Columnista:
Ana Prada-Páez
Durante el colegio leía por obligación, en el plan lector lo hacía por una nota de 1 a 10, leía autores que no entendía y con los que no me sentía identificada. Leer definitivamente no era una actividad a la que quisiera dedicar mi tiempo libre. Curiosamente me moría por ser periodista, pero no por leer.
Durante mi adolescencia no encontraba autores con los que compartiera preguntas y formas de ver la vida, más adelante, mientras estudiaba administración tuve la fortuna de conocer una disciplina llamada sociología, en el colegio nunca había escuchado hablar de esta ciencia, fue como encontrar todo un nuevo universo que se presentaba ante mí. Junto con la filosofía comencé a hacerme preguntas nuevas.
Es inefable la alegría que me causó encontrar en los libros a personas que se hacían preguntas parecidas a las mías, en su mayoría eran hombres, en mi biblioteca personal eran pocos los títulos escritos por mujeres. Porque no eran comunes, fáciles de encontrar y, especialmente, porque inconscientemente pensaba que los hombres tenían más la razón que las mujeres.
Con el paso del tiempo fui cultivando amor por el sentipensar femenino, influenciada por la berraquera de mi mamá, mi abuelita y las mujeres campesinas de Yacuanquer y del Catatumbo que se convirtieron en mis amigas. De las que sacaban un espacio de tiempo entre los maridos, los hijos y las responsabilidades domésticas (incluyendo las huertas) para participar en los talleres que hicimos sobre ahorro, emprendimiento, planes de vida o cualquiera que fuera el tema. Ellas, querían escuchar únicamente, porque pensaban que no tenían nada interesante que contar. Me parece que esto ha cambiado, cada vez es más común encontrar mujeres determinadas a participar en los espacios públicos y que reconocen que su historia también cuenta.
Mi biblioteca personal, al pasar los días, tuvo más libros escritos por mujeres, Judith Butler, Karen Armstrong, Marvel Moreno, Paula Riveros, Vivian Gornick y así. Por primera vez me sentí profundamente identificada con sus lecturas y sus formas de ver el mundo. Me he ido acercando a este deseo de construir una forma de ver el mundo cada vez más humana, aceptarme como lo que Vivian llama una mujer singular o, lo que Marvel llama una mujer amazona.
Como dice Ngozi Adiche, es profundamente revelador y revolucionario encontrar historias que podemos sentir cercanas, inspirarnos de historias de mujeres que son capaces de ser las heroínas de sus propias vidas. Mientras escribo esto, pienso en una película de Spiderman, en la que Mary Jane, interpretada por Kirsten Dunst espera gritando y llorando con el fin de que su valiente héroe la salve, lo que veía en las películas de Hollywood y me resultaba muy confuso, porque quería ser valiente, cuidadora, emprendedora y arriesgada, pero, esos eran valores que se asociaban a lo masculino, propios de los hombres. Encontrar en la vida y en los libros historias cotidianas de mujeres valientes me abrió el panorama de oportunidades que puedo tener para mí como mujer.
Me parece que de los feminismos, el ecofeminismo, las economías del cuidado están emergiendo formas más cercanas de relacionarnos con el conocimiento, dejar de acercarte a un libro para adquirir datos, conocimientos que después te hagan parecer una intelectual en conversaciones pomposas nunca ha sido lo mío, aprender a degustar como decía Ignacio, que no son exclusivas de hombres o de mujeres, sino que por el contrario están abiertas para cualquier persona dispuesta a sentipensar.
Aprender a sentipensar, a dejar de temer la cercanía emocional, a poner en duda el distanciamiento emocional, porque lo que no nos vincula emocionalmente no nos mueve a la acción correcta. Poner en duda el método científico, que no es infalible porque ha sido creado por seres limitados y pensar en nuevas formas de relacionamiento social, económico y político en los que encontremos nuevos problemas y con ellos nuevas soluciones. Quizás como durante siglos han propuesto los sufíes, aprender a conocer con el corazón.