Eje cafetero: la visión ambiental desde los territorios (I)

En cinco hectáreas, doña Libia Hernández, con una mezcla de empirismo y tecnicismo, construyó en dos décadas un espacio fértil, productivo y lleno de vida; también de contrastes. Parceló su terreno por cultivos específicos como café, maracuyá, yuca y plátano y les dejó el sombrío de árboles del bosque.

Narra - Ambiente

2022-07-29

Eje cafetero: la visión ambiental desde los territorios (I)

Columnista:

César Augusto Guapacha Ospina

 

«Las historias son personajes y situaciones», me dijo un periodista mientras compartía una cerveza en un hotel del Quindío. Yo llevaba todo el día pensando en una historia sobre acciones contra la crisis climática desde una perspectiva comunitaria, pero me estaba hundiendo paulatinamente en conceptos complejos, sin encontrar un camino claro. En ese momento, supe que debía buscar una mirada desde la comunicación y el periodismo.  

Esta es la historia de Libia Hernández, Luis Alfonso Escobar y Esteban Gómez Tirado, tres personas diametralmente opuestas en sus historias de vida, pero con un común denominador: la acción climática. Los tres, desde sus orillas, actúan para evitar que el planeta se enferme de forma irreversible. 

En cinco hectáreas, doña Libia Hernández, con una mezcla de empirismo y tecnicismo, construyó en dos décadas un espacio fértil, productivo y lleno de vida; también de contrastes. Parceló su terreno por cultivos específicos como café, maracuyá, yuca y plátano y les dejó el sombrío de árboles del bosque. En otras parcelas tumbaron todo lo que no parecía productivo.  El rastrojo que en las fincas vecinas barrieron, doña Libia lo deja crecer, ahorrando fertilizantes químicos y de paso le da hábitat a insectos como abejas, hormigas y algunas aves para que cumplan su función de polinizar y fertilizar naturalmente los cultivos. Doña Libia ha visto los resultados: de forma casi inmediata, aumentó la cantidad y la calidad de los productos que cosecha. 

«Los animales son amigos, compañeros que necesitamos para cultivar y cosechar», me dijo Libia mientras bajábamos por la falda de su finca entre radiantes frutales. Íbamos a sembrar un guamo que daría sombra a su cafetal. «Muchas personas pelean contra las hormigas, por ejemplo, las ven como enemigas, pero hay que escucharlas, ellas también necesitan comer y vivir, entonces si aprendemos a escuchar qué necesitan, podemos usarlo para trabajar con ellas porque mueven nutrientes del suelo», me relataba mientras me mostraba que ella destina árboles específicamente para que las hormigas se alimenten. En ese momento, levantó una hoja de aquellos árboles y de forma espiritual resaltó: «yo cogí una hormiga que llevaba una hoja de estas y le dije —hormiguita, usted y yo necesitamos vivir, por favor no se me coman los palitos que acabé de sembrar y cómanse los que sembré para ustedes—, recé tres padres nuestros y santo remedio, ellas no volvieron a tocarme los cultivos». 

Su parcela contrasta con las parcelas vecinas: monocultivos de plátano y café que se extienden por decenas de hectáreas con el suelo desnudo, sin hierbajos, malezas ni grandes árboles. Allí no se escuchan las aves y son escasos los insectos; un paisaje alterado para producir a costa de graves efectos sobre el ambiente, como un riesgo de movimiento de masas si se presentan fuertes lluvias o el desplazamiento de especies animales y vegetales. Además, el futuro de esos cultivos tristes, sostenidos con altas dosis de fertilizantes químicos y fumigantes, es incierto: los altos costos de las materias primas para el agro tienen a estos cultivadores ahorcados. 

Esas parcelas que parecen prósperas y trabajadas, al tener un suelo menos diverso, están más expuestas a la erosión. Las lluvias, cada vez más fuertes a causa de la crisis climática, auguran movimientos en masa más frecuentemente. Mientras recorrimos este predio, pudimos evidenciar un gran desprendimiento de tierra en la parte alta de la montaña debido a las fuertes lluvias durante una noche días antes, justamente en la parte del monocultivo de café con suelo desnudo en un predio vecino. En ese instante, mientras terminábamos el recorrido por el lindero del predio de Libia, ella dijo: «el café no amarra el suelo y por eso se viene cuando llueve, por eso hay que sembrar árboles que amarren el suelo desde las laderas». 

Esta mentalidad de retribuir a la naturaleza lo que les presta, sirvió para mejorar progresivamente su calidad de vida y la de su familia a partir de un manejo integrado de los procesos de siembra, cultivo, producción, consumo y venta de sus productos. Ella siembra diferentes especies en un mismo espacio; en menos de treinta metros tiene café, guamo, guadua, cítricos, guayabo y plátano. No deshierba porque la maleza se mantiene a raya por sí sola y tampoco adiciona productos químicos para mejorar su producción. Con lo que cosecha producción le alcanza para abastecerse e incluso para vender los excedentes en Armenia y municipios cercanos.

Libia fabrica su propio abono a partir del compostaje de los desechos de comida, así consigue un fertilizante natural y potente que complementa el papel de las especies de plantas y animales que ella ha dejado vivir entre sus cultivos. En ese sentido, trata de aprovechar cada cosa que le da la naturaleza para reincorporar nuevamente al ambiente: los tallos de café se utilizan para alimentar los hornos secadores y la pulpa de cereza de café como abono. Una especie de círculo virtuoso en el que reduce costos y mejora precios, nutrición y calidad.

Desde su cosmovisión, Libia pone de presente su trabajo como una forma de cambiar paradigmas y lo resume en una frase: «vivir bien es vivir bien con la naturaleza». Su progreso y trascendencia ha sido tal que ahora incorpora la enseñanza comunitaria como forma de retribuir su conocimiento a las personas interesadas en aprender de viejas y nuevas generaciones porque, según ella: «lo aprendido es para enseñarlo; uno se muere y nada se lleva y en el tema agroecológico, hay que compartir conocimientos». El compartir, parece querer decirnos, es fundamental para el éxito de los procesos sociales y con estos, de los procesos ambientales. 

La sensibilidad de esta mujer campesina ha sido una muestra de tenacidad y capacidad de reponerse a las adversidades. Las pequeñas acciones por sí solas no cambian el mundo, pero muchas pequeñas acciones sumadas pueden cambiar la historia.

 

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César Augusto Guapacha Ospina
Administrador Ambiental. Integrante Panel Radial Ambiente al Aire UTP Pereira. Apasionado por las ciencias ambientales, la política y la economía.