Así es visitar un campo de concentración Nazi

La población de Oranienburg, Alemania, sitio donde se encuentra ubicado el campo de concentración Nazi, respira el aire frío, ese que no se asocia a las condiciones climáticas sino a la historia y la barbarie que allí se desarrolló durante años.

Narra - Conflicto

2018-01-05

Así es visitar un campo de concentración Nazi

Desde que entramos en sus calles, reflexionamos e intentamos devolver el tiempo para imaginar y visualizar las condiciones de tensión que se vivían allí. Gran parte de las casas que rodean el campo de concentración hicieron parte de los integrantes del ejército Nazi, específicamente de las fuerzas especiales de las SS, de manera que sin entrar en aquel Lugar Conmemorativo, empezábamos a sentir el peso de la memoria histórica y del respeto por el silencio que emana la tierra donde descansan quienes fueron víctimas del trabajo forzado y la dominación a través de las armas y el miedo.

Como colombianos es inevitable asociar de alguna u otra manera la experiencia de la guerra, del sufrimiento y de la expansión de la violencia en el territorio y en las almas fragmentadas de quienes padecen o padecieron los disparos, las amenazas y la negación de la existencia. Durante años hemos normalizado el daño y las malas noticias. Creíamos que nos habíamos vuelto inmunes al sufrimiento del otro. Almorzamos viendo o escuchando testimonios del conflicto armado o de condiciones desiguales y vulnerables. Sin embargo, al acercarnos a uno de los epicentros de mayor penuria y calvario, volvemos a sentirnos culpables, volvemos a repensar nuestra condición y nos damos cuenta que el salvajismo hace parte de nosotros y que el poder nos ha corroído y nos ha vuelto déspotas a lo largo de la historia.

En total son 37 puntos marcados en las 400 hectáreas que conforman el campo de concentración. En cada uno de ellos encontramos monumentos, archivos, museos y edificaciones de la época de la Segunda Guerra Mundial y otras que fueron restauradas años después tras la presencia del Ejército Soviético y posteriormente por el gobierno alemán para establecer uno de los Lugares Conmemorativos de Brandenburgo.

Se necesitaría de dos días enteros para recorrer en su totalidad el campo de concentración y así conocer toda su historia desde 1936 hasta 1993 con sus detalles más escalofriantes y sus repercusiones en la memoria del pueblo alemán y en general de la humanidad.

Imaginarse por un instante la vida en aquel entonces resulta aterrador. El cuerpo se estremece y la mente se resiste a pensar que una ideología haya sido capaz de deshumanizar a tantas personas y que la indiferencia ante el dolor y la penumbra hayan ensombrecido la vida de todos aquellos que obligaron a los prisioneros a sobrevivir en condiciones infrahumanas, en donde sus jornadas laborales eran de más de 12 horas, el agua de los baños era cambiada cada 102 semanas y donde debían dormir en barracones que estaban hechos para 100 personas y terminaban agrupando a 500.

Era un lugar sin esperanza, sin amor, sin motivos para creer que el mundo había sido bello alguna vez. Cualquier intento de libertad se veía reducido a una respuesta fría e inclemente: “La única manera de salir de aquí es por la chimenea.” No había escape en medio de esas 400 hectáreas que comprendían el campo de Sachsenhausen. El triángulo es el área central del lugar, allí es posible visualizar los barracones, las cocinas y los laboratorios antiguos (algunos transformados en pequeños museos) y el monumento comunista que deja un homenaje a los soviéticos que ocuparon el campo en 1945 y que sería levantado en 1961 simbolizando la victoria antifascista. A lo largo del sector se encuentran los caminos en piedra donde algunos prisioneros eran obligados a caminar por horas con las botas que serían utilizadas posteriormente por las tropas de las SS.

Cada paso nos hacía más conscientes del peso que carga el campo. Por un momento pensaba que las atrocidades que allí se cometieron no podían ser verdad, pero la historia nos sirve una verdad difícil de digerir. Por extraño que parezca, a nosotros los colombianos nos resulta más “sencillo” creer que la barbarie está en los genes de la humanidad. Hemos conocido relatos similares de torturas, secuestros y asesinatos. Hicimos un holocausto a nuestra manera. Ignoramos por completo el sufrimiento de la Segunda Guerra Mundial y fuimos capaces de reconstruir escenarios de desolación donde interrogábamos a quiénes pensaban diferente y a quienes no colaboraban con los fines subversivos e ideológicos de una guerrilla, un grupo paramilitar o un narcotraficante fuera de serie.

El engaño no solo resultaría un elemento importante para facilitar la tarea de exterminio en los campos de concentración, también resultaría indispensable para mentirle al mundo exterior. A través de fotos aparentemente normales del campo y de fotografías a personas en aparente estado de enfermedad o con una apariencia benigna, hacían creer a los ciudadanos que su trabajo dentro de los campos era por el bien de la sociedad, limpiando las calles de enfermos, ladrones y personas que carecieran de la entonces llamada raza aria. Esta mentira nos recuerda que eso que ahora llamamos posverdad no es cuento del presente. Habría que mencionar que todas las artimañas en contra del proceso de paz con las FARC fueron comparadas con la estrategia de comunicaciones de Joseph Goebbels, ministro de propaganda del nazismo.

