Circo romano para los espectadores

Este tipo de periodismo (amarillista) ha implantado deliberada o inconscientemente una epidemia amnésica como si en Macondo nos encontráramos y su síntoma más escandaloso yace en la naturalización de la violencia, sustento principal de su éxito.

Opina - Medios

2021-09-04

Circo romano para los espectadores

Columnista:

Juan Fernando Gallego Barbier 

 

Por favor, sangre para las cámaras. Nada más apetitoso que un trozo de tormento para los espectadores; nada más exquisito que ese sufrimiento que a pequeños bocados ingieren ojos morbosos curando su propia miseria al brotar de las lágrimas ajenas. Afganistán es uno de los innumerables casos en que la desesperación ante la inminente pérdida de la vida o la libertad (si es que se pueden tratar por separado) nos sirven de alivio para ahogar una hemorragia interna que desborda los tejados de nuestra patria dolorida y fantasmagórica por tantos años que aún nos faltan y aúllan desde aquel espacio liminar entre la realidad y el olvido. Me resisto a creer en el olvido necesario, en el despedazamiento de las biografías y la historia para poder seguir. Sea bienvenido el dolor y la melancolía, pues la felicidad no alcanza nada más allá de esto.

Pero permítaseme plantear el siguiente asunto. Hay una cuestión fundamental que podemos introducir con la frase de cajón (que por algo lo será) «Quien no conoce su historia está condenado a repetirla». Como Colombia es un país que ha transcurrido históricamente a partir de convulsiones violentas, la reconstrucción de ellas y su narración se hacen necesarias para su superación y avance. No obstante, y siguiendo a Walter Benjamín, narrar no es hablar cuerpos que colisionan y asesinan otros 6 mil y tantos inexistentes como si de una cuestión de la física se tratara. Tampoco se trata de cuantificar la cantidad de sangre que ha corrido ni de exprimir el dolor de una víctima a ver si se genera más rating. Si bien es necesario saber qué pasó, es de igual importancia saber y expresar cómo se vivió, y es esto último el verdadero sentido del narrar, de la plena construcción de memoria.

El horizonte de sentido que nos cobija y nuestras posibles interpretaciones de los hechos siempre permeadas por una determinada disposición anímica es fundamental para entender la formación de la memoria. Esto, en otras palabras, es la perspectiva de una historia que no se desarrolla entre objetos inermes que chocan porque una fuerza trascendental tiró una primigenia pieza de dominó que comenzó todo. Es, más bien, el entrelazamiento y choque constante de razones y corazones, de libertades y esclavitudes que se unen y se destruyen mutuamente, aunque también de un destino azaroso que siempre termina en tragedia y muerte. Por esto, para entender dónde estamos parados, necesitamos saber cómo y por qué llegamos aquí. El presente es ininteligible sin un pasado que lo posibilite.

Quien manipule el pasado, manipula el presente, y quien manipule la memoria, adquiere la capacidad de legitimar su poder, de naturalizarlo, como ha sucedido con el relato de Adán y Eva, la teoría evolucionista o los prodigios del Jabón Rey para las manchas y la brujería. Pero esto nos deja con una papa caliente en la mano: la memoria misma.

Desde aquí se manifiesta, entonces, un deber ético y político con respecto a la memoria, pues es ella lugar de encuentro y confrontación de actores que buscan legitimar un ejercicio de poder sobre el estado de cosas actual. Construir memoria se torna en un acto de lucha, reivindicación y búsqueda de justicia. Derivado de esto, adquiere ella un matiz ético que se debe reflejar en la voluntad de verdad y justicia de quienes configuran los relatos, lo cual evitaría una falsa reparación traducida en revictimización.

Si bien es responsabilidad de todos los ciudadanos la construcción de la memoria, una buena parte de la responsabilidad en este trabajo recae sobre el periodismo, origen no solo de informaciones, sino también, de percepciones traducidas en las formas en que se espera que el público reciba y comprenda el mundo que se expone por su labor. Y es claro, todo medio de comunicación maneja determinadas líneas editoriales, pero ninguna de estas es suficiente excusa para justificar un amaño disfrazado de edición, intencionado y consciente de la información en pro de la legitimación de individuos o grupos sociales, políticos o culturales que atentan contra la vida, la libertad e integridad de los demás ciudadanos. Si esto es inaceptable, mucho más lo constituye pintar las heridas ajenas como un circo para la audiencia. Qué emocionante les resultan los machetazos y balazos que revientan la frágil humanidad de un otro, pero qué doloroso es ver hacia adentro y taparse la cara del asco y la vergüenza que les produce la gangrena interna que les ha carcomido el alma.

Cuando pensamos la memoria como campo de confrontación de poderes donde confluye el hecho contado objetivamente y sin amaños junto con la narración de experiencias vitales que han trastocado las carnes de las víctimas y victimarios, encontramos de manera más clara aquel patógeno invisible, pero repugnante que nos amenaza desde los noticieros y periódicos amarillistas. Además de que mucho hablan y poco nos dicen, este tipo de periodismo ha implantado deliberada o inconscientemente una epidemia amnésica como si en Macondo nos encontráramos y su síntoma más escandaloso yace en la naturalización de la violencia, sustento principal de su éxito.

Muchos periodistas tienen una deuda que saldar y deben empezar por ir más allá del impacto que quieren generar en relación con su incremento en la audiencia. No más hacer de las lágrimas ajenas el entretenimiento propio; no más promoción del vil vampirismo que busca en los medios sangre para satisfacer un desalmado morbo. La memoria y el pasado que yace en ella están en juego, y con ella nuestro propio presente empobrecido por una ola arrolladora de información vacía y deshumanizante. Aunque tal vez Borges tenga razón: eso de abrir un periódico o encender el noticiero puede que no valga la pena más allá de un par de veces por año… o siglos.

 

( 1 ) Comentario

  1. Replyalvaro medina uribe

    qué casualiad, yo conozco una rata llamada vicky dávila, sucia, cochina, despreciable, ah sí!, amarllista, será que esta colomna se refiere a ella????????????????????????????????????????

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Juan Fernando Gallego Barbier
Técnico en tanatopraxia. Estudiante de filosofía de la Universidad de Antioquia.