El lenguaje y la estigmatización como estrategia política

Tildar a quien defiende los derechos humanos, la comunidad y la dignidad, de guerrillero, mamerto o castrochavista se ha vuelto más común de lo que ya era dentro del lenguaje local y nacional. 

Opina - Política

2021-06-25

El lenguaje y la estigmatización como estrategia política

Columnista:

Tatiana Barrios 

 

La lectura mensual que tomé en esta ocasión tuvo sus móviles, claramente, en los hechos que nos ha dejado el paro nacional. ¿Por qué los matan? de Ariel Ávila, ocupó la primera plana de las redes sociales al ser el libro encontrado en medio de la requisa a un joven de la primera línea. Y ¿por qué no? había que leerlo, era la señal de la vida.

Si bien el libro trae consigo muchos datos importantes para entender las dinámicas de violencia en las que se mueve la política colombiana y en medio de la que, agonizando, trata de sobrevivir la democracia participativa; hay en la investigación una idea fundamental que toma relevancia en la coyuntura nacional y se ha fortalecido como una de las estrategias que más resultados ha dado en las contiendas que se libran dentro del ring político: la estigmatización. Esta ha sido una de las estrategias políticas que con mayor sutileza es instaurada como un arma feroz y letal para la democracia, la sociedad y la vida de los colombianos.

Ávila hace énfasis en este elemento, especialmente, en el 2016, año del plebiscito por el Acuerdo de Paz. En este tiempo se hicieron protagonistas el señalamiento a defensores del proceso como «agentes guerrilleros», el temeroso castrochavismo y el horrible monstruo del comunismo. Una estigmatización que culminó con la victoria del no en ese plebiscito.

Tildar a quien defiende los derechos humanos, la comunidad y la dignidad, de guerrillero, mamerto o castrochavista se ha vuelto más común de lo que ya era dentro del lenguaje local y nacional. Incluso, llegamos al nivel de señalar de castrochavista y comunista a Joe Biden, mientras era candidato demócrata en el país más capitalista del mundo. Un Estado que inhala y exhala capitalismo puro.

Tenemos una tendencia a repetir sin pensar ni entender. Si una cabeza política señala a defensores de derechos humanos de mamertos, lo son. Si un cacique político dice que los reclamantes de tierra son unos guerrilleros, lo son. Gran parte de la sociedad colombiana mantiene la mirada puesta en ídolos políticos, a tal punto que, sin meditar, asienten a todo lo que dicen.

 

¿Cómo funciona la estigmatización?

La estigmatización lleva a encasillar a personas en títulos a los que no pertenecen para así desvirtuar de entrada los discursos e impedir que penetren ideas que afectan intereses particulares. Es decir, llenar la mente de los ciudadanos con ideas fatalistas sobre sistemas económicos que quieren venir a arrebatar esta turbia calma colombiana, hace que estos se predispongan a cualquier idea que brote de los supuestos enemigos de la propiedad privada y el progreso, acabando por cerrar las puertas a toda propuesta que cambie los sistemas tradicionales.

Se niegan a escuchar, y así, con esa falta de escucha y debate, se empieza a decaer el proceso democrático del país. Porque en el momento en que una persona que piensa distinto o propone modelos distintos, es marcada como guerrillera, comunista (que, a todas estas, no debería ser un insulto) o castrochavista, muere cualquier vestigio de diálogo o consenso que nos permita conjugar necesidades y contextos. Dicho en otras palabras, si no hay debate ni consenso, no hay democracia. 

La práctica de esta técnica tiene resultados garantizados. Tan útil les ha sido que lograron llevar un gran número de colombianos en Estados Unidos a votar por Trump, un xenófobo que hubiese deseado enviar todos esos colombianos fuera de su paraíso blanco y conservador. Su efectividad ha perdurado tanto en el tiempo que, como lo muestra Ávila en el libro, por años los líderes sociales han peleado con los prejuicios sobre sus reclamos y han soportado señalamientos que colocan sus vidas en riesgo, a pesar de no tener fundamento alguno.

Y en tiempos del Acuerdo, tan efectiva fue la técnica que lograron tumbar las curules de paz para los territorios golpeados por el conflicto con el discurso de «nos van a gobernar los guerrilleros». En fin, el mismo discurso en diferentes tiempos, los mismos crédulos repitiendo falsos credos.

Los riesgos que trae consigo esta estigmatización son reales y palpables; de hecho, no es difícil recordar los tiempos de la limpieza del paramilitarismo (no muy lejanos), donde cualquiera que representara la defensa de intereses ajenos a las fuerzas dominantes de los territorios era considerado un civil aliado con la guerrilla y, en consecuencia, asesinado en nombre de la patria y la defensa de la institucionalidad, tal como Carlos Castaño lo planteó en el libro Mi Confesión. El estigma se cobra vidas en este país.

