El corrupto, ¿nace o se hace?

Opina - Política

2016-08-26

El corrupto, ¿nace o se hace?

La vocación del estafador yace en el individuo desde la cuna. O, por lo menos, eso supone algunas vertientes relacionadas con la genética del comportamiento delictual. Hay quienes afirman que, quien desde pequeño se muestra ventajoso, afilando el ardid para sacarle provecho a las circunstancias, en la adolescencia apeló siempre a los “comprimidos” o ejerció sin desmedro el hábito de la “copialina”, para superar los diferentes filtros y obstáculos académicos, muy probablemente, en la etapa adulta, no cesará en alterar los valores y torcerle el cuello a los principios del hombre enhiesto y virtuoso.

Pueda que ello sea así. Pero, soy un convencido más allá de esa hipótesis, de que, a quienes nos impregnaron en la primera etapa de nuestras vidas con buenos ejemplos y valores esenciales del hombre, aun quizá, habiendo explorado en plena formación juvenil alguna prácticas «non sactas», de la que ninguno probablemente nos sustrajimos (más no habituamos), hoy justamente por haber aprehendido -y aprendido- de nuestros tutores a ser personas de bien, jamás podríamos escoger el camino de la trampa como código de conducta para el resto de la vida.

Hemos escuchado a quienes sin empacho alguno sostienen que, quien ansía a cargos de elección popular es proclive a embaucar. “Un delincuente potencial que se viene forjando desde el aula” afirma con arrebato un amigo criminalista.

El político hoy día, busca provecho propio, sacarle tajada a todo, eso para nadie es un secreto.

La política, si alguna vez fue reconocida como una disciplina honorable en pro de la polis, encarnada en aquellas dignidades que empuñaban la adarga en favor de los intereses del pueblo más vulnerable, hoy demacrada hasta la hiel; proclama a aquellos que desenfundan el hierro de la infamia para saciar sus bolsillos e inmundos intereses personales. Ello por lo menos, es lo que, de marras, nos viene demostrando con creces, el malévolo “arte” de “politiquear”, y, no solo en estas latitudes.

No sé exactamente si todo aquél que aspire a un cargo de elección popular vaya (pre)programado a delinquir, seguramente habrá quienes definitivamente no (habrá que ver); ni idea si el candidato promedio esté predispuesto a sacarle ganancia a cada voto, vendiéndole dos o tres veces el alma al diablo si es necesario (la realidad es conteste en enseñarnos que muy probablemente sí), ni tampoco, se me ha ocurrido llegar a pensar que el político que aspira a reincidir en su “dignidad” (o indignidad mejor), esté tan amañado hartando sus bolsillos, que quiera adherirse a la cutícula del erario cual ambicioso parásito. (!)

Imagen cortesía de: politikaucab.net

Imagen cortesía de: politikaucab.net

Pero, lo cierto es que, el aborrecible politiquero (bienvenidos todos quienes se sientan aludidos) al margen de tener o no un prontuario de picardías en su trasegar por la vida, seguir el ejemplo de quienes lo formaron, ser un hábil codicioso por naturaleza, portar el gen de la corrupción, llevar inmersa desde la cuna en su epidermis una inclinación delictiva por transportar consigo una serie de estigmas de orden anatómico, biológico y funcional, o haber nacido, reitero , con ciertas taras genéticas y ser un ente proclive a engañar, desfalcar o usurpar habida cuenta insisto, su determinada condición biotipológica; se ha forjado con merecidos laureles, una denigrante reputación que lo precede. (..)

“Corolario” de lo anterior, independientemente de si el delincuente o corrupto, lo sea por cuestiones hereditarias o biológicas (a nivel endocrinológico y neurocientífico existen estudios supremamente interesantes), “llamo al estrado” a los excepcionales Sócrates (“el hombre malvado no lo es por nacimiento, sino por falta de cultura”,  y Russeau (“el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”), para que defiendan su tesis (muy probablemente cierta) aquella de que: el malhechor más allá de nacer, se va haciendo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Fernando Carrillo V.
Abogado del la U. Libre de Colombia, nacido en Bogotá, amante de las letras, siervo del diccionario y discípulo de la palabra bien hilvanada, coherente e impactante. Lector asiduo y explorador nato. En mi Haber literario reposan sendas publicaciones en periódicos de consagrado renombre y participaciones exitosas en concursos de micro relatos a nivel internacional. En la actualidad soy asesor jurídico independiente y consultor en materia gramatical y de redacción, en la composición de tesis, y elaboración de documentos investigativos y textos en general.