Después de leer a Juan Manuel Santos

Hay otra locución que tiene, sin duda alguna, un claro destinatario: “Cayó en esa maldita tentación de los caudillos de querer perpetuarse en el poder” (p.58). No vale la pena mentar el nombre de quien claramente es el receptor de este acto de habla.

Opina - Política

2019-05-29

Después de leer a Juan Manuel Santos

Después de leer el libro La batalla por la paz, de Juan Manuel Santos, hay que decir que se trata de una obra interesante, bien escrita y un referente político importante para los estudiosos del conflicto armado y de la construcción de esa esquiva paz estable y duradera.

Planteo en esta columna un ejercicio, permítanme la exageración, de exégesis política de frases tomadas del libro, que bien pueden servir para decir que la batalla que Santos libró por la paz estuvo signada, no solo por una historia política adversa a cualquier asomo de reconciliación, sino por señalamientos directos a personajes públicos que, en sus contextos y circunstancias, aportaron negativamente a la construcción de escenarios de paz y convivencia.

Inicio con un pasaje en el que Juan Manuel Santos recuerda la razón por la cual Otto Morales Benítez renunció a su cargo bajo el argumento de que había <<enemigos agazapados de la paz>> tanto dentro como fuera del Gobierno”. (p. 46).

Este episodio y lo expresado por Morales Benítez debe de servir para entender que dentro de los gobiernos y de la propia institucionalidad siempre aparecerán enemigos de la paz.

Y esos “enemigos agazapados de la paz” de los que habló el exministro liberal, subsisten hoy en Colombia, pero quizás con una diferencia substancial: ya no están tan agazapados, por el contrario, además de que son gobierno, lo expresan con enorme claridad, cuando dicen que lo que quieren es una genuina paz, genuina justicia, genuina reparación, genuina verdad. A lo que se suma que tienen el objetivo claro de “hacer trizas ese maldito papel que llaman el Acuerdo Final”.

Hay otra locución que tiene, sin duda alguna, un claro destinatario: “Cayó en esa maldita tentación de los caudillos de querer perpetuarse en el poder” (p.58). No vale la pena mentar el nombre de quien claramente es el receptor de este acto de habla.

Lo que si vale la pena señalar es que en este pasaje Santos llama la atención sobre un fenómeno sociocultural y político que guarda conexión con la cultura política y con las maneras, a todas luces equívocas, como muchos políticos profesionales entienden el papel del Estado.

En otro momento de la obra, Santos hace referencia a una situación política que muestra la pugnacidad política que ha caracterizado a los líderes, voceros y seguidores de los partidos políticos Liberal y Conservador. Estas dos agrupaciones y bandos son dignos representantes y co-responsables de los frustrados procesos civilizatorios echados a andar en Colombia.

Un artículo de fines de 1933 (cuando Gómez volvía de ser embajador en Alemania del gobierno liberal de Olaya Herrera contra el cual llamaba a resistir): “Nuestro deber (el de los conservadores) es hacer prácticamente invivible el ambiente de la república”. Y un discurso en el Senado el 15 de septiembre de 1940, bajo el gobierno de Eduardo Santos, anunciando la política de su partido: “Llegaremos hasta la acción intrépida y el atentado personal (…) y haremos invivible la república”.

Si miramos bien lo que viene haciendo el llamado uribismo en contra del proceso de paz y de la implementación misma del Acuerdo Final II, sus líderes y voceros muy seguramente lo que buscan es reeditar esas circunstancias de los años 30, para “hacer invivible la República”.

Lo escrito por Santos también tiene un especial valor académico y político en la medida en que sirve para dar sustento a tesis explicativas sobre la debilidad del Estado colombiano y sus problemas históricos para erigirse como un orden justo y legítimo.

Marquetalia y otras zonas similares en lugares alejados de los centros urbanos fueron denunciadas por el senador conservador Álvaro Gómez Hurtado, hijo de Laureano Gómez, como <<repúblicas independientes” en las que el Estado no ejercía ningún control. Y se convirtieron en un objetivo militar” (p. 59).

