Columnista:
Alexánder Emilio Madrigal
Publicar algo bueno puede llegar a ser entregar el alma al diablo, o mejor, a “los diablos” que se encuentran como abogados en el infierno. Son múltiples las formas de hacer una publicación y distintos los tipos de escrito publicable. Se podría pensar que es más fácil hoy, con las redes sociales y los alcances de la virtualidad; pero, lo cierto es que sigue siendo un privilegio de una casta selecta que tiene los medios para hacerlo o de quienes con estoicismo luchan por el valor de sus ideas en letras libres.
Esta osadía es posible: para unos, unas veces sacrificando sus propios intereses e incluso su propio bienestar; para otros, cediendo al sistema, reflejo de lógicas clientelares o económicas de nuestra arraigada cultura política, si nos limitamos a la pequeña parroquia hipócrita llamada Colombia.
Como el “gancho” para lograr que usted leyera esto fue el título, no defraudaré la confianza depositada en mí, querido/querida lector/lectora (es difícil escribir con lenguaje incluyente). Para publicar, usted debe primero escribir, acción más que de sentido común. Usted puede escribir lo que quiera, claro, eso si no lo hace por obligación o porque espera “vender su escrito”, situación en la cual esto no aplica.
Puede escribir un libro, no importa el tema ni la extensión; puede hacer un artículo académico, bajo los criterios exigidos por la comunidad epistémica o, en términos menos o más arrogantes, por los “expertos” que saben qué es o no publicable; o puede decidirse por hacer algo más ligero, como una columna de opinión o, simplemente, una carta, un poema o un escrito personal, estos cada vez más en el olvido ante la paulatina extinción de nosotros los románticos.
Por escrito publicable no reconozco aquí cualquiera de las frases o párrafos que se colocan en redes sociales, pues ello puede mejor clasificarse como una especie de terapia catártica, expresiva o de deshago o presunción, como lo fuera el desusado diario íntimo, un otrora subversivo grafiti o un pensamiento escrito que se deja en cualquier parte para alimentar el morboso chisme que tanto gusta.
Luego de escribir, en segundo lugar, debe pensar si en verdad quiere y vale la pena publicar. Respecto al querer, es usted libre de hacerlo o no a sabiendas de que será objeto de críticas o de algo peor, la indiferencia; si en ejercicio de su voluntad libre y espontánea, incluso como propósito deliberado por sus aspiraciones profundas de hacerse famoso o famosa por sus letras, decide continuar, “salir del closet” de los incontables escritores secretos, puede preocuparse por lo segundo.
Lamento decirle que, en general, si alguien quiere publicar, debe, casi como obligación, saber dónde hacerlo para orientar su escrito a la demanda; rara vez se puede publicar por mera oferta (en contadas oportunidades se cumple eso de que “la oferta crea su propia demanda”, como diría la llamada Ley de Say, según los economistas) porque esta depende del sistema o del mercado y sus convenciones y protocolos. Agrego como excepción contadas pequeñas editoriales y sus nobles escritores e incluso algunos trabajos de edición comunitaria.
Así las cosas, la empresa de publicar es una Empresa y como tal debe responder a unos fines de supervivencia elemental: publica o muere. Viene entonces la participación en convocatorias con productos específicos según campo disciplinar, la presentación de propuestas a universidades, editoriales, medios de comunicación, revistas o portales, buscando llamar la atención frente a otros tantos que están haciendo lo mismo, o, si tiene los medios económicos, pagar para que le publiquen, sea cual sea el material. Todo es posible si te permites creerlo.
Ahora la parte hipotética. Supongamos que usted escribió y consiguió publicar. Puede entonces tener un “one hit wonder” como se dice generalmente en la música, ese “palo” que lo sacó del anonimato, ese éxito efervescente… y, con él, la posibilidad de repetir o de llegar a la élite de escritores que sobreviven en el sistema; todo depende de usted y de no ganarse un “enemigo” que no le guste lo que usted hace, sienta que le puede llegar a hacer competencia o le suscite un poquito de envidia de la mala, siendo entonces capaz de succionar el combustible de su esmerado logro.
Si esto último no ocurriese, bienvenido o bienvenida al club, puede ahora seguir buscando de qué vivir para seguir escribiendo porque, por lo menos en Colombia, de eso no se vive si no se está en la verdadera cumbre, donde la maquinaria de la imprenta o de las ediciones masivas o mediocres posicionan qué se lee y, además, evalúan qué puede o debe llegar a la escasa comunidad lectora.
Para cerrar, no quiero ser pesimista. Escribir es un ejercicio humano maravilloso y de él depende la supervivencia de nuestra especie, dado que de no existir sería imposible la transmisión de la cultura y, sin ella, simplemente no habría comunicación ni sociedad y seríamos como zombis pegados a otras formas de interacción, atados a aparatos artificiales, sin capacidad de pensar (¿o acaso ya llegamos a ello con estas generaciones que no les interesa leer algo edificante?, como diría un “sabio” “adulto”).
Escribir entonces, si se trascienden los límites de lo decible a cargo de los que publican, sea jugando con sus propias reglas o rompiéndolas con originalidad y rebeldía, es una necesidad para el mundo de hoy.
Entonces, ¿cómo no perderse en el intento de publicar? No ceda la integralidad de sus ideas, no las venda por vender; si quiere jugar con las reglas, hágalo, pero no sea parte de la masa arrogante de expertos o genios de la escritura; siga escribiendo, pruebe una y otra vez, toque puertas, rompa modelos, experimente, pero jamás venda su alma al diablo, pues de ellas se encuentra lleno el purgatorio de fracasados o exitosos intrascendentes que no escriben nada de corazón, contadas pequeñas excepciones.