La primera vez que estuve en el norte de Antioquia, quedé maravillada por sus paisajes: montañitas redondeadas de un verde intenso con vacas lecheras que por algún motivo me recordaba viejas imágenes de la infancia, de países lejanos. Tiempo después regresé al norte, con la misión de reconocer junto con las personas del territorio qué estaba pasando con el agua, y pude ver con asombro y terror la otra cara de la moneda: la industria lechera, principal fuente de ingreso de municipios como San Pedro de los Milagros, Entrerríos y Santa Rosa de Osos, y dueña de un innegable poder territorial producto de años y años de intervención en la zona con su esquema cooperativo, ha generado un impacto terrible en las fuentes de agua.
En San Pedro una quebrada se encuentra en un estado irrecuperable pues allí desembocan los lixiviados y desechos de una planta de producción lechera, en la región en general los suelos, de un verde intenso debido a los agroquímicos que se utilizan, están altamente contaminados y cuando la lluvia los lava estos agroquímicos van también al agua, además, los árboles se han cortado, porque es más rentable tener vacas que árboles.
Un amigo habitante del norte de Antioquia me decía que en realidad, el hermoso paisaje que había visto con ingenuidad antes, no era más que un desierto verde. También se pueden encontrar restos de animales malolientes al borde de los ríos y quebradas, los dejan ahí mataderos ilegales que no cumplen con ningún criterio de salubridad y venden su carne principalmente en el área metropolitana.
Por su parte, la industria textil, asentada en el municipio de Donmatías, sigue tiñendo el agua de un azul jean. Pese a los esfuerzos que afirman realizar algunos empresarios de este sector, aún se quedan cortos para recuperar fuentes de agua como la quebrada que pasa por el municipio, altamente impactada.
El río grande, que atraviesa por todo el territorio, tiene un dueño exclusivo de su caudal: EPM, que absorbe poco antes del final de su recorrido, el agua de este para la represa Río Grande, que abastece un 40% del agua del Valle de Aburrá. Esta represa literalemente se toma el agua del río y deja finalmente un río seco, que por la maravilla de la naturaleza, vuelve a recuperar agua porque le ingresan algunos afluentes en su recorrido, en sus saltos y rocas el agua trata de airearse y recuperarse en algunos tramos, aún no está muerto y se resiste a hacerlo a pesar de todo.
Belmira y su páramo son la gran esperanza de la gente y del agua de la región, el páramo es un pulmón donde nace el Río Chico, con sus aguas cristalinas y frías que empiezan a recibir presiones por ganadería y el cultivo de papa en tierras alquiladas por los habitantes del sector (este es otro fenómeno creciente que está afectando la tierra en el territorio).
El suroeste antioqueño no se queda atrás, en esta región casi cada centímetro de las montañas se encuentran sembradas de café con fenómenos preciosos como cuando se llena de pequeña flores blancas que visten la montaña. Sin embargo, cuando se impulsó el café como motor de la economía en la región, no se advirtió a los entusiastas campesinos que los agroquímicos eran veneno para la tierra y para el agua y que los lixiviados del café que iban a los ríos, dejaban a los seres que le habitaban sin oxígeno. Hasta ahora les han explicado que hay otras formas de producir café, con procesos limpios y responsables que avalan sellos de certificación internacional.
Por la siembra indiscriminada de café que no deja más arbolitos que aquellos que nos dan ese elixir que nos despierta en las mañanas, el más delicioso del mundo; algunas fuentes que antes eran usadas para la recreación ya no pueden volver a ser espacio de encuentro, el caudal de los ríos y quebradas ha rebajado significativamente e incluso algunas fuentes se han secado completamente.
Pero los campesinos caficultores quieren cuidar sus fuentes, quieren que les digan cómo y les apoyen a mejorar sus prácticas, pero sus esfuerzos individuales y colectivos aún no generan el impacto necesario aunque se manifiesta como fuente de esperanza, en mi corazón espero que aún estén a tiempo y que los apoyen.
Por otra parte, en este mismo suroeste, la minería y la expansión del fenómeno de las hidroeléctricas, se presenta como una sombra oscura que amenaza el territorio, los habitantes empoderados de esta región han frenado con todas sus fuerzas las exploraciones mineras aún con los títulos que el Estado entrega, porque el subsuelo le pertenece. Las pequeñas hidroeléctricas, por su parte, de manera sigilosa solicitan a la autoridad ambiental el permiso para usar cuanto chorrito con suficiente presión se encuentran, para aprovecharlo en un negocio bien parecido a la bolsa de valores, pero de energía.
Y mientras todo esto ocurre en los territorios del norte y suroeste Antioqueño, la autoridad ambiental, invierte millones de pesos en estudios de calidad del agua que las mismas personas afirman se encuentra sobre diagnosticadas, cada vez que se ordena alguna nueva forma de medición que se origina en “eruditos del agua” en la capital del país y se debe implementar de forma obligatoria.
Millones de pesos se invierten en estudios cuando los podrían usar para fortalecer hermosos procesos de educación ambiental como los Piragüeros, donde capacitan a campesinos para que monitoreen el agua permanentemente, o para hacer un seguimiento decente a los pozos sépticos que instalan y que no son usados por su deterioro, o en mejorar plantas de tratamiento que ya existen, y otros procesos más impactantes que diagnósticos en el papel.
Aún hay agua que cuidar, pero si no se toman las medidas necesarias, si no se dejan de hacer documentos académicos que no van acompañados de acciones claras y de inversión, en estos territorios y muy seguramente en otros que aún no conozco, en los próximos años padecerán de una crisis del agua que ya está mostrando sus primeros indicios.