrá Retorno, a quejarse al mono de la Pila !

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Mauricio Galindo Santofimio
Comun. Social-Periodista. Asesor editorial y columnista revista #MásQVer. Docente universitario. Columnista de LaOrejaRoja.