Hay que señalar que aún, dentro del territorio nacional, hay zonas y territorios en los que el Estado brilla por su ausencia, bien para facilitar las tareas de apropiación irregular de baldíos por parte de latifundistas y ganaderos; o para posibilitar las acciones violentas de narco y paras con la anuencia de agentes estatales conducentes a arrebatarle las tierras a campesinos, y sacar de sus territorios ancestrales a indígenas y afros.

La sentencia que viene a continuación tiene un enorme valor político y académico y sirve para corroborar la idea de que en Colombia subsiste un Doble Estado:

Fuerzas oscuras, lideradas por narcotraficantes y paramilitares, que en ocasiones obraban con la complicidad o la indiferencia de organismos del Estado… asesinaron a miembros de la UP”. (p. 51).

Entre tanto, como “prueba” de las pérfidas relaciones que existen entre clase empresarial (los llamados Cacaos) y la clase política, se cita lo siguiente:

Sin embargo, mi relación con el industrial Julio Mario Santo Domingo –uno de los hombres más ricos del país, dueño de la mayor cervecera de Colombia y de influyentes medios de comunicación – estaba resquebrajada por causa de unos editoriales que había escrito años atrás contra el monopolio de la cerveza” (p. 103).

De igual manera, lo citado sirve para insistir en el poder que se reconoce a los editoriales de los medios escritos y a sus efectos políticos. Y más ahora con lo consignado recientemente por el poderoso New York Times en su editorial en relación con lo que ya el mundo entero sabe: que el gobierno de Iván Duque- Uribe se opone a la consolidación de una paz estable y duradera.

Quizás por ello tenga razón Georges Clemenceau, citado por Santos, cuando señala que “es más fácil hacer la guerra que hacer la paz” (p.49).

Y en esa misma dirección, aunque en circunstancias temporales distintas, para los enemigos de la paz de Colombia, agazapados en instancias de gobierno, la siguiente frase que pronunciara Alfonso Cano tiene un sabor especial: “nos vemos dentro de diez mil muertos” (Alfonso Cano al levantarse de la mesa en Tlaxcala, México. p.56).

Y termino con varias citas. Las dejo para que el lector de esta columna las interprete y les encuentre anclaje a hechos propios de la actual coyuntura política.

Hay una diferencia muy grande entre tener influencia y tener poder (Palacio Rudas a Santos p. 62).

El capital no es amigo de las guerras, no es amigo de la violencia, no es amigo de la inseguridad, ni física ni jurídica” (p.65).

La Tercera Vía es una concepción sobre el papel del Estado que busca un camino intermedio, pragmático, entre las dos corrientes que lideraron el mundo en el siglo XX: la del liberalismo clásico, que propendía por una libertad económica y del individuo en un sistema basado en la propiedad privada, y la del estatismo o intervencionismo, que defiende la propiedad y el control de los medios de producción por parte del Estado, y la preponderancia de los derechos colectivos sobre los particulares.

La Tercera Vía no considera al Estado y al sector privado como actores antagónicos, sino que los ve como aliados que pueden ayudarse mutuamente para lograr la prosperidad social. Y se ha resumido en una frase sencilla, pero contundente: <<el mercado hasta sea posible; el Estado hasta donde sea necesario” (p.67)

La paz y el desarrollo son indivisibles” p. 74 (Mandela, conferencia UNCTAD, citado por Santos.

Lo que mal inicia, mal acaba…Tendrían que transcurrir más de tres años, en los que los atentados y secuestros alcanzaron récords históricos, para que el Gobierno (de Pastrana) entendiera que el proceso, en la forma irresponsable como fue planteado, no tenía futuro”. (p. 97).

 “Decir que la fuerza puede algunas veces ser necesaria no es un llamado al cinismo: es un reconocimiento de la historia, las imperfecciones del ser humano y los límites de la razón” (Barack Obama, p. 122).

 

Foto cortesía de: El Espectador

 

 

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Germán Ayala Osorio
Docente Universitario. Comunicador Social y Politólogo. Doctor en Regiones Sostenibles de la Universidad Autónoma de Occidente.