El ascenso chino: los actores cambian, pero la estructura permanece

El contrapoder de chinos y rusos frente al hegemón norteamericano se encuentra a la orden del día y los juegos de guerra conjuntos son prueba de ello.

Opina - Internacionales

2018-10-09

El ascenso chino: los actores cambian, pero la estructura permanece

Durante la segunda semana de septiembre, los líderes de Rusia y China, Vladímir Putin y Xi Jinping se reunieron con ocasión del lanzamiento de las maniobras militares más grandes emprendidas por Moscú desde la época soviética.

De acuerdo con fuentes rusas, hasta 300.000 soldados de ese país se vieron involucrados en los ejercicios, mientras que Pekín habría destinado un total de 3.200, a lo que se sumaron otros cuantos procedentes de Mongolia. Estas operaciones hacen parte de las prácticas militares de rutina realizadas por el ejército ruso, pero su magnitud y la participación de China les dan una relevancia que de otra manera no tendrían y se constituyen en una de las pruebas más contundentes del acercamiento diplomático de ambos países.

Ahora examinaremos las relaciones de China con los Estados Unidos, teniendo siempre en mente estos ejercicios, para entender de qué va su alineamiento con Rusia y su participación en los juegos de guerra.

 

Intrusos en Asia Pacífico

A medida que Pekín se plantea como meta convertirse en la potencia más importante en el sistema internacional, ha procurado el sostenimiento de una defensa más férrea de un área que le interesa especialmente, el Asia-Pacífico, en donde su actitud ya le ha granjeado importantes diferencias con EE.UU., que ha visto resentida su primacía en los asuntos regionales.

Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca las relaciones bilaterales entre ambos países se han enrarecido y actualmente se encuentran muy distanciados, el gobernante republicano llegó al poder prometiendo una política de nacionalizaciones en lo económico, mientras culpaba a la inmigración del bache que atraviesa la industria norteamericana y señalaba a países como China, de recurrir a tácticas desleales para sacar provecho en temas comerciales.

Pero la marcada diferencia de intereses salió a relucir de forma aún más explícita, cuando Washington protestó por la política china de construcción de islas artificiales en cercanías de las Spratley, que le disputa a las Filipinas y las Paracelso que se encuentran en diferendo con Vietnam.

Y a ella se añadió la intrincada situación de Corea del Norte, cuando el gobierno Trump lanzó amenazas de ataques y las conversaciones entre Washington, Pekín y Pyongyang se vieron en un punto muerto. Los chinos buscaron una preponderancia mayor en las negociaciones y en esos momentos el gobierno estadounidense hizo gala de cierta impotencia acudiendo a las demostraciones de fuerza para dirigir los acercamientos por donde mejor le convenía, sin éxito.

Entonces, nos encontramos con un gobierno estadounidense abiertamente a la defensiva, que pretende preservar el status quo tal y como se encontraba constituido hasta hace poco, pero el ascenso chino se hace notar, Pekín ha conseguido clientelas relevantes en la península de Indochina y establecido importantes zonas de exclusividad en los mares colindantes, entretanto,  EE.UU. contraataca a través de acercamientos inéditos a Corea del Norte, que constatan de forma incontestable que la geopolítica regional está en un período de transformación importante.

Hoy EE.UU. busca conservar su supremacía y, por eso, le es tan importante mantener su presencia e influencia en bastiones como Taiwán, las islas japonesas de Okinawa, Corea del Sur y Filipinas, pero China marca su territorio con medidas sobre todo económicas, y su gigantesco mercado atenta con monopolizar el comercio de países como Laos, Camboya o Vietnam.

Mientras la influencia estadounidense decrece y su diplomacia patalea para ralentizar su lenta cesión de la supremacía, China aspira a establecerla de manera indisputada y por eso responde con bastante vehemencia cuando Occidente se pronuncia sobre las presuntas violaciones al derecho del mar, por su política de islas artificiales o reclama el cumplimiento de los Derechos Humanos y las garantías democráticas en sitios como Camboya, que inició 2018 inmerso en una crisis de gobierno que iba en contravía de las libertades políticas.

