En el capitalismo ni las cuentas son claras ni el chocolate espeso

Mientras sigamos distraídos en el paradigma que nos plantean los políticos y banqueros bandidos, ese que no nos da más opciones que la del socialismo o el capitalismo y que nos pone siempre el caso de Venezuela para llenarnos de miedo, no podremos imaginarnos una nueva forma de ser como humanidad.

Opina - Política

2018-02-01

En el capitalismo ni las cuentas son claras ni el chocolate espeso

“Si en el mundo hubieran solo 100 personas y 100 pesos, una de esas personas tendría 82 pesos. Los otros 99 tendrían que repartirse, en partes desiguales, los 18 pesos restantes”. Así lo explicó mi amigo Sergio Serrano en su perfil de Facebook, luego de leer un informe publicado por el diario El Tiempo, titulado “El 1% de los ricos del mundo tendría 82% de la riqueza global”.

El mismo estudio es abordado por El País de España, esta vez desde la perspectiva de que, “por más que se esfuercen, el 28% de los trabajadores informales en América Latina y el Caribe siguen siendo pobres”. Bajo el título de “La falsa promesa del trabajo duro”, El País advierte que “aún más indignante es que el 16% de las personas que sí tienen la suerte de tener un trabajo formal en la región, también siguen siendo pobres. Sus salarios, aprobados por ley, no alcanza ni para cubrir lo mínimo para vivir”. Ambas notas alertan sobre la preocupante ampliación de la brecha entre ricos y pobres.

Cuando estaba en la universidad, en el marco de una materia llamada ‘Seminario de problemas urbanos’, mi papá hizo un estudio sobre las familias desplazadas que llegaban a Bogotá, para esa época a lo que se conocía como el barrio Jerusalén, hoy Ciudad Bolívar.

Uno de los encuestados confesó que si llegaba muy cansado del trabajo, al día siguiente en su hogar no se podía tomar leche. “Tengo que coger dos buses para llegar a la casa, si llego cansado tomo un jeep para que me suba pero entonces al otro día no podemos tomar leche porque la plata ya me la gasté en el carro”, explicaba el hombre.

Otro amigo se puso a hacer cuentas con el nuevo incremento de la tarifa de Transmilenio -la alcaldía anunció que el pasaje costará 2.300 pesos este año- y llegó a la conclusión de que una persona se gastaría dos meses de salario mínimo para poder acceder al sistema de transporte. En solo dos años Enrique Peñalosa le subió $500 al costo del servicio que, contrario a lo que él asegura, está muy lejos de ser eficiente: hace unos días se incendió otro bus. Pero mientras las llamas y las demoras se toman a Transmilenio, el gobierno distrital se gasta la plata en campañas de “patos” porque, según ellos, lo más grave del sistema son los colados.

La preocupación distrital llegó al punto de anunciar que crearán una gerencia de anticolados. Quién sabe cuál será el salario de ese nuevo gerente pero de seguro no va a ser el mínimo. Entonces, como es costumbre, llegará un señor o señora a decidir desde un escritorio sobre realidades que desconocen por completo. Ojalá alguien le cuente al nuevo gerente que las cifras no dan, que, simplemente, no alcanza.

En el capitalismo, ese que hoy por hoy tantos defienden y prefieren, ni las cuentas son claras ni el chocolate es espeso. Que lo diga el hombre del barrio Jerusalén que tenía que decidir entre subir en carro a su casa –luego de una larga y ardua jornada de explotación- o comprar la leche. ¿De qué nos sirve que las estanterías estén llenas y cuenten con variedad si solo unos pocos pueden acceder a ellas?

Mientras sigamos distraídos en el paradigma que nos plantean los políticos y banqueros bandidos, ese que no nos da más opciones que la del socialismo o el capitalismo y que nos pone siempre el caso de Venezuela para llenarnos de miedo, no podremos imaginarnos una nueva forma de ser como humanidad.

Estas dos que nos presentan fracasaron estrepitosamente, lo hicieron ambas aunque con una diferencia, en el caso del capitalismo muchos están convencidos que es la salida. Lo hacen basados en el terror que nos inyecta el mismo sistema, que es completamente absurdo y criminal; lo hacen basados en una esperanza insulsa de que, si trabajan duro, les ocurre un milagro como el de ganarse la lotería, o convencen a la gente suficiente en una venta multinivel, van a llegar a la cima de la pirámide, que podrían ser algún día la persona con los 82 pesos. Pero nada más alejado de la realidad.

 

( 2 ) Comentarios

  1. Interesante articulo,pero hay un caso mas severo que me toco presenciar en ese barrio,gente wue comia papel perediodico con aguadepanela,estoy de acuerdo con la brecha tan grande enyre ricos y pobres,pero la solucion no es el Socialismo de siglo xxi

  2. ReplyGladys Ferro Cabra.

    Los extremos de un lado u otro olvidan algo muy importante y no veo que nadie lo toque. Es ese gran porcentaje de personas de clase media baja. Aquéllas que tienen que mantener un status para evitar ser despedidos del trabajo estresante y mal pago pero es $30.000 o $50.000 más del salario mínimo. Y exige una excelente presentación personal, ypara tenerla las personas se ven obligadas a comprar por catálogo a crédito en las famosas 2 o3 cuotas donde el vendedor en la primera cuota saca el costo porque está seguro que las otras no seran canceladas y cuando se pagan , no se puede comprar leche o carne para su sobrevivencia y la de su familia.
    O aquellos que tratan de mantener a sus hijos en colegios «privados» ,que fundaron en su barrio y tiene una mediocre educación y tampoco pueden pagar. O aquello a quienes cuando reciben su salario ya lo deben. Vuelve y juega la otra quincena o mensualidad.
    Esta situación genera un círculo vicioso a toda esa comunidad.
    Y puedo seguir citando miles de casos. Y para ellos que lucha hay?
    .

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Mónica Vargas León
Mujer. Periodista. Treintañera. Tercermundista.