En nuestra cabeza ya no cabe la posibilidad de pensar en ficciones. 50 años de conflicto armado, de mensajes como pruebas de supervivencia, de cartas que están escritas con el valor de resistir a la ausencia de quienes queremos, nos hacen sentir que lo que estamos conociendo en Sachsenhausen fue tal cual como lo narran los guías e historiadores. Dudamos de historias oficiales pero no de lo que somos capaces los seres humanos. Entre las celdas encontramos fotografías y manuscritos de algunas víctimas que perecieron ante la ignominia y la crueldad. Entre barrotes y lugares fríos evocamos nuestra indignación cuando escuchamos que hubo colombianos, que pudimos ser nosotros, o por lo menos familiares nuestros, que murieron en cautiverio, que murieron por el fuego cruzado entre ejércitos que ya tenían perdido su ideal y que solo mantenían la guerra porque era su mejor negocio, porque aquel que le apuesta a las balas resulta siendo el mejor postor.

Recorrer la Estación Z (zona de exterminio) nos cuesta. Un campo de fusilamiento y una zona vacía donde antes quedaban los hornos crematorios y las cámaras de gas nos hacen cerrar los ojos por un momento. Pensamos que aquello que veíamos en la Lista de Schindler o en El niño de la pijama de rayas jamás lo íbamos a percibir. Sin embargo, recordamos la frialdad y el terror de los paramilitares en Colombia. Resulta increíble y nos quedamos callados, porque no somos capaces de decirles a los demás extranjeros que en nuestro país hay una región llamada Catatumbo, donde hace años los paramilitares también llegaron al punto de utilizar hornos crematorios como método para borrar las evidencias de sus torturas y sus violaciones.

Pero volviendo a Alemania, el fin del campo de concentración de Sachsenhausen llegaría entre el 22 y 23 de abril de 1945 cuando las tropas soviéticas y polacas llegaron al campo y liberaron los 3000 enfermos y médicos que aún quedaban allí. Días antes habrían de marcharse la mayoría de prisioneros y soldados nazis hacia el Mar Báltico. En ese trayecto murieron entre 8000 y 16000 personas. Esta pequeña parte de la historia quedaría denominada como Las marchas de la muerte.

En agosto de ese mismo año, el servicio secreto de la Unión Soviética convertiría el campo de concentración en el campo especial número siete. Allí se seguirían cumpliendo labores similares a las de la Segunda Guerra Mundial, excepto acciones de exterminio, pues la zona de crematorios y fusilamientos quedaría destruida. Así, durante cinco años esta zona de ocupación soviética habría de encarcelar y esclavizar a todos aquellos que tuvieran un pasado relacionado con el nazismo.

Se calcula que entre 1945 y 1950 estuvieron unos 60.000 prisioneros, de los cuales murieron alrededor de unos 12.000 por causas asociadas a la desnutrición y el debilitamiento provocado por el trabajo forzado.

11 años después se construiría el Monumento Nacional del Recuerdo y Conmemoración de Sachsenhausen, esto con el fin de exaltar la victoria del comunismo sobre el fascismo y así mantener viva la memoria de quienes fueron capaces de abolir la tragedia de la Segunda Guerra en manos del nazismo.

De 1961 saltamos a 1993, año en el que se construye el Museo y Complejo Conmemorativo de Sachsenhausen. Luego de la reunificación de Alemania y de tiempos de reconstrucción y tejido de memorias e identidades, el gobierno alemán, en compañía de  la Fundación de los Lugares Conmemorativos de Brandenburgo, levantaría este espacio y otros más que buscan dejar un rastro de esa experiencia que cuesta recordar pero que debe ser un compromiso de la humanidad mantenerlo para evitar que se repitan escenarios y tiempos de sufrimiento y deshumanización.

El corazón se arruga, no lo crean. Vemos los monumentos que preservan la memoria de los fallecidos, vemos las rosas y las piedras. Piedras que simbolizan la eternidad para los judíos, pues las piedras permanecen siempre en el mismo lugar de la tierra. Sentimos las lágrimas de quienes han llorado a sus muertos y también de aquellos que no resisten los relatos de la violencia. Veo la intención del recuerdo para no permitir que las tragedias se repitan y entiendo que nuestro deber como colombianos va por la misma senda que han construido los alemanes.

A ellos también les costó perdonar, pero entendieron que para borrar la parte oscura de su historia debían mantener los territorios de la guerra, debían convertir cada pieza, cada carta, cada fotografía y cada rastro en un símbolo de memoria, de reconciliación con los muertos y de reconciliación con las almas que sobrevivieron.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Andrés Osorio Guillot
Estudiante de filosofía y letras. Interesado en reconstruir historias y narrar al país desde el periodismo. Trabajo temas en cultura, sociedad, memoria, conflicto y literatura.