Ciudadanía activa como alternativa a la crisis

Opina - Sociedad

2017-02-04

Ciudadanía activa como alternativa a la crisis

Para nadie es un secreto que nos enfrentamos a una crisis de gobernabilidad a nivel global que involucra no solo a los dirigentes políticos, sino también a los ciudadanos, quienes en suma, somos los que elegimos a nuestros representantes y que con nuestras acciones, moldeamos la cultura y la sociedad en la que vivimos.

Saltan a la vista las evidencias de una pérdida de ética en la vida cotidiana y en la interacción política. La polarización es solo un síntoma de la incapacidad de diálogo, de la ausencia de consensos y la falta de humanismo en las decisiones políticas. Se responde a intereses partidistas y económicos y casi nunca, a intereses generales y necesidades sociales de largo aliento. Más grave aún, los ciudadanos estamos decidiendo desde la emoción y hemos perdido toda capacidad de debate y análisis racional. Estamos guiados por las pasiones que emanan de los “marketineros” políticos y los medios de comunicación.

Occidente observa casi inmóvil, como en las últimas décadas, la vida política de sus naciones ha sufrido el efecto péndulo, yendo de un extremo a otro entre las ideologías de izquierda y de derecha.

Pero ni un extremo ni el otro, han logrado satisfacer las expectativas de millones de ciudadanos que ven como las ilusiones de un cambio se esfuman entre promesas incumplidas, escándalos de corrupción e inestabilidad institucional.

Existen en la actualidad, la tecnología y los recursos para generar un estado de bienestar para toda la población mundial, pero los gobernantes han sido incapaces de cerrar brechas de inequidad y desigualdad, que ni siquiera las grandes reformas o la introducción de políticas públicas han logrado subsanar. Pareciese que los grandes retos del siglo XX y principios del XXI le quedaron grandes a los gobernantes y que por más recursos y cambios que se generen, la brecha se sigue ampliando y la ilusión de la igualdad, es un tren que se descarrila dejando a su paso millones de vidas en la miseria.

Amplios cordones de pobreza circundan las grandes ciudades donde se venden sueños que solo unos pocos podrán cumplir. Los objetivos de desarrollo del milenio aún tienen una amplia agenda de compromisos y metas pendientes en asuntos como la erradicación de la pobreza extrema.

Si bien es cierto que, desde la segunda mitad del siglo XX conceptos como ciudadanía y democracia se han fortalecido, también es una realidad que la concentración de la riqueza en manos de unos pocos y las desigualdades globales se han profundizado. “Somos participantes de una aldea global donde la desigualdad económica se amplifica y las oportunidades culturales se estrechan” (Schuschny, 2007).

Vivimos bajo el dominio de las compañías multinacionales y trasnacionales que inciden de manera directa en la toma de decisiones gubernamentales y que solo representan intereses de grupos particulares. Los gobiernos están sujetos en muchas ocasiones a la influencia de los grupos económicos que sin ninguna ética extraen recursos naturales sin retribuir en beneficios a la ciudadanía. “Las 51 economías más grandes del planeta son, en verdad, compañías trasnacionales, y las 300 más grandes tienen una valuación superior al valor de producto bruto de todos los países del mundo desarrollado” (Schuschny, 2007).

La esperanza de democracia con igualdad y progreso económico se ha convertido en la mayor falacia de nuestros tiempos. El contexto evidencia un sistema salvaje, depredador que mutila sueños y encadena seres humanos a la lógica del mercado. Dentro de esa dinámica perversa lo que menos importa en la humanidad, importan eso sí, las cifras, los porcentajes y todo tipo de cálculos economicistas.

Se necesita un cambio de mentalidad, pero ante todo, somos los ciudadanos quienes ante la inacción de nuestros representantes, debemos asumir un rol más protagónico en el cambio que la sociedad necesita.

Una ciudadanía pasiva es la que se limita a ser beneficiaria de derechos y a elegir a través del voto a sus gobernantes, sin más. Por su parte, una ciudadanía activa establece mecanismos de veeduría a sus gobiernos, participa en la vida política de sus regiones, se organiza y es capaz de establecer agendas con temas importantes para que sean gestionados por la rama ejecutiva del poder público.

Una ciudadanía activa es capaz de debatir, de confrontar sin agredir, de denunciar y de generar reflexiones colectivas que sean una alternativa a la manipulación mediática a la que nos reducen los medios de comunicación nacionales.

Imagen cortesía de: The Huffington Post

La ciudadanía no se ejerce en las redes sociales, se requieren espacios de participación donde los ciudadanos puedan incidir en los asuntos públicos. La democracia ubica en un lugar de preponderancia al ciudadano, pero en la vida real hemos actuado como sometidos de unos gobernantes que en pocas ocasiones representan los verdaderos intereses y necesidades de la sociedad.

Un cambio en la dinámica política del país, requiere una nueva ética tanto de gobernantes como de los ciudadanos. Mientras exigimos a nuestros gobernantes, nos corresponde hacer también nuestra tarea. En la vida cotidiana debemos ejercer una ética ciudadana, generar una nueva cultura ciudadana que sea la base de actuación para las nuevas generaciones.

No solo somos sujetos del mercado, consumidores pasivos. Eso es lo que quieren muchos gobernantes para manipularnos. Debemos ser críticos, analizar, leer, no guiarnos solo por lo que dicen los medios de comunicación que pertenecen a los grandes conglomerados económicos del país con intereses de clase bien definidos.

Pero en lo básico, en la vida cotidiana también debemos ejercer una nueva ciudadanía fundamentada en una ética de la vida. Respetar al otro, aceptar la diversidad y la diferencia, criticar con argumentos y cuando sea necesario, informarnos, formarnos, ayudar al otro, aplicar criterios de solidaridad y cooperación en nuestras relaciones familiares, barriales y sociales.

El contexto no es fácil y el panorama no es nada alentador. Las lógicas del mercado cada vez más están inmersas en todos los ámbitos de la vida social y política. Sin embargo, aún es posible que revaloricemos el papel del ciudadano no como aquel que toma justicia por propia cuenta ante la ineficacia de sus gobernantes, sino como aquel sujeto político con mirada crítica, que piensa antes de votar, que no se deja guiar por pulsiones sino por la razón, que es capaz de mantener una ética de la vida cotidianas y generar cambios en su entorno inmediato. Necesitamos ciudadanos globales, pensantes pero también sintientes, o como dice Eduardo Galeano seres sentipensantes.

Como decía el emérito profesor Julián Meza en la introducción del libro “Ciudadanos sin Brújula de Castoriadis” “nada es más evidente que la barbarie que predomina en el mundo actual y nada más necesario que la autonomía ajena a los nacionalismos, a las creencias religiosas, al origen étnico, a la totalitaria globalización de las economías y el mercado”.

( 1 ) Comentario

  1. El escrito deja la sensación de novedad, de un suceso novedoso en la sociedad y es la ausencia de debate ciudadano y la elección reflexiva; difiero, tal vez ahora es más evidente ahora, pero no puedo ubicar un ejemplo de política social de largo aliento elegida por los ciudadanos, o de debate crítico con participación mayoritaria.

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Diego Jaramillo
Comunicador Social y Periodista, Especialista en Estudios Políticos y Magíster en Comunicación. Me apasiona la literatura y la escritura en todas sus formas.