Abstencionismo y desinterés político: dos males que enferman a Colombia

Opina - Sociedad

2017-08-03

Abstencionismo y desinterés político: dos males que enferman a Colombia

¿Por qué no votamos en Colombia? En esa pregunta se encuentra gran parte del fracaso de la política nacional y de la democracia en el país. Llevamos décadas sin entender que el derecho al voto nos permite mejorar las situaciones de las que nos quejamos a diario. De nada sirve decir que la política del país está fregada y que nada va a cambiar si usted es de los que el día de salir a votar decide quedarse en un asado, o simplemente quedarse en las cuatro paredes de su alcoba viendo los resultados que, seguramente, lo van a decepcionar.

Desde que tengo memoria, es decir hace unos 20 años aproximadamente, he visto que siempre ha habido un claro ganador en las votaciones de alcaldes, gobernadores, congresistas o presidente: el abstencionismo. Esto quiere decir que ya son dos generaciones más en las que no vemos grandes cambios en la conciencia del ciudadano común y sí notamos la apatía y la desconfianza por los procesos democráticos del Estado.

Pero quizá sea necesario hablar de generaciones anteriores que nos remiten a los inicios de las votaciones en la historia de Colombia para poder acercarnos a las razones que nos fueron convirtiendo en una sociedad indiferente hacia la política y a nuestro compromiso y responsabilidad como habitantes del territorio colombiano.

Los inicios del recurso del voto para las elecciones de los representantes en el Estado y la esfera política se remontan a la época de La patria boba, en la que se votaba por sufragio indirecto, es decir: unas votaciones públicas en las que se elegían unos representantes que elegían su cargo; de manera que no se votaba por el cargo específico, sino por las personas que se iban a encargar de representar al pueblo en las altas instituciones del Estado.

En esta época, el conjunto analfabeta, las mujeres, los pobres y los esclavos no tenían derecho de votar. Esta decisión se abolió momentáneamente en 1853 por varios conflictos en el territorio; sin embargo, en 1886 se prohibió nuevamente el voto a  la población analfabeta y a las mujeres. Hasta esta época el sufragio indirecto se mantuvo para senadores y presidente, mientras que para las elecciones departamentales y representantes a la Cámara se implementó el sufragio directo. También es importante mencionar que, a partir de esta época y hasta 1990, se utilizó la papeleta como elemento de votación que sería depositado en las urnas electorales.

Desde 1886 a inicios del Siglo XX (más o menos hasta 1910), las elecciones seguían siendo excluyentes y elitistas, pues los únicos habilitados para votar eran las personas que supieran leer y escribir, quienes tuvieran propiedad raíz de 1000 pesos, y/o una renta anual de 300 pesos. Al final del período de la hegemonía conservadora de 1930, todos los hombres mayores de 21 años podían votar. En 1956, el entonces presidente, el General Gustavo Rojas Pinilla, le otorga la cédula a su esposa Carola Correa y así se da paso para que las mujeres tengan el merecido derecho y reconocimiento como ciudadanas conscientes a votar. Sus primeras participaciones en los comicios se realizaron en el plebiscito de 1957. Ya en 1975 se establece la mayoría de edad a los 18 años y la posibilidad de ejercer el voto que, en 1990, se ejercería a través del tarjetón electoral, que sigue vigente hasta hoy.

Fueron momentos fragmentarios, y la inclusión de la mayoría de la población se dio por diversas circunstancias y en tiempos muy apartados. Las guerras, el inicio de la Violencia (en realidad la violencia siempre estuvo latente) en la década de los 40, el auge de las guerrillas y acontecimientos como la hegemonía conservadora y el Frente Nacional fueron algunas de las razones que determinaron la manera en que los colombianos iban a concebir la democracia y, a su vez, iban a reconstruir su visión y su pensamiento sobre la posibilidad de participar o no en los comicios electorales.

Cada dos años la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) realiza un estudio titulado La Sociedad en un vistazo (Society at a glance), la cual evalúa a los 35 países miembros del conglomerado para revisar el aporte de sus ciudadanos a las dinámicas políticas y económicas. En el último estudio, Colombia quedó mal ubicada en la revisión de los países donde menos interesa la política, al arrojar un porcentaje del 50 % de desinterés en la población por lo que sucede en el Estado. A comparación de países como España, donde el desinterés es del 20 %, o de Alemania, donde es solamente del 5 %. Colombia resulta ser un país indolente e indiferente con lo que pueda suceder dentro de las plenarias, las sesiones y las decisiones de los altos mandos en la política.

Ese 50 % de desinterés se ha visto reflejado en varias elecciones presidenciales. Si no creen en ello, podremos revisar cifras de algunos casos específicos extraídos de la página de la Registraduría Nacional:

1962: se obtuvo 48,75 % de participación. En aquel entonces asumió el poder el conservador Guillermo León Valencia.

1966: Con un 40,07 % de los votos, el liberal Carlos Lleras Restrepo asumió la Presidencia. Es la segunda peor participación para unas elecciones presidenciales en Colombia.

1978: con un 40,34% de la población votante el liberal, Julio César Turbay Ayala se quedó con la presidencia de la República.

1994: reportó un 33.95 % de participación en la primera vuelta y 43.32 % en la segunda. En aquella ocasión el liberal Ernesto Samper fue elegido Presidente.

