El cambio climático no afecta a todos por igual. Las comunidades más vulnerables son las que pagan el precio más alto de la crisis ambiental, mientras que las élites económicas y políticas suelen estar blindadas en sus burbujas de protección.
Esta desigualdad climática se refleja en fenómenos naturales devastadores, como huracanes, inundaciones y sequías, que golpean con mayor fuerza a los más pobres, obligándolos a migrar y enfrentar pérdidas irreparables. En este artículo, exploraremos cómo el cambio climático profundiza las desigualdades sociales y por qué es urgente un enfoque de justicia climática.
El cambio climático no afecta a todos por igual
Las consecuencias del cambio climático, como el aumento del nivel del mar, las tormentas más intensas y las sequías prolongadas, afectan de manera desproporcionada a las comunidades en situación de vulnerabilidad. En países en desarrollo y en regiones marginalizadas, los recursos para enfrentar estas crisis son escasos, lo cual agrava la situación.
Desastres naturales y comunidades vulnerables
Inundaciones, huracanes y terremotos golpean con mayor intensidad a comunidades que carecen de infraestructura adecuada para resistir estos eventos. Los barrios marginales, construidos en zonas de alto riesgo, son los más afectados. Un ejemplo claro es Haití, donde los huracanes arrasan comunidades enteras que no cuentan con protección ante desastres naturales.
El cambio climático está impulsando un fenómeno cada vez más visible: la migración climática. Comunidades que pierden sus hogares por inundaciones o sequías extremas se ven forzadas a desplazarse, generando crisis humanitarias y conflictos por el acceso a recursos limitados.
Desigualdad estructural y vulnerabilidad climática
La crisis climática amplifica las desigualdades preexistentes, afectando de manera directa a quienes tienen menos recursos para enfrentar sus consecuencias.
El agua, los alimentos y el refugio se vuelven bienes escasos en medio de desastres naturales. Las comunidades más pobres, sin medios para protegerse o escapar, quedan atrapadas en un ciclo de pobreza y vulnerabilidad.
Las olas de calor, la contaminación del aire y la propagación de enfermedades como el dengue o el cólera afectan principalmente a comunidades sin acceso a servicios médicos adecuados.
En Colombia, el cambio climático ha desplazado a miles de personas en zonas rurales. Inundaciones, deslizamientos y sequías han empujado a comunidades enteras a abandonar sus hogares sin ninguna red de apoyo efectiva.
La ironía cruel del cambio climático es que quienes menos han contribuido a su causa, son quienes más lo padecen. Mientras las grandes corporaciones continúan su explotación sin freno, los pequeños agricultores luchan contra sequías extremas y tormentas cada vez más violentas. Las ciudades informales se inundan porque no cuentan con infraestructura adecuada, y los países del sur global, con escasos recursos, tienen que enfrentar fenómenos climáticos que antes solo eran advertencias en los informes científicos.
La crisis climática no solo es una emergencia ambiental, es una crisis de justicia social. El planeta se calienta y la brecha se agranda. ¿Hasta cuándo vamos a seguir permitiendo que el costo de la destrucción sea pagado por quienes menos tienen?