Columnista:
Alejandro Villanueva
Los sociólogos podrían decir que luchar por el bien común en Colombia es un interpretado comportamiento desviado. Cualquier persona que desenmascare la corrupción, o luche por sus ideales es señalada directamente por parte de la sociedad misma, la Policía y el Ejército, afectando su integridad. Acá lo normal es conformarse con lo que se tiene y no pensar en la dignidad del mismo. No importa que la DIAN joda a los empresarios locales con una de las cargas tributarias más altas de Latinoamérica, como lo afirma el análisis del coordinador del programa de Gobierno de la Universidad Externado de Colombia Rafael Piñero. Mientras a las sociedades extranjeras sin domicilio en Colombia y para las personas naturales extranjeras sin residencia en Colombia, solo les clavan un impuesto sobre la renta a una tarifa del 7 %; este país no le debe nada a usted.
Por eso para una gran mayoría de colombianos el hecho de que existan más pruebas contra Iván Duque —sobre su presunta elección a manos del narcotráfico—, que el mismo proceso 8000, nunca será tan terrible como exigirle al Gobierno que cumpla su parte del contrato social: velar por la dignidad y el desarrollo.
¿Pero por qué? ¿Por qué cuando la Policía asesina a un estudiante que se encuentra marchando por el bienestar de todos, salen personas a validar lo que dijo la senadora María Fernanda Cabal “Éste joven está siendo instrumentalizado por adultos perversos para que les sirva de trofeo en su lucha revolucionaria. ¿Dónde están sus padres? ¿Quién los llevó allí?”.
¿Será que esas personas realmente no se dan cuenta de que Dilan Cruz estaba marchando por el bienestar de ellos también, del de sus padres, hijos, y nietos? Ese dilema me persigue constantemente, al parecer, los colombianos somos expertos en ir en contra de nuestro propio bienestar. El texto Rebelión en la granja de George Orwell toca este tema a profundidad y muestra que solo se necesita un mensaje de bienestar general, este debe tocar las emociones superando la racionalidad con el objetivo de hacerle creer a las masas que son parte de dicho bienestar, es irrelevante si este mismo existe o no.
¿Qué tienen en común una empresa familiar, un emprendimiento o esas pirámides de Forex que realizan las personas con mentalidad de tiburón, con la máquina de muerte de Álvaro Uribe Vélez que nos recuerda Daniel Mendoza en la serie ‘Matarife’? Las inversiones, pues el poder de Álvaro Uribe no viene gratis, este hombre puede manejar a Colombia como si fuera un juego de venados y cazadores, porque tiene un montón de personas que lo idolatran. Sí, eso no es nuevo, ya que este terminó su periodo presidencial con la aprobación de ocho de cada diez colombianos, según la encuesta Gallup, pero ¿por qué a pesar de que todos sus amigos caen mal parados, de que su hermano haya estado en juicio por crear el grupo paramilitar ‘Los Doce Apóstoles’, de que tenga más fotos con narcotraficantes que niño de 8 años en la Feria del Libro con influencers, de que lo hayan sacado por la puerta de atrás de la Alcaldía de Medellín y que sea familiar de los Ochoa, entre otras cosas —si las nombramos todas se nos va todo en eso—, la gente le sigue creyendo?
Fácil, porque el costo de ese poder, aparte de vender una falsa seguridad democrática a costa de terceros de buena fe, ‘Las Convivir’ y ‘falsos positivos’, fue hacerle creer al pueblo que no es del pueblo, con el objetivo de que la mayoría está dispersa generando la ilusión de que el poder es de políticos y no de los ciudadanos. Causando que el pueblo dejara de ser una generalidad pluralista a convertirse en una minoría oprimida.
En Colombia cualquier parroquiano con un Audi, un Mercedes-Benz, un Porsche, o un BMW; un apartamento en un barrio clase media alta a cuotas, con un hijo matriculado en una universidad privada con un puntaje de ICFES con el que ni podría escribir un capítulo de Peppa Pig, se considera rico. Para ellos Sarmiento Angulo es un colega más, y Ardila Lülle su vecino. Esa mentalidad les hace creer que el llamado a luchar por una mejor educación, un mejor sistema de salud, condiciones laborales dignas, y para que no se roben la plata, no es para ellos. Mirando para abajo a las personas que lo hacen, dirán “son simples vagos que no saben qué es esforzarse, o es gente que se pasa generando odios”.
Esa mentalidad arribista define a una gran parte de nuestra sociedad; la búsqueda de poder y un mejor estatus no está mal, hay personas que sueñan con ser pioneros de una industria o quieren el poder para cambiar esta vaina. El problema está es cuando la sociedad valida la búsqueda de poder para tener escoltas, choferes, amantes, decidir en la burocracia y meter perico como si eso curara la COVID-19.
Acá se les aplaude y lambonea a los asesinos, corruptos, vendepatrias, los que de un plumazo y sin remordimiento se roban el PAE, mientras venden el Páramo de Santurbán, ya que eso genera un sentimiento de poder nunca encontrado en el ciudadano colombiano. Bajo esa lógica ser vecino de los Nule, el ‘Tuerto’ Gil, Mancuso, y Lafaurie es algo prestigioso, pero es aún más play participar en las fechorías.
Lo vemos en los presidentes de juntas de acción comunal que se creen los dueños del barrio mientras este mismo carece de agua, como pasa en el municipio de Barichara, en los contratistas de Bucaramanga pertenecientes al Cartel de Ruitoque que orgullosamente venden su dignidad dándole participación a un alcalde que les roba a ellos mismos en utilidad y en costos, o en la señora que es madre de cinco hijos y le hace campaña a un político corrupto mientras estos no pueden estudiar por culpa del mismo político.
Esa cercanía y participación con el poder los hace sentirse como nunca se han sentido. No importa si en el Club Campestre de Bucaramanga están realizando una reunión para vender el Páramo de Santurbán, si en El Nogal se planeaban masacres, si la universidad privada decide no dar descuentos en época de COVID-19, o si en Rosales se esclaviza a una vigilante. Siempre y cuando los dejen pertenecer a ese club nadie hablará. Y los que lo hagan serán tratados, y perfilados de locos, insurgentes, o mamertos. De ser así es un orgullo que lo llamen a uno mamerto, y no caer en el juego del go go go weon ¿usted no sabe quién soy yo?
Señor Villanueva dejeme felicitarlo por este articulo que desenmascara perfectamente al colombiano de clase media promedio, que aparenta algo que no es y mientras Colombia esta en la mierda este piensa que vive en el país de las maravillas ya que como no tiene que sufrir lo que otros si tienen que sufrir pues le queda facil criticar y echar babas desde su casita mientras otras personas mueren de hambre.
jujuj
Alejandro que buena síntesis reflexiva. El inconveniente, o lo difícil, es que gran parte de los seguidores del innombrable carecen de un mediano puntaje en el ICFES para poder discernir entre seguir idolatrando a esta nefasta figura de la política en todos sus tiempos.
Un análisis muy centrado. Bien dijo Echandia este es un país de cafres
La crítica es la realidad en Colombia y en lo ciego y desunión que prevalece…
Como hombre viejo (detesto los eufemismos) celebro que un joven asuma la crítica social y no se adhiera a lo establecido.
Parece que se nos acabo la sangre en el rostro y solo perseguimos ese yo que no soy para como comedia serlo. Nos avergonzamos de ser quienes somos, desconocemos la historia y solo nos interesa lo superficial. Le deseo mucha vida y continuidad en su afirmación como ser pensante para bien de una mejor Colombia, en donde el ejercicio del pensamiento sea lo más importante. Gracias