Columnista:
Édgar Uruburu
He venido tramando, más que pensando, cómo encabezar esta misiva. Hace poco un columnista de La oreja roja escribió acerca de cómo el impacto causado por las primeras líneas de un libro son claves para que permanezca en la memoria de la literatura. Creo que de igual manera ocurre con los poemas, las cartas de amor, las cartas abiertas… y máxime si se trata de la carta a la COVID-19.
Así que comenzaré por el saludo habitual. Querida #COVID-19… No creo que deba decirle querida por el daño que está ocasionando. Sería entonces: detestable COVID- 19… ¡Hum!, los positivistas extremos no estarán de acuerdo. Estúpida COVID-19. Esto me suena a odio, es un mal acto en tiempos en que todos podemos vernos afectados.
Realmente me está costando un poco comenzar esta carta abierta. Si fuera mi enamorada sería más fácil: dulce y amada princesa, mi hermosa flor de primavera, eres lo máximo. Te amo y te extraño. Tus besos son lo máximo… ¡Ah!, pero en este punto quizás los exagerados dirán que estoy fallando porque se supone que debo usar tapabocas obligatoriamente, y no podemos salir juntos, ni tomarnos de la mano, que la Policía puede imponernos un comparendo. Nos separamos y esperaremos llegar a casa para poder transmitirnos nuestras emociones virales sin que nadie sienta miedo, ni nos diga nada por el intercambio del dulce néctar de los besos ‘covidianos’.
Amada COVID-19 es el término que más le gustaría escuchar al sacerdote, al pastor o a todos aquellos que siempre creen que si algo malo sucede es porque algo bueno está por llegar. Algunos dirán que somos afortunados de estar con vida ante la avalancha de una enfermedad tan mortal. Dios proveerá, manifiestan otros olvidando a los miles y miles que han muerto y no pueden decir nada, porque ya sus voces navegan en el silencio.
Claro que sí debo dar las gracias a la COVID-19 o al universo o a la luz infinita porque alcanzó a tocar nuestras puertas. Mi hija dio positivo, pero fue un caso leve y ella es una afortunada sobreviviente. Otros miles no pueden darle las gracias por miles que se han ido y, más aún, por los miles y miles —que significa millones y millones de personas— a quienes las consecuencias dejadas por la pandemia los ha llevado a la pobreza. No pueden dar las gracias a un asesino mortal que llega como un desconocido a hacer lo que se le da la gana.
¡Hey!, pero un momento, la COVID-19 en sí no es la culpable. Solamente cumple con la misión que le fue encomendada por el universo, por el Padre Universal, por Buda, por Dios Todopoderoso, por Alá y todos los dioses que pululan por el mundo, todos aquellos superiores que nadie ve, pero a quienes todos les temen. Sus mensajeros les dirán que la COVID-19 no los tocará si continúan dando la limosna y cumpliendo con el diezmo.
Querida COVID-19, no puedo sentir cariño por ti porque llegaste justo a tiempo para que algunos gobernantes pudieran sacar ventaja de la oportunidad que tú les das de infundir miedo. Ese miedo que para muchos se convierte en terror y para otros en desfachatez, en el descaro de jugar con el pánico de los demás para hacerse más rico.
No, amada COVID-19, no puedo sentir cariño por ti, pues creo que la fiebre está en mi cabeza. Creo que estoy delirando, ya que cada día a las 6 de la tarde tomo el control del TV y comienzo a cambiar de canal y en todos comienzan a sonar las notas del Himno Nacional de nuestra República, espero un poco y luego aparece un ‘chancho’ que unos dicen es el presidente y, otros, que es un ‘títere’ sacado del baúl de un titiritero muy famoso y muy astuto.
