Balances y expectativas

El país ha transcurrido uno de sus años más problemáticos en materia de paz, equidad, justicia y gobernabilidad. Deben mantenerse firmes en los requerimientos que Colombia necesita.

Opina - Política

2019-12-23

Balances y expectativas

Columnista: Mauricio Galindo Santofimio

 

Próximos a terminar este 2019, esta pesadilla, esta secuela, como lo llamó recientemente Ricardo Silva Romero en una de sus columnas, los balances, claro, son más agrios que dulces, y las expectativas igualmente amargas, si muchas cosas no empiezan a cambiar.

No se puede decir que fue un gran año si nos detenemos a mirar los innumerables líderes sociales asesinados, los enormes enfrentamientos familiares y de amigos por cuenta de una división que generaron, y aún generan, todos esos que se opusieron al proceso de paz, los incumplimientos a los acuerdos por parte del Gobierno, y de algunos miembros de las Farc que volvieron a las armas, los conejos que le han metido a la gente los políticos de siempre en el Congreso o los garrafales errores diplomáticos que viene cometiendo la administración Duque, por citar solo algunos casos.

En efecto, los desaciertos de quienes gobiernan despertaron una ola de indignación nacional sin precedentes y con visos de no acabar pronto. Los paros, los cacerolazos y las manifestaciones que se vienen dando desde noviembre son la muestra del malestar general de un país que está ávido de transformaciones de fondo tanto en la política interna como en la externa, pero sobre todo, en ella que dé como resultado un mejoramiento en la calidad de vida de los ciudadanos.

Todos esos pedidos que la gente hace al Gobierno son justos, en su gran mayoría, sin desconocer que en el pliego de peticiones del Comité Nacional del Paro hay exabruptos que de ninguna manera pueden cumplirse. Algunas son peticiones que se salen del manejo gubernamental, traídas de los cabellos, sin ningún sentido, y que deben aterrizar si es que de verdad quieren mejorar este país en lugar de enredarlo más.

Eso de acabar con el Esmad no se puede, lo que se debe exigir es que se depure ese escuadrón de la Policía, que cumpla los protocolos y que todos ellos estén enmarcados dentro del Derecho Internacional Humanitario.

Salir de la Ocde (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) tampoco, pues resulta que Colombia voluntariamente decidió entrar en ella y sería de un ridículo inmenso, como casi todos los de esta diplomacia colombiana, venir a decir ahora que se quiere ir.

Pertenecer a esa organización, que propende por las buenas prácticas en los manejos económicos no significa, por supuesto, tener que aceptar todas sus recomendaciones que, como todo, siempre serán susceptibles de acatar o no.

Por otro lado, pretender que algunas entidades no se privaticen cuando en algunos casos sería lo mejor, dada la ineficiencia de muchas, demostradas a lo largo de la historia, es ir en contravía de las proyecciones que debe tener el país para avanzar hacia un futuro mucho más moderno y eficiente. Todas esas peticiones vuelven el pliego inmanejable y dan pie para que el Gobierno las saque de taquito y no las admita como puntos válidos de negociación. 

Ahora bien, como Diego Molano, el encargado por el Gobierno para dialogar, ha dicho que “no se puede negociar el Estado”, los miembros el Comité también deberían decirle, primero que todo, que no se trata de hablar por hablar sino de negociar y, renglón seguido, recordarle que el país tampoco se puede destruir.

En ese sentido, deben mantenerse firmes en los requerimientos que Colombia necesita, como por ejemplo, prohibir el fracking, abstenerse de fumigar con glifosato, revisar con detenimiento las reformas tributaria y pensional, pedir el cumplimiento a cabalidad del acuerdo de paz, que quisieron y todavía quieren volver trizas, y el de los compromisos adquiridos con los estudiantes y con Fecode.

Asimismo, exigir que se le dé un impulso al agro y, obviamente, demandar que no se le vaya a meter a los colombianos el gol de pagar el descalabro de Electricaribe.

Otro punto importante será el que tiene ver con la reanudación de los diálogos con el Eln, pero en eso no solo juega un papel preponderante el Gobierno, sino esa guerrilla a la que se le deben pedir muestras fehacientes de paz, de lo contrario, cualquier intento será infructuoso.

