Dialéctica reguetonera

Opina - Cultura

2017-01-07

Dialéctica reguetonera

No puedo evitar empezar diciendo: you already know who it is. La calurosa selva de cemento monteriana me ha servido de inspiración para escribir esta pequeña nota que, fácilmente y bajo supervisión de las autoridades musicales competentes, puede convertirse en un tratado internacional de reguetón.

En adelante van estos lugares que ya no tienen ni diosas coronadas ni Matilde Linas porque han sido sustituidas en contados años por el sexy movimiento de caderas y el alocado twerking. No responder a los estándares estilizados de las altas artes, como el refinamiento y la exquisitez, le ha costado al reguetón un número tan grande de críticas que si las escribiéramos con tinta lumínica sobre el espacio sideral llegaríamos más allá de Plutón.

Aquellos intelecutaloides que leen a Sartre durante su café matinal o a Víctor Hugo en sus tardes de ocio son los que opinan que este género musical es una cachetada a las manifestaciones artísticas porque dentro de las canciones nada parece tener sentido, como el paradójico subir las manos para arriba; además del poco sentido de las frases, pareciera llamarles la atención a los estudiosos de la literatura -que también se elevan con los poemas de Allan Poe en las noches- la crítica situación en la que se coloca a la mujer, como si ésta fuera un objeto de vitrina, cosificándola insólitamente. Todo relacionado con un alto consumo de alcohol y drogas.

¿Cómo puede algo tan de mal gusto ser escuchado millones de veces? Sencillamente porque las artes son el reflejo de la sociedad y de sus pensamientos. El sexo vende, vende mucho. Es por eso que grandes marcas –como Calvin Klein- han sexualizado sus productos para hacerlos ver más llamativos, lo que se refleja en un inmediato aumento de las ventas. Los primeros exponentes del reguetón supieron apoderarse de un tema valioso en exceso comercialmente hablando; la apropiación de la sexualidad como eje central del dialogo musical fue y sigue siendo una mina de oro.

Contrario a lo que se piensa, no es la mujer el elemento central del reguetón, es la sexualidad explicita. En el verdadero núcleo celular del género que está rompiendo en reproducciones YouTubescas se encuentra la relación hombre-mujer, ambos con sus inherentes roles.

Si hacemos, seriamente, un estudio estadístico sobre las consecuencias de un acto violento podríamos quedarnos boquiabiertos ante las alarmantes respuestas. Desafiando a las ciencias numéricas, no estaré desacertado en decir que si Maluma le propicia una deliciosa cachetada a alguna puberta promedio, ésta en su repentino ataque de histeria juvenil no se encaminaría a la estación de policía a denunciar el altercado sino que terminaría en la privacidad de su alcoba pensando en la acción tan excitantemente sádica con la que la habría honrado el sex symbol colombiano. Y solamente Dios sabe qué pasaría si experimentáramos con una más adulta -aunque no por eso menos hormonal- mujer promedio.

¿Qué hacer con el indignante papel internacional que estamos desempeñando los latinos en materia musical? Festejar. Si los europeos con todo su repertorio intelectual de miles de años han dejado tesoros como la Mona Lisa o el David, nosotros venimos al mundo a hacerlo bailar, así nos podemos ir tranquilos –si morimos por algún inesperado ataque nuclear- porque sabemos que el mundo se enloqueció gracias a nuestro perreo intenso.

Y que no quepa la menor duda, de que si Ñejo decide adaptarle una letra inédita al Nocturne Op. 9 N°2 de Chopin tendríamos inmediatamente un nuevo hit mundial.

Rafael Medellín Pernett
Inquisidor.