1998: En la segunda vuelta donde fue elegido el conservador Andrés Pastrana, la votación fue del 40.99 %

2002-2006; 2006-2010: En el período presidencial de Álvaro Uribe, la abstención también superó la mitad de la población votante. En el 2002 votó el 46,47 % de los habilitados para ejercer su derecho al voto y en el 2006 votó el 45,05 %

2010-2014; 2014-2018: En el período actual del presidente Juan Manuel Santos hubo un panorama similar al de Uribe. En el 2010 la primera vuelta registró una participación del 49,29 % y en la segunda se registró una población del 44,34 %. En el 2014 se registró una de las peores votaciones en la historia con una participación del 40,07 %

Plebiscito 2016: En el plebiscito para avalar los Acuerdos de paz entre las FARC y el Gobierno Santos hubo una participación del 37,41 %

Ante lo anterior se puede presentar una polémica de nunca acabar. Hay mucha tela por cortar ante la apatía de los colombianos cuando llega la hora de votar. Para algunos el hecho de no participar también es una postura válida para la democracia, sin embargo, soy de los que considera que valdría más expresar el disgusto o el desinterés con un voto en blanco, pues el hecho de no votar, fuese la razón que fuese, habla mucho de lo poco que nos interesa nuestro alrededor.

En otras palabras, preferir quedarse en casa que salir a votar habla mucho de la poca capacidad que tenemos de pensar como comunidad.

“Pero es que yo para qué voto si nada va a cambiar”; “Mi voto no ayuda en nada”; “Yo solamente saldré a votar para que me den un descuento en la matrícula o en el pasaporte”; “A mí no me interesa la política; ¿Si vio que equis persona se va a casar o que equis equipo perdió ayer?”. Frases así son las que uno se encuentra en la calle, en la casa, en la universidad, en la empresa, en cualquier lugar.

Esas frases no hablan de la postura de “no voto porque es mi manera de expresar mi inconformidad”; esas frases hablan de mi “importaculismo” y de mi desinterés de ejercer un derecho y aportar a la construcción de una sociedad que piensa en el bien común y no en el bien particular.

El asunto es: ¿cómo no nos vamos a quejar si es que los que están en el poder resultan ser el gobierno de una minoría? Es muy difícil que el país preste atención a lo que sucede cuando los que están “arriba” dizque arreglando a Colombia son la representación del 30 %, 40 %, o si acaso 50 % de la población.

Mientras seamos pocos los que nos sentamos a leer las propuestas de campaña, así no sean las mejores ni las más aptas para todos, será muy difícil enderezar el camino. Muchos no entienden que salir a votar define la salud, la educación, el trabajo, el dinero y la comida de los próximos cuatro años para casi 50 millones de colombianos.

Cuando entendamos que salir a votar es un acto de respeto con el otro y de responsabilidad conmigo y con los demás por los próximos años pues seguramente la cosa puede cambiar.

Algunos van a decir que la solución está en el voto obligatorio porque el voto y la participación voluntaria son causantes de esos vacíos en las mesas electorales y en las cifras de votaciones cada tres o cuatro años. Sin embargo, considero que la respuesta no es obligar a la gente a votar. Obligar puede ser perjudicial porque precisamente las cosas no se hacen a consciencia y los buenos hábitos no se generan a partir de la presión.

El voto voluntario puede volverse una mejor herramienta si insistimos en mejorar la raíz de todo: la educación. Cuando los colegios y las universidades mejoren sus métodos de pedagogía e instauren un espacio para la responsabilidad cívica y social, seguramente muchos niños y jóvenes entenderán que votar no es solamente una herramienta para la democracia participativa sino un espacio que brinda un Estado para expresar sus intereses y darle la oportunidad de elegir al que pueda llegar a ser el mejor calificado para dirigir un país.

La violencia y la corrupción han sido factores determinantes en la abstención y es algo que por lógica se entiende. Muchos no votan por miedo o por desconfianza. Inclusive el hecho de que permanezcan las mismas familias en el poder nos dice mucho sobre el temor que le tenemos a apostarle a nuevas caras y a nuevas propuestas.

Quitarnos esos estigmas es complicado, pero insisto en que la base de un nuevo camino y en que la raíz para solucionar este tipo de problemáticas que viven con nosotros y que ignoramos constantemente está en generar consciencia y en generar un pensamiento de bienestar comunitario y de pensar hacia el futuro y no solamente hacia lo inmediato.

Salgamos entonces a votar, es sólo una vez cada tres o cuatro años y eso no solo nos va a beneficiar con algunos pesos de ahorro en trámites sino que también va a demostrarnos como nación que podemos volver a creer en las nuevas generaciones que le apuestan a erradicar la trampa, la corrupción, la mentira y la violencia. Hay que ponerle un alto a la lluvia, a la pereza y a la desesperanza.

Aquí no se está diciendo que vote por determinado candidato, aquí se está diciendo que en la equis que marcamos en un tarjetón está el cambio y la posibilidad de vivir con menos quejas y más aplausos a las gestiones realizadas por quienes puedan llegar a representarnos con lealtad y transparencia en el gobierno.

 

 

Andrés Osorio Guillot
Estudiante de filosofía y letras. Interesado en reconstruir historias y narrar al país desde el periodismo. Trabajo temas en cultura, sociedad, memoria, conflicto y literatura.