Fidelidad a las hormonas

La testosterona aumenta el deseo sexual, la organización de las conductas con un fin reproductivo que no siempre termina en relaciones sexuales, sino en el deseo de compartir con otro individuo.

Opina - Relaciones

2019-08-17

Fidelidad a las hormonas

Autor: Sergio Ricardo Ávila Ortega

 

La naturaleza humana, nuestras bases biológicas, no tienen nada que ver con serle fiel a alguien por toda la vida y vivir juntos para siempre. Se trata de un tradicionalismo cruel para algunos de nosotros que, como lo sabemos, termina en una placentera infidelidad.

Y es que, podemos encontrarnos con textos del tan clásico y moderno siglo XIX, cuyo principal esquema sobre este tópico de la fidelidad sería fácilmente inferido como la imagen de una mujer fiel a sus principios, a su esposo adinerado, a su padre posesivo y poderoso y, sobre todo, obediente a la sociedad que siempre ha tenido el descaro de juzgar cualquier tipo de acto sin siquiera ponerlo sobre la mesa y analizarlo como se le amerita, tal es el caso de Madame Bovary de Gustave Flaubert, o tal vez, sea todo lo contrario.

Por otro lado, el enamoramiento, aquel comportamiento tan característico que tomamos cada uno de nosotros al momento de comenzar a sentir algo por alguna persona, o por qué no, una cosa, resulta ser interesante por factores como la toma de decisiones.

Sin embargo, hay que ser cuidadoso con lo que se siente, y entender realmente si lo que planteamos es un posible enamoramiento real, porque más allá de nuestra biología, cuando un sentimiento llega, rompe con las barreras de lo habitual y lo carnal.

Es entonces cuando es posible la construcción de una relación en pareja, una monogamia con bases, caso que (afortunadamente, diría yo), no fue el de Madame Bovary, que después de comenzar una vida conyugal empieza a sufrir de una especie de desesperación al notar que la monotonía se la estaba comiendo poco a poco, la carencia de emoción en su nueva vida, cuestión que la lleva a tener distintas relaciones con diferentes personajes dentro de su matrimonio, los cuales evidentemente solo usaban su inocencia e ingenuidad para tener el placer de haber estado con Emma, una mujer hermosa y, sobre todo, casada.

Sin embargo, todo tiene una explicación y, como antes lo mencionaba, no hay porqué culpar a Emma, por actos en donde realmente, más que ella, sus hormonas eran las que actuaban no muy a favor de su fervoroso compromiso.

Una mujer joven, hermosa y esbelta, con un caballero poco interesante y sin mucho más que dinero por ofrecer, son las razones suficientes para que al notar interés en otro hombre y de por medio su reciprocidad, sus hormonas actuasen.

Comenzando con la testosterona, cuyos niveles al aumentar en una mujer generan en ella una forma de ser más audaz (lo que en teoría, la haría parecerse más a un hombre), razón por la cual, cabe la posibilidad de que presente una infidelidad —que realmente sería fidelidad a sus hormonas—.

Sin embargo, la testosterona también aumenta el deseo sexual, la organización de las conductas con un fin reproductivo que no siempre termina en relaciones sexuales, sino en el deseo de compartir con el otro individuo.

Así como en algunos casos lo propicia Emma, por ejemplo, bailando como le fue posible con Vizconde, entre tanto, su esposo estaba casi dormido mientras la observaba, razones suficientes para que ella estuviera aburrida de aquel hombre y querer experimentar nuevas pasiones, nada qué ver con el capricho, sino con el bienestar.

Por otro lado, la dopamina, sustancia química que funciona como neurotransmisor en nuestro cerebro, es casi que el autor intelectual de la falta de compromiso en algunas personas dentro de una relación que, claramente, se encuentra justificado dentro de un ámbito biológico y evolutivo.

Sin embargo, ante los ojos de la sociedad se trata de una falta, una causal para el desprestigio de la persona misma, una sociedad de doble moral que en Madame Bovary se presenta explícitamente, de manera que desde los personajes no se obtiene una aceptación a sus actos, aún conociendo que más de uno estaría deseando tener el “descaro” de cometer lo mismo, y esto llega hasta el lector, quien con dos dedos de frente es capaz de condenar a Emma por sus actos, tildándola así de una mujer poco madura, pasando por el capricho y terminando por la infidelidad que antes hemos mencionado.

De hecho, un artículo de El Tiempo del 2012 menciona que, en calidad de colombianos, el 21 % de los encuestados creen que no se llega a ser infiel si no se confunden los sentimientos.

De igual manera, analizan que alrededor del 80 % ha puesto los cachos, es decir, 6 de cada 10 personas (entre hombres y mujeres), confiesan haberle sido infiel a su pareja.

Parece ser que al día de hoy, la sociedad nos sigue condenando como a Emma, y de la misma manera, nuestras hormonas a las acciones que puede que nunca vayamos a ejecutar, pero que siempre estarán presentes dentro de nuestros pensamientos.

 

 

Foto cortesía de: El Confidencial

 

 

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Sergio Ricardo Ávila Ortega.
Estudiante de último año en bachillerato, aficionado a la producción audiovisual y con altas expectativas para su vida. A veces escribo.