Pekín trabaja para que se respete su posición de fuerza en Asia-Pacífico y reacciona incluso agresivamente a cualquier manifestación de disconformidad ante el sistema que está construyendo.

Así, el mar del Japón, el de China meridional, el mar de Filipinas y en general el Océano Pacífico en su costa asiática, podrían estar en vía de convertirse en un mare nostrum para Pekín y pronto las potencias externas podrían dejar de ser bienvenidas.

 

El campeón del libre comercio

Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en enero de 2017, el jefe de Estado chino, Xi Jinping ha enfatizado su erección como el máximo defensor del libre comercio a nivel mundial y ha manifestado que la defensa de las facilidades en los intercambios es una de las prioridades de su política exterior, todo ello ante la promoción del proteccionismo por parte del presidente norteamericano.

Aunque otros líderes, en otras regiones, como la canciller alemana Angela Merkel o el primer ministro canadiense Justin Trudeau, para Europa y el continente americano respectivamente, también abanderen la preservación de las libertades comerciales, ningún otro dirigente tiene la influencia suficiente como para igualar a Xi en tal propósito ni tampoco cuentan con una agenda tan penetrante en tan variadas zonas del globo.

Durante su reunión con Putin manifestó su intención de convertir a Rusia en uno de sus mayores socios comerciales y ambos jefes de Estado se comprometieron a incentivar los intercambios en moneda local —el rublo ruso y el renminbi chino—, medida que sin duda apunta a esquivar las sanciones económicas impartidas por EE.UU. a Moscú por intervenir en sus elecciones presidenciales, socavando la importancia del dólar como divisa en las transacciones entre ambos.

De esa manera, cuestiona seriamente el rol norteamericano como principal dirigente del mundo, sus sanciones ya no se verán incontestadas y Rusia podrá acudir a su aliado chino en caso de verse afectado por tales medidas.

El contrapoder de chinos y rusos frente al hegemón norteamericano se encuentra a la orden del día y los juegos de guerra conjuntos son prueba de ello.

El cambio en el rol que juegan China y EE.UU. frente a la defensa y promoción del libre cambio, es un factor importantísimo en el momento de imaginar cómo podría ser el orden resultante después del reacomodamiento de fuerzas al que actualmente asistimos, su relevancia no se agota en el tema puramente bilateral chino-estadounidense, ni de Asia-Pacífico, creo que el asunto, por ser termómetro de tendencias globales se vuelve crucial para el mundo entero.

Es bien sabido que Washington utilizó su identificación con los valores democráticos y las instituciones liberales como tiquete para intervenciones militares en otros países, pero preservó discursivamente a la democracia como la forma más elevada de organizarse políticamente y como tal siguió siendo comprendida. En abierto contraste, el gobierno chino se muestra muy despreocupado respecto de la incentivación de las libertades políticas, pero sí le interesa la manutención del neoliberalismo con sus tendencias antidemocráticas, defensoras del empresariado y los intereses de privados a costa del bienestar de la ciudadanía.

Así, se cierra un ciclo caracterizado por la dislocación en la comunidad de intereses de los promotores de la democracia y del libre comercio, que durante tanto tiempo apuntaron a los mismos objetivos, pero que con la implementación en pleno del neoliberalismo a través del tiempo han colisionado.

Ahora los que velan por las metas del empresariado se cambian de lado y siempre buscando su propio beneficio, la maximización de sus ganancias, pugnan por la eliminación de aquellas prerrogativas sociales que estorban en su camino hacia la laxitud en las condiciones de funcionamiento y potenciación de sus negocios.

Xi les garantiza eso, no habrá más promoción de la democracia, —su propio gobierno es autoritario, es el líder chino más omnipotente desde Mao— y lo que podría venirse es el ahondamiento en el libre comercio puro y duro, una reedición de la era de espoliación a los trabajadores consentida por las autoridades estatales, similar a la conocida durante la mayor parte del siglo XIX y hasta la crisis económica de 1929.

