Una vez firmados los acuerdos del fin del conflicto con el grupo guerrillero de las Farc, los colombianos fincamos nuestras esperanzas en un futuro mejor, con más oportunidades para todos; no obstante nuestro anhelo ha sido efímero pues el país se ha conmocionado con una serie de hechos violentos que han minado nuestra confianza y ha disminuido los indicadores de percepción en materia de paz, seguridad y convivencia armónica.
Al hecho que todos los días asesinan a defensores de derechos humanos y gestores de paz sin que al gobierno le importe y se lave las manos argumentando que sus muertes se deben a líos de faldas, debemos sumar acontecimientos como los que nos hizo vivir el grupo subversivo ELN, el cual perpetró dos ataques contra miembros de nuestra institución policial en el departamento del Atlántico que nos dejó perplejos por la forma alevosa y traicionera como fueron ejecutados.
No habíamos despertado de semejante tragedia y ya nos sentíamos inermes por un hecho que causó estupor nacional cuando una banda de delincuentes en la capital de la República sin la más mínima consideración atacó a bala a una indefensa mujer embarazada a la que dejaron cuadripléjica por robarle su carro.
No inferior ha sido la indignación que la sociedad colombiana ha sentido al enterarse que en un absurdo caso de intolerancia en Medellín donde unas adolescentes, estudiantes de un colegio de esa ciudad, atacaron sin piedad a otra estudiante menor de edad solamente porque sí. En Cartagena ocurrió en esa misma semana una tragedia que no tuvo el cubrimiento de la prensa nacional pero que a nosotros los cartageneros nos dejó con una profunda tristeza al ser testigos de cómo una niña de escasos 15 años asestó una certera puñalada en el cuello a un hombre, cegándole la vida en medio de una discusión.
Para colmo de males la sociedad colombiana se ha sumergido en medio de una campaña política con miras a elegir congresistas en marzo y en mayo al próximo presidente del país. Dicha campaña a todas luces ha sido pobre en propuestas de progreso y bienestar para los colombianos, pero ha sido rica en polarización, en calumnias, mentiras y guerras verbales entre los candidatos que lo único que logran es exacerbar los ánimos de los electores.
Ante tantos casos de inseguridad, violencia, intolerancia y polarización en que vivimos como sociedad y que no alcanzamos a relatar en este texto, es justo preguntarnos: ¿Por qué somos así?
Tal vez, para contestar este interrogante sea preciso consultar con expertos y creo, es lo que haría cualquiera en mi lugar, pero particularmente considero innecesario acudir a la opinión de filósofos, psiquíatras, psicólogos, sociólogos, politólogos o que se yo que otras figuras existan para estudiar y hablar de estos fenómenos a los que como sociedad nos vemos sometidos. No se necesitan cuatro dedos de frente cuando la respuesta es una sola: POLÍTICA.
Los griegos definieron la política como el arte de gobernar los pueblos (Politica est ars gubernandum populum), entendiendo que la política es una rama de las ciencias sociales que se ocupa de la actividad, en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por personas libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva. Es un quehacer ordenado al bien común. Es la ciencia social que estudia el poder público o del Estado. Promueve la participación ciudadana al poseer la capacidad de distribuir y ejecutar el poder según sea necesario para garantizar el bien común en la sociedad. Sin embargo, toda esta verborrea teórica y filosófica se queda en el tintero cuando afrontamos nuestra realidad.
Los colombianos somos violentos, intolerantes y vivimos en constante polarización porque desde el mismísimo descubrimiento de América nuestro modus vivendi cambio totalmente. Recuerden ustedes que quienes llegaron detrás de Cristóbal Colón a colonizar nuestras tierras no eran ningunos santos en su madre patria, al contrario, aquí llegaron en busca de riqueza y vida fácil toda una recua de ladrones y delincuentes que en España no eran más que escoria y que usaron la religión católica (bastión de semejante baño de sangre en nuestras latitudes) para dominar a los nativos.
Posterior a la época de la colonia sobrevino la campaña libertadora de Simón Bolívar que una vez finalizada nos dejó una herencia maldita: Los partidos políticos. Bolivarianos y Santanderistas que fueron mutando a través del tiempo en versiones más despiadadas y brutales dando paso a los llamados pájaros y chulavitas, godos y cachiporros, liberales y conservadores, santistas y uribistas, los del SI y los del NO, los de la izquierda y los de la derecha, los fascistas y los castrochavistas que sin ningún rubor hicieron y siguen haciendo correr baños de sangre por todo el territorio nacional con semejanzas entre la violencia impuesta por los españoles durante la colonia y a la que nos somete la clase política en el siglo XXI como el uso desmedido de la fuerza, las armas y la religión.
Pero con un factor diferencial, hoy la ostentación del poder se sostiene con el apoyo del narcotráfico y la corrupción desbordada que les da licencia para manipular los medios de comunicación que influyen en colectivo sin que sientan el más asomo de vergüenza, por eso ellos, los fundadores del importaculismo colombiano no tienen inconveniente en parcializar la información en los noticieros, les importa un comino producir narconovelas, evidentes apologías del delito que han enseñado a varias generaciones a adorar al delincuente y a odiar la literatura, por eso en emisoras radiales ya no se escucha música clásica, ni siquiera el bachillerato por radio existe, pues se prefirió darle paso al reggaeton para enseñarle a nuestras juventudes que las mujeres no son más que un objeto sometido a la violencia y el capricho sexual del hombre.
Nosotros como sociedad tenemos la obligación de cambiar el rumbo de nuestra nación, somos el poder constituyente y en nuestras manos está labrar un futuro mejor para las generaciones venideras y este 2018 es la oportunidad.
Imagen tomada de El Colombiano