Coalición Colombia y el problema número uno de Colombia

Hasta el momento este grupo carece de una agenda común que sirva como base de cara a la campaña del próximo año.

Opina - Política

2017-11-27

Coalición Colombia y el problema número uno de Colombia

En el proceso de dilucidar aquellos proyectos de país con vocación de poder y viabilidad de cara a las elecciones de 2018, que son distintos al ominoso autoritarismo que hemos venido exponiendo en columnas anteriores, nos hemos cruzado con Coalición Colombia, que aglutina las aspiraciones presidenciales de Claudia López, Jorge Enrique Robledo y Sergio Fajardo.

Hasta el momento este grupo carece de una agenda común que sirva como base de cara a la campaña del próximo año, más allá de su rechazo a la corrupción, que se ha vuelto su bandera y parece ser el elemento que permite la alianza.

Siguiendo el discurso expuesto por estos líderes, la corrupción se ha convertido en el problema número uno de Colombia, ya que los desfalcadores, saltimbanquis e inescrupulosos se han tomado el conjunto del aparato estatal, siendo los responsables del atraso del país en la mayoría de las materias y la creciente apatía de la ciudadanía frente a la política, que es vista como terreno culebrero, en donde se sobrevive a base de favores, dádivas y otras prácticas que afectan gravemente los intereses de las personas del común.

Ante esta realidad, se subordina la importancia de los asuntos relacionados con la guerra y la paz, pues el hincapié en estos sería el causante del abandono estatal en muchos campos y de la pasividad popular frente a situaciones execrables que rodean asuntos como la salud y la educación en el país.

Se culpa a la corrupción de las precarias condiciones que son estructurales en muchos de los asuntos nacionales, cual si fuera un malvado monstruo de fauces cavernosas y despiadadas, pero se ignora que la condición estructural de estas realidades también obedece al irresuelto problema de la guerra y es éste el que alimenta al engendro, y no al revés.

Entonces, la triada antes mencionada parte de una visión de Colombia que pretende ser más integral, yendo más allá de lo relativo al conflicto porque las percepciones que se centran principalmente en él, les parecen reduccionistas y tradicionales.

Sin embargo, esta postura tiene el defecto de dar por sentada la implementación del acuerdo firmado en La Habana resultando en el afán o la prisa que tienen por, como ellos dicen, pasar la página. El conflicto languidece ante la corrupción, y cede su importancia ante ella.

Este grupo pretende representar a todos aquellos cuyas necesidades trascienden lo relativo al conflicto-, tratando de encarnar las aspiraciones de la escasa clase media, apelando al voto de opinión y la representación de intereses de importantes sectores urbanos que han gozado de alguna educación.

A parte de la lucha anticorrupción y la voluntad de configurar una alternativa para las próximas elecciones, este grupo ha sido enfático en la inviabilidad de recibir al recién creado partido político FARC en sus toldos.

Como representante en el Polo de la facción del MOIR, es apenas lógico que Jorge Enrique Robledo se oponga a un acercamiento con FARC puesto que la plataforma ideológica de ese grupo ha sido el rechazo de la lucha armada, aún desde la izquierda. Por otro lado, López y Fajardo han repetido en varias ocasiones su lejanía respecto al nuevo partido político, siguiendo la necesidad de establecerse como una alternativa de centro, que sea capaz de copar amplios espacios y así sustentar la vocación de poder que tendría la propuesta para las elecciones del otro año, aunque su negativa también responde a cierta repulsa que causan los ex guerrilleros, aún entre estos grupos políticos que se llaman a sí mismos de centro o de izquierda.

De todas maneras, más allá de estos dos puntos comunes, no hay nada concreto todavía. Se apuesta por una renovación, pero los métodos son aún incógnitos y se dependerá de las necesidades coyunturales para configurar un proyecto que podría ser el único realmente viable frente a las huestes conservadoras-autoritarias encarnadas por Uribe y Vargas Lleras.

Uno de sus puntos fuertes es la puesta en contexto de la situación de la política en Colombia, dado que las instituciones políticas y jurídicas están haciendo agua y su negación sistemática respecto a las reformas que necesitarían agrava el problema. Entonces, se siente en su discurso cierto catastrofismo que se corresponde con el agotamiento del régimen actual y el déficit de democracia.

De hecho, para este grupo está claro que las reformas importantes que tienen que llevarse a cabo en el país tendrían que tramitarse por fuera del Congreso y las Cortes, ya que esas ramas se encuentran realmente cooptadas por poderes oscuros que le hacen el juego a los vicios derivados de lo existente. Y así excluyen al Judicial y el Legislativo del panorama como agentes de cambio y por ende, las alternativas deben provenir desde afuera del régimen político y también de un eventual Ejecutivo encabezado por uno de ellos.

Ahora, ese tipo de discursos también avalaría a un autoritarismo redentor que buscara curar a la democracia de sus males suspendiéndola con la finalidad de crear el orden nuevo. Ese tipo de discursos, aunque dan relieve al desastre institucional en el país, también justificaría una dictadura. Por eso hay que hilar fino, tener cuidado con la argumentación y lo que se está diciendo.

A pesar de la presencia de Robledo, la Coalición se caracteriza por un rechazo de la dicotomía izquierda-derecha y por una asepsia de tendencia apolítica que cala de forma contundente entre el ciudadano de a pie, hastiado de las triquiñuelas con las que se maneja la política tradicional y el amiguismo que domina en los asuntos públicos.