Pero el siglo XIX asistió también a las luchas populares y la ampliación de la participación democrática en el seno de Estados que se modernizaban, en cambio, hoy podríamos estar viviendo un proceso casi contrario, con una sociedad civil empoderada y un horizonte democrático más o menos claro, pero con unas condiciones políticas que contribuyen a su retraimiento, de la mano de las transformaciones en los procesos productivos, en el seno del Estado, sus relaciones con los privados y el sitio que jueguen las ONG y otros actores del tercer sector.

Y todo ello con un sistema internacional multipolar que se podría asemejar al decimonónico concierto de las naciones, en donde los poderes más importantes se unan en pos de la defensa del capital, de manera similar a la llamada Santa Alianza —Rusia, Austria y Prusia— que en ese entonces se puso como meta la prevención de las revoluciones, del ascenso de la democracia, y la caída de los regímenes monárquicos.

Con lo anterior, no queremos decir que por el solo hecho de haberlo defendido discursivamente, EE.UU. se haya convertido automáticamente en el país más democrático de todos, somos conscientes de sus aventuras en Vietnam, su apoyo irrestricto a Israel, a las dictaduras en Medio Oriente y América Latina, la protección velada de su autoridad en todas las partes del globo y su constante apelación a fuerzas locales para mantenerla, pero entendemos que las instituciones de la democracia liberal se vieron fortalecidas en países como Alemania, Francia o Suecia, en parte por las garantías que Washington les ofrecía en asuntos de defensa a través de la OTAN, y esos países consiguieron el efectivo florecimiento de mejores condiciones de vida y respeto a las libertades ciudadanas, con la protección manifiesta del poderío militar norteamericano, que se encargaba del trabajo sucio.

Con la primacía china y el resquebrajamiento de la alianza atlántica —de nuevo por los pasos en falso de Trump, pero haciendo caso a una crisis que viene de antes— todo ello acaba, el camino siguiente es de retroceso y se vuelve tarea de países emergentes explorar sus propias vías hacia la democracia, como ha sucedido en Ecuador o Uruguay.

Y todo lo anterior de la mano del buen Xi, que aprovechando los tropiezos de Trump se proclama el principal promotor del libre comercio, del intercambio por sí mismo, utilizándolo en pos de su arribo definitivo a la posición del decisor mayor, de la primera potencia mundial. De ahora en adelante será el encargado de ejecutar el proyecto económico de los Chicago boys, de Reagan y Thatcher  y llevarlo a su máximo esplendor.

Son los mismos intereses, pero quienes los defienden tienen caras nuevas y sobre todo, nuevas procedencias, el papel de los estadounidenses y británicos será jugado por los chinos.

Sin embargo, China sola no podría ni liderar ni hacerle frente al sistema internacional en su conjunto, ningún país podría, el multilateralismo se ha vuelto obligatorio y por eso su acercamiento a Rusia no es gratuito, Pekín se ve beneficiada porque hacer negocios con Moscú se presenta como alternativa ante la guerra comercial que mantiene con Washington, en la que el gobierno norteamericano, entre otras medidas, sube aranceles a los productos chinos acusando a ese país de horadar gravemente su desempeño económico, bajo la retórica nacionalista del gobierno de Trump y su aparente incomprensión de las profundas transformaciones en la forma de producción a nivel mundial, a saber, el éxodo de las grandes empresas hacia países pobres y con regulaciones laborales débiles, en su búsqueda de mano de obra menos cualificada y, por lo tanto, más barata.

Y así, de nuevo, los intereses neoliberales promovidos por los chinos se ponen encima de la mesa, Trump aparece como supuesta alternativa a ellos, pero procede del sector empresarial y con sus actuaciones contribuye a la erosión de las perspectivas favorables a la democracia, ahora también en su propio país.

Es una alternativa caduca desde el principio, un conservadurismo distinto y tal vez, más arcaico. Seguir pensando que EE.UU. será la potencia más poderosa por un buen tiempo más es quedarse en el pasado y las estrategias diplomáticas que ponen a ese las relaciones con ese país por encima del multilateralismo están en el pasado.

