Grandes películas de un posible pederasta

Opina - Arte

2016-05-22

Grandes películas de un posible pederasta

Observar Zelig, Annie Hall o Manhattan, solo 3 de las muchas obras maestras dirigidas por el cineasta norteamericano Woody Allen sin que importe su vida privada, sin tener en cuenta los escándalos de antes (las acusaciones por pederastia de su antigua compañera, la actriz Mia Farrow) ni los de ahora (las denuncias de su propio hijo, la carta escrita por una de sus posibles víctimas, Dylan Farrow, quien lo sindica de violador, de monstruo dentro de una edición del New York Times, e insiste ante las cámaras en decir que es un enfermo).

Leer, con respeto hacia la obra y no hacia la vida del artífice, esa narración, simbiosis exacta entre poesía y relato, titulada Alicia en el país de las maravillas sin profundizar demasiado en ciertos detalles sospechosos de su autor, Lewis Carroll, a quien le agradaban quizás hasta la indecencia las niñas menores de doce años.

Aumentar la apuesta del acceso a obras de arte cuyos autores son reprochables: deleitarse, por ejemplo, con los Cantos del norteamericano Ezra Pound, alguien que hoy sería lapidado o fusilado por la opinión pública gracias a su franca simpatía hacia el fascismo; dejarse llevar por el rumoroso, grato estilo (las novelas Muerte a crédito o Viaje al fin de la noche) del abominable Louis-Ferdinand Céline, racista extremo, admirador de Hitler, insolente y patán como pocos.

Resulta difícil aproximarse o volver a esas grandes manifestaciones del espíritu, que incluso en algunas oportunidades nos han convertido en mejores personas, sin recordar las atrocidades realizadas por sus creadores, sean reales o falsas.

Sobre todo debido a la aspiración occidental al orden ético infalible, una corrección política que quiere ver armonías absolutas, pureza, rectitud en los personajes públicos. No obstante, en el campo artístico tal corrección política se desdibuja porque las obras en varias ocasiones riñen con los comportamientos de quienes las llevan a cabo. No solo es desacertado valorar un film o un libro según como haya sido su creador, sino que ya se pasa de necio juzgar a un artista como persona según sus trabajos.

Cortesía North Country Public Radio

Cortesía North Country Public Radio

Con Allen, admirado en medio mundo por sus cintas, la galería se ha ensañado sin freno: “Asqueroso”, “que lo metan ya en la cárcel”, “siempre supe que era un pedófilo” son algunos de los comentarios en la prensa y en redes sociales. Entre las toneladas de injurias que le sueltan hay unas significativas porque pretenden aplastarlo como artista: “Se le nota lo depravado en las películas”, “enfermo obsesionado con actrices jóvenes…” A ciencia cierta estas aseveraciones además de ser insostenibles desconocen una de las filmografías más ricas y auténticas en la historias del cine.

Woody Allen ha transformado los elementos básicos de la comedia en herramientas para narrar la condición humana. Su gracia, chistes e historias han terminado por volverse importantes soportes no solo del simple entretenimiento sino un patrimonio estético donde cabemos todos, quienes lo admiran y quienes desean quemarlo vivo.

El problema es que ante las terribles declaraciones de su hija adoptiva los aportes de este genio pasan a un segundo o tercer plano. Y si se mira el caso con lentes tal vez más ecuánimes, es injusto condenar públicamente a Match Point, al más reciente, Café Society (que incluso abrió el Festival de Cannes de este año) o a cualquier otro film de Allen mientras se intenta destruir a quien los dirigió.

A partir de estos sucesos se ve con claridad el inmenso conservadurismo en el cual estamos sumidos dentro de nuestras sociedades, actitud que hace perder la capacidad de disfrutar y de asimilar sin prejuicios el arte. Si aumenta esta deformación crítica que anda cazando patologías y crímenes, llegarán momentos en que ninguna obra de arte posea validez por ser sus propiciadores personas impresentables.

Pase lo que pase, pulvericen o no a Woody Allen, sus películas seguirán siendo dignas del mejor arte. De seguro no se admirará en el porvenir al pederasta sino al cine extraordinario que nos ha brindado. En últimas, a veces es mejor, más sano, no conocer en demasía las existencias reales de ciertos grandes magos. Sería una manera más inteligente de abordar lo artístico.

Tantos jueces e inquisidores deberían dejar en paz al artista y concentrarse en la obra. Habría que recordarles aquella sabia máxima de Oscar Wilde, otro genial vilipendiado: “El arte no tiene moral”.

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Darío Rodríguez
Ese es el problema.