Gustavo (I)

En aras de serenar las esperanzas de unos y, el miedo de los otros, algunos insisten en que el 7 de agosto empieza un gobierno de “transición”. La mala noticia es que la gente no quiere transiciones, sino soluciones; el hambre, las cuentas en cero, y las facturas no dan espera. Colombia es un bullicio nacional que no se modera, una patria incompleta que no tiene paciencia.

Opina - Política

2022-08-06

Gustavo (I)

Columnista: 

Juan Alejandro Echeverri

 

Cuatro días después de que proclamaran a Gabriel Boric nuevo presidente de Chile, Izkia Siches, la ministra del Interior y Seguridad del nuevo gobierno, fue recibida a balazos en Temucuicui, una comunidad mapuche de La Araucanía, donde pretendía reunirse con la familia de Camilo Catrillanca, un joven indígena asesinado por las balas de los carabineros en 2018.  

Sucedió en la democracia ejemplar que tenía el continente, de las más boyantes, prósperas, y exaltadas por el capitalismo financiero. ¿Qué no podría pasar en Colombia días y meses después de la posesión de Gustavo Petro, si la democracia nuestra es un elefante blanco, y hay quienes no tienen pudor para sabotearla? 

Ser gobierno, dicen, no significa ser poder. Dicen también que si Petro se negaba a tranzar con la burocracia parasitaria y, uno que otro defensor de políticas y conductas retardarías, no podría, al menos, terminar su mandato. No es un caso extraordinario, la tendencia es regional. El progresismo no tiene en Latinoamérica la fuerza avasallante de principios de siglo; en Colombia nunca la tuvo. A la izquierda le cuesta que sus banderas calen en el grueso de la sociedad, tal vez no las haya sabido comunicar, prometió cosas que no cumplió, o quizás se quedó sin estrategias para recuperar los derechos elementales expropiados por el mercado.

Dadas las condiciones, solo queda recurrir al instinto de supervivencia, al realismo pragmático. Si hubiese logrado cortejar a una porción del “establecimiento”, Andrés Arauz habría conseguido los 419 911 votos que le faltaron para ganar las elecciones presidenciales de 2021 en Ecuador.

Consumado el precedente ecuatoriano, Boric quiso tranquilizar los mercados inversores —porque para que la gente viva tranquila primero debe estar tranquilo el mercado—, nombrando ministro de Hacienda a Mario Marcel, un economista que puede hablar como los elegantes especuladores del Banco Mundial, pero no entiende la lengua de los pobres de la zona periférica de Santiago de Chile. Lula da Silva, en su intento por atrapar a los centristas moderados y descartar cualquier percentil desfavorable que frustre su regreso al Palacio de Planalto, decidió anunciar como formula vicepresidencial a Geraldo Alckmin, quien fuera su enemigo declarado en contiendas electorales anteriores, amigo íntimo de la élite empresarial conversadora paulista, y promotor de políticas racistas cuando fue gobernador de San Pablo. Mientras que Gustavo Petro trató —trata, y tratará— de echar peras y manzanas en el mismo costal.  

Está por verse si el “acuerdo nacional” tan mentado por el nuevo presidente colombiano y, sus alfiles, requiere de una patriótica amnesia colectiva: hacer de cuenta que aquí nunca pasó, que nadie es responsable de nada, que ninguno sea culpado ni por la culpa. Genera curiosidad saber si para implementar la nueva fase del “Pacto Histórico” fue necesario pedirles permiso a los saqueadores y victimarios; saber qué tanto cedieron —o cederán— a sus condiciones.

A Petro le llega su anhelado turno en uno de los peores escenarios posibles. Se necesita mucha pericia y perspicacia para gobernar en medio del fatalismo económico, el desespero y la desenfrenada ira que hace arder al país y al mundo. La mitad que no votó por él hizo todo lo posible por convencernos de que si no evitábamos su victoria, Petro destruiría la institucionalidad, pero nunca dijeron que Iván Duque y sus compinches se encargaron de acabar con la poca decencia que de las instituciones quedaba.

Iván ‘El Terrible’ también deja el país arruinado, y en la política internacional, como en la vida, primero dices cuánta plata tienes, luego te dicen quién eres. Además, tal como sucedió en uno de los periodos más crudos del conflicto armado, el paramilitarismo —que ya no necesita ponerse un camuflado para estar presente e imponer su ley—, cada tanto envía mensajes sangrientos para recordarnos que tiene la capacidad operativa de disputar la hegemonía económica, de las armas y la fuerza; aupados por la complicidad  del Ejército y los santos predicadores de la guerra y, sobre todo, por los antiestéticos guardianes de los buenos modales que de un tiempo para acá vienen financiando limpiezas sociales para disciplinar los territorios por medio del terror psicológico y el destierro de todo aquel que tenga tatuajes, fume o cultive marihuana, sea travesti, desmovilizado de las FARC, pertenezca o vote por un partido de izquierda o, simplemente, diga que un río vale más que una chapa de oro.  

Será también interesante ver los efectos del nuevo gobierno en el movimiento social. Todos —porque lo merecen— querrán tener injerencia en él, tener su atención, su apoyo económico, político o, por lo menos, simbólico. No habrá para todos, ni de lo uno ni de lo otro. ¿Provocará la victoria de Petro un clima de competencia entre las organizaciones sociales, profundizará las discordias existentes? No cualquiera —sea de izquierda, de «centro», de derecha, o agnóstico— está capacitado para asumir el poder. De aquellos hijos del movimiento social que logren acceder a él, me intriga la suficiencia que puedan tener para sobreponerse al aburguesamiento, los privilegios y el papel de mandamás con los que tienta el despotismo del poder.    

Ni el más ingenuo, ni el más “petrista”, creería que Gustavo y sus funcionarios gestarán la transformación que tanto queremos, la que él prometió antes de que tuviera que moderarse en la recta final de la campaña. Si su gobierno carece de cualidades realmente transformadoras, que sea mínimamente aceptable para que sirva de contención. Por lo general, cuando la derecha pierde el monopolio del poder, no se modera, por el contrario, se radicaliza. Los errores políticos de la izquierda suman de a dos entre el electorado latinoamericano, una mala gestión de Petro sería garantía para que en cuatro años la derecha más radical y medieval recupere lo que cree que le pertenece.

En aras de serenar las esperanzas de unos y, el miedo de los otros, algunos insisten en que el 7 de agosto empieza un gobierno de “transición”. La mala noticia es que la colombianidad no quiere transiciones, sino soluciones; el hambre, las cuentas en cero, y la humillante desigualdad no dan espera. Colombia es un bullicio nacional que no tiene paciencia, una patria incompleta que no se modera.

Son incontables los retos que el primerizo progresista colombiano tiene por delante. Para resumir, y explotar el positivismo que esconde mi negativismo, me conformo si al final de este gobierno podemos decir que Gustavo Petro fue el primer presidente de izquierda que tuvo Colombia, pero no el último ni el único.

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Juan Alejandro Echeverri
"No sabia que quería ser periodista hasta que lo fui y, desde entonces, no he querido ser otra cosa".