 

El regreso de Rusia

Si China se encuentra allanando el terreno hacia una posición de prevalencia que por su economía y sus recursos de defensa adquirirá tarde o temprano, durante el gobierno de Vladímir Putin, Rusia ha vivido una verdadero regreso al panorama internacional, con proyecciones serias en regiones que le habían estado vedadas durante décadas, como Medio Oriente y Asia-Pacífico, un despunte en su capacidad militar y un nuevo despliegue de sus intereses geopolíticos en Europa oriental —Crimea y el Donbás— y el Cáucaso —Osetia y Abjazia del norte—.

Tras la caída de la Unión Soviética en 1989, la crisis y el retraimiento internacional de los años 90, en los últimos años Rusia ha vuelto a ser un actor de gran calado, una de las potencias más importantes y asume su rol con propiedad, como lo atestiguan los juegos de guerra de hace unas semanas, su papel en Siria y sus pretensiones sobre el Mediterráneo oriental, igual que en el caso de Pekín, en detrimento de la amplia supremacía de la que disfrutara Washington durante un tiempo relativamente prolongado.

Pero Rusia no descuida su territorio colindante con Asia oriental y, consciente de los nuevos flujos de capital y la configuración política transicional en curso, organiza un foro económico anual en la ciudad de Vladivostok, en su costa de Asia-Pacífico, en el que se dan cita importantes conglomerados empresariales de la región, japoneses, surcoreanos, taiwaneses, que buscan cerrar negocios con los rusos en su cruzada por la diversificación de los mercados, en su pugna con EE.UU. y la UE, en la necesidad mutua de disminuir su dependencia respecto de ellos, y de estrechar lazos ante cualquier arremetida china.

Como el Pacífico ha adquirido tal preponderancia en lo referente a las rutas de comercio, este tipo de foros resultan ser de primer orden y la asistencia del primer ministro japonés Shinzo Abe y el presidente de Corea del Sur Moon Jae-in a la edición de 2018, simultánea con los juegos de guerra ruso-chinos así lo corroboran. Los nuevos centros del poder internacional de nuevo presentes.

Pero ¿y el contrapoder? Se sienten los vientos de transformación en el sistema internacional, pero también la perpetuación en la primacía de los intereses comerciales y empresariales, las potencias y las formas cambian, sin embargo, la estructura permanece.

Mientras tanto, en Washington se percatan de las bazas perdidas y las alarmas aluden sonoramente al virtual aislamiento norteamericano en gran parte del hemisferio oriental del globo, pues los ejercicios militares rusos generalmente se veían como un entrenamiento preventivo ante la posibilidad de discrepancias con China y se asumía que estos atendían a la necesidad de prepararse para un posible enfrentamiento bélico con ese país en el corto o mediano plazo.

Pero ahora los chinos, enemigos hipotéticos tradicionales, se han unido a las maniobras y los estadounidenses observan confundidos la ausencia de potencia enemiga que amerite las operaciones, luego, fregándose los ojos, se dan cuenta que los juegos de guerra podrían estar dirigidos hacia ellos, en forma de advertencia, pero también para ponerles al tanto de su fuerza conjunta.

Los norteamericanos miran su reloj y entienden que el tiempo en el que fungían como hegemón incontestado ha terminado, que sus horas como país principal en los asuntos de Asia-Pacífico y, en general del mundo, están contadas.

Entretanto, el empresariado migra paulatinamente desde Occidente a las toldas chinas, sus intereses siguen bien representados.

 

Posdata:

Nos dirigimos hacia un sistema internacional multipolar y policéntrico con China a la cabeza. Solo cabe no despertemos en él abruptamente por medio de una guerra —la que sea—. Urgen cambios en la ONU y el Consejo de seguridad. Solo para empezar.

Dos cositas más:

¿Una China neoliberal puede asumirse como alternativa a los estadounidenses y europeos?

Y la Colombia del presidente Duque, tan alineada con la estrella del norte, ¿qué papel juega en este baile?

 

 

 

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Andrés Santiago Bonilla
Politólogo de la UN. Estudiante de Relaciones internacionales con énfasis en medio oriente. Amante de la escritura, devorador de podcast, lector constante.