La RAE define el miedo como la angustia por un riesgo o daño real o imaginario. Así pues hay quienes manifiestan temerles a las arañas, a las armas de fuego, a las alturas, a la soledad, miedo a morir. Cosas reales o imaginarias, algunas no palpables capaces de generar el mismo temor que las tangibles.
Son muchos los miedos que podemos experimentar y cada uno puede tener uno diferente; yo por ejemplo, le tengo mucho miedo al hambre.
“[…] la piel les forra sus huesitos. No hay cojines grasos por ninguna parte, cero calorías de reserva. Los niños tienen los fémures y los peronés con sus tibias sin carne, expuestos casi a la intemperie, y sus piernas con sus rodillas que son dos bolas protuberantes de hueso pelado con apenas piel, y sus costillitas brotan desesperadas debajo de la delgadísima piel del pecho como si gritaran pidiendo auxilio. Toda esa osamenta se puede contar a simple vista, sin radiografía”, me dijo Stevenson Marulanda, quien es médico cirujano graduado con honores y gerente en salud de la Universidad El Rosario, y quien ha sido consultado como otros expertos por medios de comunicación sobre la muerte de niños por desnutrición.
Prensa, radio y televisión han presentado la noticia de la muerte de niños por desnutrición a la par de cualquier otra noticia, como algo lamentable, pero por lo que no hay nada por hacer.
Marulanda, quien actualmente se desempeña como secretario de salud del departamento de La Guajira, concedió una entrevista a W Radio en la que dejaba escuchar en su voz el dolor y la impotencia de la situación a la que se enfrentan quienes hacen parte del equipo médico que ven morir estos niños en condiciones indignantes por razones igual de nefastas; y como sentí que el espacio en la W no fue suficiente, quise ponerme en contacto con el galeno, pedirle que me concediera unos minutos para conversar sobre esta situación.
Comenzó entonces por manifestarme que la principal causa de estas tragedias es sin lugar a dudas el hambre crónica, un hambre agudizada por una atroz sequía, puesto que hay partes del territorio Wayuu donde hace más de tres años que no llueve, y considerando que el Estado ha abandonado estas poblaciones, y sus prácticas milenarias incluyen la recolección del agua de la lluvia con el fin de almacenarla para cosechar sus alimentos, dar de beber a sus animales y otro número significativo de necesidades domésticas. Lo que encontramos entonces es una serie de eventos desafortunados azotando una sola comunidad.
De hambruna, califica Marulanda la situación en el territorio Wayuu, puesto que el olvido sistemático al que se tiene sometida esta población, arroja cifras de hasta un 70 % de niños indígenas sufriendo de desnutrición crónica. Niños que habitan un territorio donde hay un repugnante turismo humanitario, en el que entidades privadas y el gobierno van y entregan raciones de comida que duran una semana; carro tanques con agua que solo llegan a la entrada del territorio, pues no están dispuestos a realizar las otras 10 horas de viaje para alcanzar la totalidad de la población, y hasta cineastas y caravanas de televisión hacen presencia, se toman fotos y se van.
Al consultarle al secretario cuántos niños están en manos de esta hambruna me responde que no sabe:
“Los Wayuu no son solo una Nación, sino un Estado dentro de otro Estado, un mundo dentro de otro mundo. Son algo más de medio millón de individuos, quizá más quizás menos, nadie lo sabe, ni el Dane, ni el Sisbén, ni las EPS. Lo único que sabemos con certeza es que muchos tienen un carnet de una de las diecisiete EPS cómodamente arrellanadas en las cabeceras municipales de Maicao y Riohacha que los tienen “asegurados”. También sabemos que el Estado arijuna, por cada cabeza Wayuu “asegurada” paga en contante y sonante a cada una de ellas, una Unidad de Pago por Capitación (UPC), de casi seiscientos mil pesos anuales para que los busque los atienda y no los dejen enfermar y los cure cuando esto suceda, el problema es que muchas de esas aseguradoras no saben dónde están ellos.
Y es que la corrupción, que se roba las regalías del departamento, la indiferencia y la incompetencia del Estado colombiano –que ni siquiera ha sido capaz de determinar el censo-, no hacen grandes esfuerzos por solucionar la situación, porque lo que interesa es desaparecer sistemáticamente estas comunidades, explotar recursos, que crezca el PIB. ¡Qué gasto social ni que nada! No hay con qué salvarles la vida, ese dinero es para desviarles los arroyos, talarles los árboles, correr el desierto de la región, acorralarlos, olvidarlos.
Siguiendo la conversación, Marulanda me cuenta con ironía que siempre le hacen la misma pregunta:
―Doctor, ¿qué está haciendo la Secretaría de Salud de La Guajira para prevenir la muerte por desnutrición de los niños Wayuu que habitan en el sector del extinto Arroyo Bruno?
―Estamos formulando un proyecto nutricional con plata de las regalías del carbón, estamos esperando que Bogotá nos los apruebe, además estamos revisando las historias clínicas de los difunticos para comprobar que efectivamente los mató el hambre.
El secretario me habla con impotencia, puesto que la respuesta lo limita a la burocracia de otras instancias a las que les pide colaboración y me dice:
“La desnutrición es hambre y el remedio del hambre es la comida.”
La desnutrición se previene con soberanía alimentaria ―agua y comida producida en el territorio― muy distinto a asistencia alimentaria con comidas arijunas* y agua en bolsas y carro tanques. Comida que muchas veces los Wayuu venden porque les repugnan, como lo que tiene ajo y otras tantas cosas ajenas a sus gustos. No sirve la poca ayuda que se brinda si desconoce de facto cómo debe ayudarse, la comunidad no necesita caridad mal hecha, no es extender una mano como les dé la gana y con lo que haya, no, es reconocerles su cultura, sus tradiciones y sus prácticas y ayudar en el marco de las mismas. Que dejen de robarse la plata, y con ella se invierta en políticas públicas destinadas a brindarles la soberanía alimentaria que su hambre demanda.
El hambre duele, el hambre invisibiliza, el hambre desaparece personas, el hambre da miedo cuando desdibuja seres humanos, comunidades completas delante de quienes no la padecemos.
Y así quienes lean esta columna conocerán otro de mis miedos: a la indiferencia, le tengo pánico a saber que esos niños no solo están muriendo de hambre, a esos niños los estamos matando todos a punta de indiferencia y de corrupción.
Adenda: El día 29 de junio, de 8 a 12 del día, se realizará un foro sobre el hambre Wayuu en la Academia Nacional de Medicina en conjunto con la Universidad Nacional. Extiendo la invitación a los lectores, y agradezco al Secretario Marulanda por la información. De corazón espero que este problema cuente con solución.
*Arijuna: extraño, raro, exótico, extranjero, en wayunaiki.