Autor: Cristian Prieto Ávila
Afuera la sordera ocultó sus sollozos. Jhonnier, el guardián de la vida, combatió solitario. En el campo de batalla recibió todas las balas. Herido cargó con prejuicios, traumas y desesperación. Hasta que el mundo, con toda su crueldad, lo venció a punta de dolor. Jhonnier cantó para derribar las injusticias y luego voló alto para sanar sus heridas. Para dar su lucha en otro lugar porque aquí no fue escuchado. Allá continuará su aventura.
Nos miró desde lo alto y saltó. Murió. Murió y nadie lo podía creer. Todo cambió en la Javeriana y, con el tiempo detenido, el dolor nos atrapó. Supimos que le habíamos fallado, que nos faltó hacer más esfuerzos, que no advertimos su cansancio.
Las clases, los pasillos y las gotas que caían del cielo enmudecieron. No había palabras: sentimos la indiferencia del mundo. No había comprensión: sentimos nuestra fragilidad.
Sentimos la niña negra que ocultó sus crespos, el hombre venezolano agotado de la xenofobia, la indígena que guardó silencio por su lengua. La pareja de chicos burlados por su amor, la mujer golpeada por su esposo, la tristeza del niño que sufre matoneo. La falta de oportunidades, la exclusión y una crisis ambiental sin precedentes. Sentimos un mundo que intenta aniquilarlos antes de nacer.
Sentimos lo que él sintió. Nuestro miedo al fracaso, nuestras inseguridades y lo frustrante de vivir en una sociedad que nos pide fuerza mientras nos ignora. Mientras los jóvenes nos desmoronamos por dentro ante la indiferencia e intentamos enfrentar, a pesar del caos y el olvido, un entorno que nos aísla y nos enseñó a desconfiar del otro, para alcanzar una pérfida promesa de perfección, en un campo de imperfectos.
Los jóvenes nunca habíamos estado tan cerca del abismo, de una destrucción que heredamos de los que nos preceden. Hay que hablar con sinceridad: recibimos el mundo hecho un desastre.
Abusamos de la vida y la estamos perdiendo. Según la Organización Mundial de la Salud 800.000 personas, que equivalen a la población de Cartagena, se suicidan al año en el mundo. La mayoría tienen entre 15 y 29 años. Cada 40 segundos un joven muere y la sordera aparece.
Gritemos con cariño para que no vuelen tan temprano. Nuestro compañero nos enseñó que antes de que el suicidio sea la alternativa, debemos cuidarnos.
En silencio algunos jóvenes sufren, no hayan respuestas, extravían su sentido. En medio de la pérdida en la universidad varios estudiantes hablaron. Contaron las veces que estuvieron tristes y se sintieron solos. Las veces que han pensado en el suicidio. Algunos lloraban, mientras otros los abrazaban. Descubrimos que la comprensión salva vidas.
A pesar de la tristeza, al otro día la Javeriana floreció. Los estudiantes acompañaron a Jhonnier y lo llenaron de esperanza. Con cantos, pétalos blancos y bellas palabras que encendieron una luz. La muerte de nuestro compañero no será en vano mientras existan acciones de respeto, solidaridad y amor como la que presencié.
El espacio era el mismo que recibió su cuerpo, aunque, en comunidad, comenzó un gran cambio. Una luz que no dejaremos apagar, jamás. Una lucha por escucharnos y acompañar nuestro dolor. Muchos javerianos nunca lo conocimos pero su vida nos hará falta. Mucha falta. Prometemos no defraudarte más.
En memoria del estudiante Jhonnier Coronado.
Foto cortesía de: Pontificia Universidad Javeriana