Esa alocución creada gracias a ti, querida amiga COVID-19, es un desastre. Creo que muchos idiotas útiles la ven para enterarse de las próximas noticias del Gobierno, pero ni se enteran de que casi a diario anuncian decretos que para nada les favorecen. Es decir, lo escuchan para ayudarlo a aumentar la popularidad, pues dicen que el “rating” se ha disparado gracias a ese espacio pagado por el pueblo y para el pueblo. Pero no dicen que también se han disparado más y más balas para los líderes sociales. Toda esta fatídica distracción es gracias a ti, mi querida COVID-19. Gracias a ti, los tontos siguen creyendo lo que él dice. Tienen miedo que tú los ataques, pero no tienen miedo que los ataquen los ‘paras’…
Creo que la fiebre me sigue aumentando cada día que habla y habla. Imagínense una hora diaria de domingo a domingo dizque dedicada a la pandemia y sus prevenciones, y luego “por debajo de cuerda”, —con los Decretos a las clases trabajadoras y pobres— les está dando la estocada traicionera, al estilo de canción traicionera de Jessi Uribe… Sí, de ese cantante de música popular que se cree de la alta alcurnia y del linaje de los ganaderos Uribe.
Amada COVID-19, aunque sé que no estoy delirando aún, te recuerdo y vienen a mi memoria todos esos muertos que vas dejando en el camino, pero también me da tristeza por las atrocidades que estoy viendo en la serie ‘Matarife’. En esos momentos ya no te veo tan atroz; creo que a través de la historia nos han azotado otras epidemias y pandemias muy mortíferas, como aquellas con las cuales han torturado y acabado con la vida de muchos dirigentes políticos que buscaban la paz y la reconciliación, de periodistas que buscaban la verdad, de líderes de derechos humanos que defendían los derechos fundamentales y de tantos colombianos cuyo único sueño y anhelo es el de vivir en un país libre y en paz.
Comparado con esto puedo considerarte como una simple pandemia y veo que la verdadera amenaza y la mortandad está en las infecciones y virus invisibles que transmiten los enemigos de la paz, entre aquellos que multiplican los asesinatos de quienes se acogieron al “proceso de paz”, de los periodistas, de los opositores políticos y de los LÍDERES SOCIALES en todo el territorio nacional. Hasta la fecha, por ti COVID- 19, han muerto 4359 personas en el país y, por las balas asesinas, han caído más de 130 líderes este año (en 2019 fueron 250), es decir, tú pararás, pero los ‘paras’ no.
¡Despierto! Aquí eres la COVID-19 de la desesperanza, de una realidad fingida e hipócrita que pretende mostrarle al mundo una Colombia próspera, cuando en verdad cada día hay más y más pobres y desprotegidos. Sabemos que el número de muertes que has causado no es mucho, comparado con el de tiempos pasados y, tal vez venideros, de esta patria afligida. No sé cómo anda mi temperatura porque viene una idea y otra y no sé si es el encierro, el pánico de quienes me rodean o un miedo que no veo y, sin embargo, se esconde dentro de mí. COVID-19, te juro que me he cuidado y he cumplido con la cuarentena, pero por si las moscas, querida pandemia, aconséjame. ¿Será que la fiebre me está haciendo delirar?, pues cada vez que el Himno Nacional vuelve a sonar aparece una figura rechoncha con la franja presidencial tricolor atravesándole el pecho y, en mi visión, claramente, aparece el nombre del programa. Dice: asistente de ‘Matarife’.
Adorada COVID-19, creo que así te llaman los que han podido sacar ventaja de tu llegada al mundo. Ellos se ríen a carcajadas de los bobos que han tomado tan a pecho el #QuédateEnCasa, necesario desde luego, pero que en realidad no es lo malo, sino lo mal utilizado… o bueno, bien utilizado para sacar el máximo provecho de tus debilidades. Los duros del mundo: los políticos energúmenos, Gobiernos ventajosos, corruptos, empresarios poderosos y sin escrúpulos que sacan ventaja sin que les importen los muertos que quedan regados a la vera del camino.
También podría llamarte mi higiénico COVID-19 y darte las gracias por hacer que las personas se laven las manos, usen guantes, tapabocas, mascarillas y trajes “espaciales”, que guarden la distancia y así no estornuden encima del pan y de los alimentos. Ahora deben usar vidrios, plásticos y otros protectores especiales para que tus partículas contagiosas y temidas no caigan y contagien los productos en los supermercados y tiendas.
Querida COVID-19, gracias a la soledad inquisidora, a estos tiempos de acuartelamiento obligatorio y de miedos infundados o reales podemos reflexionar, pensar y crear arte, música, literatura, obras manuales y tantas otras cosas, siempre con la esperanza de que, cuando te vayas, ya no haya excusas para que los unos se aprovechen de los otros.
Próxima entrega: La COVID-19 en los tiempos de Trump.