Lo que de aquí salga, como resultado de esas negociaciones -que no se le olvide al Gobierno que son eso, negociaciones- dependerá el futuro de este desdichado país que tiene muchos olvidados y pocos privilegiados. A los primeros es a los que hay que apuntar, para proteger y para mejorar sus condiciones de vida; a esos es a los que toca defender, no a los dirigentes sindicales -cuya labor es precisamente esa, velar por los derechos de los que no los tienen o se les vulneran- ni a los miembros de gobierno alguno que tienen también, por obligación, la labor de garantizarnos un país más justo, más digno y más equitativo.

Es la desigualdad, como cientos de veces lo ha repetido Thomas Piketty, la que genera los inconformismos, las revueltas y la desazón inmensa que hace pausa en estas fiestas, pero que regresará con nuevos ímpetus cuando ya Santa Claus esté descansando.

Como vemos, el país ha transcurrido uno de sus años más problemáticos en materia de paz, equidad, justicia y gobernabilidad. Ha sido un año de cambios para nada positivos, sin desconocer algunos incipientes logros en aspectos como la creación de ministerios nuevos, que se espera no sean para más burocracia sino para dar mayor impulso al deporte o a la ciencia y a la tecnología, sus razones de ser.

El balance se queda, como bien se advirtió, en ilusiones no cumplidas, en el aumento de las disputas en redes sociales y en la vida real, por cuestiones políticas, en arrepentimientos de muchos de los que votaron por Duque pensando que el plomo era lo que debería volver a imperar en el país, pero que se dieron cuenta de que no se puede gobernar de esa forma.

O de otros que, de buena fe, pensaron que el presidente iba a ser un gran gobernante, desconociendo su inexperiencia en temas de Estado y que no podía —como no ha podido, y por lo que se ve, no podrá—, desligarse de su jefe, el senador Uribe, que es, como las cosas indican, el que verdaderamente manda, ordena y ejecuta.

Por otro lado, y para ir cerrando, balance muy regular en Bogotá, donde, obviamente, no todo es malo y hay cosas para rescatar como la creación del Instituto de Protección Animal; la culminación y construcción de varias obras importantes como el cable de Ciudad Bolívar, que ya se había firmado en la pasada administración; o la puesta en marcha de equipos humanos que velan por los indigentes; o por que en las manifestaciones, cuando haya amague de disturbios, se solucionen las cosas mediante el diálogo.

Pero la capital deja una deuda inmensa en materia de transporte, movilidad, seguridad, empleo, medioambiente, calidad de vida, una persecución sin cuartel a los carros particulares y la última “perla”: unas tales cámara salvavidas sin autorización del Ministerio de Transporte. ¡Qué bonito diálogo interinstitucional!

El cemento es importante, pero no lo es todo. Sin hablar, claro, de la enorme arrogancia del alcalde, que imposibilitó un diálogo social e impuso su punto de visto a como dio lugar, sin atender razones, críticas justificadas o reclamos razonables. Muchos males tendrá que aliviar Claudia López.

Por último, solo resta esperar qué le trae el nuevo año a Colombia. Pero las expectativas no son las mejores si sigue habiendo un Gobierno que no escucha, alejado de las necesidades de la gente, incapaz, mediocre en las relaciones internacionales, sin gobernabilidad -y sin deseos de tenerla-, y displicente con quienes no hacen parte de un uribismo caduco y, por tanto, mandado a recoger.

 

Adenda

Feliz Navidad y feliz Año Nuevo, queridos lectores. Ojalá que, pese a las vicisitudes del país, el 2020 sea próspero, lleno de salud y de mucha felicidad para todos ustedes. En enero nos volvemos a leer y, por supuesto, a ponernos La Oreja Roja.

 

( 1 ) Comentario

  1. ReplyJhon Jairo Ramírez González

    Gracias Mauricio, tus puntos de vista siempre tan equilibrados y sensatos.

    Yo como muchos colombianos, nos hemos cansado de esperar que Duque entre en taxi y empiece a gobernar para todos, sabemos que el 2020 será mas de lo mismo.

    Un abrazo y feliz 2020.

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Mauricio Galindo Santofimio
Comun. Social-Periodista. Asesor editorial y columnista revista #MásQVer. Docente universitario. Columnista de LaOrejaRoja.