Ignorantes de la idiosincrasia latina es difícil saber si todos nuestros países se asemejan en cuanto a sus comportamientos sociales. Por lo que dicen algunos entendidos, Colombia es un caso excepcional: somos uno de los países más desiguales y pobres, pero al mismo tiempo uno de los más felices. Es como si hubiésemos sido adiestrados para ser esclavos obedientes, aguerridos y sumisos.
Es inexplicable nuestra abulia o indiferencia frente a la multitud de crímenes macabros como las violaciones a los niños y los feminicidios; la corrupción generalizada, sobre todo entre los poderes públicos; la inmensa cantidad de pobres y miserables que acuden a los templos en busca de solución a sus necesidades y hasta donan sus pingües ahorros a los insaciables pastores; el cinismo descarado de tenebrosos personajes acusados de ser corruptos, autores de pavorosas masacres y enemigos de los derechos humanos invitando a marchar contra la corrupción, es decir, contra ellos mismos.
En otras partes se convocaría a protestas masivas contra los criminales pero aquí son estos mismos quienes invitan a repudiar sus propios delitos.
Si desmenuzáramos o puntualizáramos estas generalidades hallaríamos hechos tan absurdos que deberían avergonzarnos. Por ejemplo, ¿cómo pueden haber personas tan indignas que votan por cualquier candidato, por delincuente que sea, a cambio de un sancocho, de un tamal o un billete? ¿cómo hay individuos que se oponen a la Declaración Universal de los Derechos Humanos? ¿cómo puede haber gente que se embolsilla los recursos públicos destinados a alimentar niños pobres y prefiere dejarlos morir de hambre?
Lo anterior, más innumerables hechos horribles, no los explica sino la ignorancia en extremo arraigada, la práctica de despreciables conductas medievales, el desconocimiento de las ciencias humanas y sociales, la identidad o empatía de los esclavos con sus amos, una educación de baja calidad que enseña a obedecer y no a pensar y la ausencia de formación marxista.
Nuestro pueblo gusta de la música, de las fiestas y los deportes, en especial del fútbol. Participamos bailando, bebiendo y peleando en los conciertos de música popular y en los de delinquir, chorreamos babas y gritamos frente al televisor celebrando los triunfos deportivos de los colombianos y vamos hasta el delirio cuando ganan carreras importantes o anotan goles en los grandes equipos.
Somos exagerados en todo: en la ignorancia, en el folclor, en el narcotráfico, en el contrabando, en la mentira, en el robo, en la astucia, en todos los demás “pecados” capitales, en los rezos y en rajar de los vecinos sin reconocer nuestra propia miseria. Ello explica el dicho: “Un colombiano no se vara en ninguna parte”. Pero la peor cualidad que tenemos es nuestra aberrante desmemoria. Aquí olvidamos todo y por eso “Aquí no pasa nada”.