 

Repetir muchas veces una mentira hasta que se haga verdad

Esa es la lógica de las élites colombianas que usan los estigmas como el haz perfecto para dominar los pensamientos de la población. La palabra es un don y una condena. El discurso que una persona maneja influye en la mente de otros y en sus percepciones del mundo. Y ha sido la palabra, ligado a la falta de educación, lo que ha empujado a que tantos crédulos caigan en las garras de este sucio juego que nos lleva a pelear entre nosotros para beneficiar a quienes desde arriba nos ven.

Entonces, el discurso logra causar divisiones dentro de la misma clase pobre-media del país, que no tienen nada, pero aun así, denigran, escupen palabras de odio y señalan, con aires de latifundistas, a quienes son sus iguales. Una división que evita que avancen los procesos. Además, polariza a tal punto la ciudadanía, que en las elecciones no logra consensuar, consiguiendo la perpetuación de los clanes políticos y los mecanismos que, palabras más, palabras menos, los mantiene jodidos a todos.

Ahora, ¿por qué también la falta de educación alimenta el arma de la estigmatización? Porque si supiéramos lo que realmente es comunismo, no podrían usar esta palabra para atemorizarnos o señalar como ideología comunista la reclamación de mínimos vitales. Si conociéramos nuestros derechos, sabríamos que pedir educación gratuita o vida digna no son exigencias del castrochavismo, son derechos. Si entendiéramos que como vivimos no es como deberíamos vivir y que el Estado es el primer responsable, no señalaríamos como atenidos a otros.

 

Estrategia vigente

Y al día de hoy, ¿por qué preocupa? Porque no caduca la estrategia y, al contrario, se populariza. El término de vándalo en el paro se usó a niveles descomunales. Decidieron utilizar otra vez el estigma para colocar a la ciudadanía en contra de la ciudadanía. Entonces, en vez de escuchar lo que miles de personas a nivel nacional gritaban desesperadas, preferíamos decir que nos iban a dañar la ciudad y que nos estaban pintando nuestras virginales paredes blancas. Porque qué horror que en la pared pinten que matan jóvenes, ¡inaceptable! Claro, inaceptable que lo pinten, no que los maten… algo parecido a un «que no me pringue la sangre».

Nos controlan la mente, la opinión y la objetividad. Como bien pudimos observar, catalogar de vándalo a toda la población que salía a marchar imponía una barrera entre la misma comunidad. Porque quienes consideraban vándalos a los marchantes no iban a escuchar a quienes ellos creían eran delincuentes, vagos y aprovechados, porque, para ellos, esas categorías están por fuera del estatus aceptable para un diálogo racional.

 

Desmovilización del estigma

Es necesario que empecemos a desmovilizar el lenguaje que usamos. La estigmatización es un arma maestra, especialista en causar divisiones y beneficiar a los de la cima. El lenguaje es un arma; una forma de violencia tan agresiva, que por años ha costado la vida a miles de personas en este país. Los señalamientos de esa índole no son un simple bullying, son peligrosos y ponen un blanco en la frente de algunos.

Es necesario contribuir en la educación de la ciudadanía para que se emancipe del desconocimiento que la apresa a este tipo de estrategias políticas. Se convierten en engranajes de una gran máquina que en silencio se mueve para perpetuar a jefes que, hasta ahora, se han tornado eternos, y beneficiar a los verdaderamente acomodados y atenidos del país. Además, despojarnos de esta violencia cultural donde se normaliza la miseria, considerándola la normalidad en la que nos tocó vivir; creyendo que quienes reclaman son unos desviados del sistema que quieren revolucionar los calmados caminos del destino. Si nos desprendemos de todo aquello, sabremos que esos mamertos, comunistas, guerrilleros, castrochavistas y vándalos, solo exigen derechos.

 

( 1 ) Comentario

  1. ReplyMarlene Deháquiz Mejía

    Nuestro verdadero problema, y que desde siempre los gobiernos lo han ignorado, falta de educación de calidad.
    Sin educación ningún cambio positivo es posible.
    Educación a todo nivel, desde la escuela, desde la casa. Se necesitan procesos de formación que lleven a la población a generar un pensamiento crítico, a no comer entero, a reconocer lo real de lo falso. Estamos a años luz de lograrlo, pero hay que empezar. No se puede seguir así.

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Tatiana Barrios
Barranquilla, Colombia | Estudiante de Derecho de la UA.