Es en esa indefinición, en la dichosa tibieza que les ampara, donde tal vez se encuentre su potencial más grande, como ya demuestra el repunte de Sergio Fajardo en las encuestas, basado precisamente en el carácter insulso de su discurso político.

La podredumbre en la clase política colombiana es tan aguda y la polarización frente a la falsa dicotomía Uribe-Santos es tan honda, que su posición nebulosa ya le hace distinto y eso podría hacer de él un candidato relevante.

Con todo, hay algunas objeciones respecto a Coalición Colombia y su propuesta que me permito anotar:

Primero, creo que a pesar de lo prolífico de la corrupción en Colombia, el problema número uno del país sigue atado al tema de la guerra y la paz, pues es  éste finalmente alrededor del cual gravitan las propuestas y proyectos más importantes de la facción conservadora-autoritaria. Es necesario recordar que aunque las negociaciones de La Habana tuvieron un desenlace positivo con la firma del acuerdo, la etapa que apenas inicia es crucial para la construcción de una paz duradera y con ello, de un país realmente nuevo, en donde no haya cabida para la violencia política en el campo.

Hasta ahora el Estado se raja en ese punto, mientras que su nivel de cumplimiento de lo acordado es paupérrimo, vergonzoso. Recordemos que el conflicto toca a los asuntos de fondo y la corrupción a aquellos de forma, aún siendo mediática y escandalosa.

Por eso, lo primordial viene siendo la honra de la palabra empeñada por parte de la institucionalidad colombiana, ya no hacia la guerrilla convertida en partido político, sino con las víctimas del conflicto y los millones de pobres que indirectamente se ven afectados por la existencia de la guerra. En ese sentido, la corrupción viene siendo un aditamento más a la compleja situación político-social del país, como lo fuera el narcotráfico en su momento, relativamente pasajera aunque impresionantemente tóxica y ante ella, el conflicto perdura, estuvo presente antes del auge de los desfalcos y estará después a menos que lo resolvamos ahora que tenemos oportunidad.

Así, el punto más relevante, al menos a mis ojos, no vendría siendo la erradicación total de la corrupción –objetivo complicado en demasía sin cambiar la cultura política- sino el final del conflicto y una transición adecuada después de él.

Soy claro, es la defensa de lo pactado el punto principal y por mucho la real prioridad. Aquí creo que la triada anticorrupción falla, dado que el soslayo no es suficiente y la defensa del acuerdo y su implementación debe ser airada y contundente.

Segundo, la concepción aséptica de la política mencionada más arriba, en donde los precandidatos se hacen pasar por personas que no son políticas profesionales, no es sólo falaz y aunque podría resultar exitosa electoralmente, les emparenta con aquellas concepciones exageradamente técnicas de la política –véase Peñalosa-, en donde ésta se niega a sí misma, y su valor transformativo se vuelve estéril, deviene conservadora, parte del establecimiento.

Tercero, frente a la participación de la potencia electoral de Robledo para el Polo y de Claudia López para el Partido Verde en la contienda presidencial y su consiguiente exclusión de las listas para senado por sus respectivos grupos en la próxima elección, se avizoran dificultades respecto de ambos grupos para conservar la personería jurídica, pues de no superar el umbral requerido podrían perderla, saliendo formalmente del escenario político. Ante la debilidad de la plataforma que les sirve de base, resulta quimérica la opción anticorrupción como programa serio de gobierno y su fracaso se vuelve casi una profecía auto cumplida.

Podríamos llegar a un ámbito en donde incluso con alguno de ellos en la presidencia, tengamos un Legislativo copado por la opción conservadora-autoritaria mientras que la izquierda esté representada por un partido FARC ilegítimo entre gran parte del electorado y representativo de una parte muy pequeña del espectro político.

De ser tal la configuración del poder legislativo en el próximo cuatrenio, la implementación del proceso de paz se vería seriamente comprometida y el rango de acción de quienes abanderan las propuestas alternativas al conservatismo autoritario se reduce, hasta casi diluirse completamente y tendríamos que prepararnos para una contrarreforma contundente que perpetuaría la violencia política. Así, el tema de la guerra y la paz no pierde el primer lugar de la agenda.

Por último, debo criticar la configuración mediática que ha tenido la lucha anticorrupción, vista desde el discurso propuesto por Coalición Colombia, pues en el sentido propuesto esa animadversión no aterriza convertida en alternativas viables para hacerla mermar y más allá de la capitalización del hastío ciudadano respecto de los robos en bienes públicos –que las más de las veces es doble moral de la gente-, no se vislumbran soluciones tangibles.

La corrupción deviene significante vacío, un concepto hueco que podría ser utilizado a voluntad por quienes lo esgrimen como caballito electoral sin tener en cuenta los factores de fondo que contribuyen a la corrupción en la situación actual, pertenecientes a la cultura política de la población colombiana. Así las cosas, corrupción es todo y nada y el proyecto, aunque loable, podría carecer de contenido.

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Andrés Santiago Bonilla
Politólogo de la UN. Estudiante de Relaciones internacionales con énfasis en medio oriente. Amante de la escritura, devorador de podcast, lector constante.